domingo, 31 de julio de 2016

SUPERAVIT

  
 Lo echaron de la ferretería del centro, antes le pasó igual, en la casa ortopédica.
   Como mesero, aceptó en negro, prescindieron de sus servicios al tercer día. Buscaban personal de ojos celestes, tez clara, él era morocho argentino. Un parroquiano grosero gritó: —¡Negro, traé un café!-. El dueño escuchó y decidió echarlo de inmediato.
   El mismo día apareció un aviso: “Farmacia las 24 horas del día, de lunes a domingo, limpia presencia y hablar fluido, únicos requisitos.” Nicolás fue aceptado, quiso saber condiciones de pago, horario, días de trabajo. Los pagos no podían traducirse a números, hasta no conocer el rendimiento del empleado. El horario era corrido, tal cual rezaba el cartel de la farmacia: veinticuatro horas. Las jornadas, de lunes a domingos, incluyendo feriados. El jefe lo informó, mientras le extendía un ambo blanco, de médico antiguo. —Inspira confianza al cliente y resta importancia a su tez oscura.
    Así hablo el tipo, que desapareció en un pasillo blanco sin fin. Tres compañeros ojerosos, le advirtieron que no hablara ni con ellos, ni con los clientes, sólo leves sonrisas. Para ahorrar energía y descansar trabajando, a ellos les había dado resultado.
   Nicolás no quiso pensar, se calzó el ambo y tomó posesión del mostrador.
   Soportó doce horas, pero tuvo hambre, preguntó a la cajera. Mirando el reloj, ella contestó que podía hacer uso del baño y al lado del papel higiénico, encontraría la merienda, cuya ingesta, debía ser simultánea a otras necesidades que tuviera. No podía exceder los diez minutos. Soportó estoico las condiciones y hasta se permitió realizar, todo lo que el cuerpo pidiera, en cinco minutos, dejando otros cinco, para cerrar los ojos en el sanitario. Anteriores trabajos, fueron de catorce horas, oficio tenía.
   Las doce horas restantes, casi se desmorona, pero el personal de mandados, una sola persona, le entregó una pastilla, que lo haría resistir, hasta la otra jornada. Esa vez, le fue mejor, hizo catorce horas y habló con su esposa, cinco minutos por celular. No comió, usó los cinco restantes para dormir, con los ojos abiertos en el reloj.
   Al cabo de cuatro semanas, con catorce kilos menos y la respiración corta, como para un: —Buenos días-, agonizante. Apareció el jefe, le palmeó la espalda y lo felicitó, por su constancia y dedicación. Le entregó un cheque, a quince días, explicando que el negocio no andaba todo lo bien que se esperaba. Nicolás preguntó con timidez, en qué momento podía ir a su casa, para entregar el pago ó el cheque. El jefe puso cara de no entender, pero usó el verso aprendido —El cheque se lo llevará el personal de mandados, que es uno sólo, hasta su propio domicilio-. Se tranquilizó, gracias a los tranquilizantes que tomaba, copiando a los clientes nerviosos.
   Al mes siguiente, su mujer fue a visitarlo, con la excusa de comprar aspirinetas. Él apenas la reconoció, algo familiar tenía, llevaba dos niños que dijeron: - ¡Hola papá! También le resultaron familiares. A esa altura, estaba lejos, muy lejos de razonar y de reconocer. Sólo escuchó la voz chillona de la mujer, que le decía que todos vivían muy bien, pero que no vendría nada mal, que hiciera unas horas extras, para cancelar algunas deudas. Nicolás pensó que la mujer había perdido la razón y por eso tenía dos hijos loquitos, que le decían:-¡Hola, papá!-. Preguntó, a la mujer, si las horas del día, también habían aumentado. Ella asintió y le confesó de su nuevo trabajo. Conducía camiones, hasta la frontera, donde ella y sus hijos, cargaban docenas de niños rubios, para ser vendidos en Capital. Trabajaba a porcentaje. Nicolás, que a esta altura, tomó color azul, preguntó a cuanto ascendía el porcentaje. La mujer, brazo izquierdo con quemaduras de tercer grado, le indicó que los niños teñidos de rubio, eran el pago que recibía.
   De modo tal, que la casa quedó chica para los ochenta niños teñidos y sus dos hijos. Nicolás consideró injusto que sólo le otorgaran ochenta niños y prometió hacer horas extras, para mejorar la situación de su actual familia numerosa, en crecimiento. Habló con su jefe. Antes de emitir palabra alguna, la respuesta fue positiva, era norma de la casa, el trabajo por tiempo indeterminado. Nicolás, lleno de contento, lo abrazó como a un hermano. Cuando el jefe quiso apartarse del empleado tan efusivo, comprobó que Nicolás era de hielo, no se le movía ni un pelo. Se enojó mal y echó el empleado a la calle.
   Cuando sintió que había perdido su trabajo, quedó tirado en la cuneta y emitió sus últimas palabras. Un barrendero municipal, nonagenario y esquelético escuchó las maravillosas palabras de Nicolás: -Muero contento, hemos batido a La Farmacia-.
   El barrendero, emocionado, lo metió en su tubo de recolección, sobre él volcó los residuos del cordón y mirando al cielo gritó, débil:

