jueves, 15 de febrero de 2024

...Y OLÉ!

    Tomaba fotos sorprendentes de objetos y personas opacas, su ojo descubría tesoros ocultos en un ángulo de baldosa ó en la inserción inexplicable de un viejo sanitario con el piso. Los hermanos Giovanetti, brindaron una fiesta a sus padres, aniversario de casados. Invitaron a Sebastián, que les guardaba un cóctel de afecto, sospechas y miedo. Tanos ricos repentinos, laburantes de nacimiento, con resultados más suntuarios que sus esfuerzos. Se hablaba de filones de juego, droga o testaferría, la gente hablaba, como le gusta a la gente hablar. Imaginando el lado más bestia de las vidas ajenas.

   Durante el transcurso del vino, cuando ondulan los espacios, pidieron a Sebastián tomar fotos del evento. Él no llevó su máquina, para poder tomar y fumar sin el cargo de cuidar su máquina entrañable. La mamá Giovanetti, con varias copas en su cabeza, le entregó una máquina pequeña, de una tecnología que prendó a Sebastián de inmediato. Algo tan chato y exiguo, con tantas posibilidades, le despertó las ganas, que el mandato Giovanetti le había dormido. Sacó las fotos de rigor, a los viejos, los hermanos, los tíos, los sobrinos, la mesa imponente y los mozos disfrazados de sillón con moño.    

   Cuando empezaron los discursos de palabras arrastradas, obvias, patéticas y etílicas, Sebastián se perdió en el jardín intrincado, bañado de luna llena. Dejando atrás las antorchas encontró un estanque, de aguas turbias, con islas de hojas secas y musgos inquietantes. Tomó fotos del fondo, que tenía la imagen diluída de aquella luna, rodeada de carpas dormidas. Perdió pié y la cámara se hundió en el fondo del estanque. Trató con su brazo y luego con varias cañas.     

   Resultó imposible el rescate. Escuchó los dulces llamados de la señora Giovanetti:

   —Sebastián, querido ¿dónde estás?, preparate, que ahora viene el vals. Sebas ¿me escuchás?...te esperamos…

   Él se irguió y pensó enfrentar la situación. Las piernas le temblaban y los pasos indolentes le dictaron que lo mejor era huir. Trepó al paredón como un gato, saltó a la calle, tomó su moto, con presteza lúcida arrancó con un ruido que tapaban las tarantelas y se fue a la mierda.

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