   —¡Viva la Patria!
                                                                     

sábado, 30 de julio de 2016

A RUMANIA Y UCRANIA, CON AMOR


   En su última visita le tuvimos que decir que no lo podíamos ayudar más, no alcanzábamos a pagar nuestros impuestos.
   Y ahora, con esto del gas diluido, con no sé qué mierda, pasamos frío, sin estufa, con estufa también.  
   —¿Vos te arreglás más o menos?
   Él nos miró y dijo que trabajaba doce horas por día, cuando llegaba a la pensión, caía en el colchón como un paquete. Quisimos hacer un viaje hasta la ciudad de nuestro hijo, quinientos kilómetros, una fortuna en viaje, riesgo de ida y vuelta. Alquilar cochera al precio de un departamento en la Ciudad Infeliz. Comer afuera ni hablar, no existe, ni siquiera tomar un café. Con todo ese costo le mandamos una encomienda y aparecen miedos, si el micro vuelca, si un valijero le roba la encomienda. Y gracias a un país devastado, no veo a mi hijo desde hace un año y seis meses. Lo despidieron del laburo y no conseguía otro, a pesar de su tenacidad. Un cartel decía “Agencia de empleo”. La empleada, con aflicción le dijo que ella también recibió un telegrama de despido, la Agencia de Empleos cerraba porque estaba pasando por un ahogo financiero. En el momento de apoyar la cabeza fuerte contra la pared, mirando hacia abajo las hormigas, trabajadoras incansables, con planta permanente y que a nadie despide. Pasó una chica —¿Te puedo ayudar en algo, te sentís mal?
    Su nombre era Rumania, fijaron una cita, se hicieron amigos y ella le sugirió viajar a Rumania, tenía un hermano ingeniero, tal vez consiguiera algo para él. Tenía más familia en Ucrania, su mejor amiga, su prima Ucrania. Le dieron trabajo, luego de casarse con Rumania. Nunca pensó regresar, sus padres entendieron. Todos los Argentos entienden. Es una multitud silenciosa y cagona. La primera niña que tuvieron la bautizaron Argentina. Parajodal.
                                                                              

viernes, 29 de julio de 2016

UNA ROSA PARA EL MUNDO

                                                               
   Nació en República Dominicana y la tomaron en una casa del country “Favela Rica”. Usaba polleras amplias y largas, se llamaba Rosamunda y tan gorda era, que ocupaba la mitad del living. Color cobre su piel y un pañuelo rojo enroscaba la cabeza. El trabajo consistía en cuidar dos mellizos, que cuando la vieron por vez primera  saltaban y gritaban. —¡Una señora del Circo, lo vamos a pasar re-bien!    Seguían a Rosamunda mientras hacía los dormitorios, limpiaba los sanitarios, con algún mellizo montado en su espalda y otro que la invitaba a jugar afuera. Hablaba un francés fluido, la madre de los niños le pidió que les enseñara algunas cosas rudimentarias o bien hablarles en francés todo el día, hasta que entendieran. Rosamunda rebuznó, cuando esa gente se ponía exótica, ella rebuznaba. Una noche de padres, en un ágape. Los mellizos escucharon que alguien limaba la puerta, Rosamunda se puso en un rincón y dijo a los melli que se metieran bajo sus polleras, que no hablaran, ni se soltaran de sus piernas, había una para cada uno. Eran ladrones educados. Dijeron —Buenas noches, permiso.
   Ponían todos los electrodomésticos, computadoras, televisores, en fila y los introducían en una camioneta. Vestían el traje típico del ladrón fino, enteritos negros de neoprene. Lo último que quedaba para robar, era Rosamunda, uno dijo —¿La llevamos?
   Otro respondió —¿Para qué?
   Y una voz femenina —¿Nos vamos a llevar a la gorda en la camioneta? Mucho circo. Dejen que se quede. Es hora de cortar, así que vamos.
   Rosamunda quedó como una estatua, los niños no querían salir de sus polleras, un poco por miedo y otro poco por el olor a almidón perfumado de las enaguas de Rosamunda. Los padres encontraron la casa robada, llamaron a los inútiles por dos razones, el robo y abuso de mellizos, por una negra dominicana llamada Rosamunda Varet. Rosamunda tenía oído tísico, los ladrones fueron sus vecinos inmediatos. No pensaba informarles nada. —Que se jodan.
                                                      

jueves, 28 de julio de 2016

CORTADO CHICO, GRACIAS


        Tres audaces gritando por sus celulares, al unísono. Uno ponía azúcar fuera de la tacita. Otro se quemó hasta la laringe por ambicioso. El tercero corrió al baño y volvió enseguida, tenía blanco en sus fosas nasales, jabón no era.
      En el extremo opuesto cinco prudentes. Ninguno monopolizaba la charla. Las voces precisas y los oídos atentos. Tomaban despaciosos su cafecitos. Sobre el ventanal una pareja enfrentada. Ella miraba hacia fuera, parecía no estar. Él hablaba todo el tiempo, en los espacios agotados daba pitadas a una colilla apagada. Ella se fue sin saludar, mientras él, con premura, tomó de un solo trago el café que ella dejó. De pie arrojó a la mesa un bollo de dinero arrugado. Salió rápido tras alguien diluida entre la gente.
      En el fondo cuatro mesas se juntaron, docentes decentes cacareaban encimado y tomaban sus cafés como si fueran copas de licor. Niños hiperkinéticos recorrían todo el lugar, hicieron caer la bandeja llena del mozo y al mozo también. El dueño tomó a los monstruos de los brazos y preguntó quienes eran los padres. Nadie los reclamó.
     La mesa de privilegio la ocupaban dos sacerdotes y un civil, de traje caro. Tenían pinta de Opus Gay.
      Cada café es un templo diferente. Este que asisto me gusta por lo ecléctico y porque el café es Cabrales. Es el lugar donde pienso, resuelvo ideas, proyecto, organizo. Detesto que llueva. La nostalgia, que considero un sentimiento odioso, me llena de tristesitud. Me obliga a mirar las gotas que se estrellan en las baldosas. Me nubla los ojos y cae una lágrima. Soy una boluda.
                                                             

miércoles, 27 de julio de 2016

SALOMÓN


      Vivían de los frutos de la tierra, en Checoslovaquia, cerca de Trebisov. Los labriegos, con sus herramientas sencillas, hicieron un pozo redondo y profundo. Los soldados pusieron hombres, mujeres y niños en los bordes. La metralla se ocupó de llenar aquel agujero, con un pueblito entero. Salomón, cuando escuchó el retiro de los motores, trepó entre cadáveres hasta encontrar el cielo. Tenía doce años, único sobreviviente de un pueblo de muertos y casas en llamas. Corrió de aquel espanto, a través de aldeas en llamas, como la suya. Siguió corriendo entre abedules de terrenos salvajes. Su primer tropiezo fue providencial, un carromato de familias judías que lo adoptaron de inmediato. Historias más, historias menos llegaron cruzando el océano al puerto de Buenos Aires.
      A los noventa y cinco años dormitaba en una hamaca primaveras y veranos. Nos saludábamos, pero nunca hablábamos. Era un viejo hermoso, de pelo blanco y ojos color cielo. Cuando nació mi hijo, Salomón preguntó su nombre  y sonrió cuando le dije: – Simón. Tomó sus manitos y besando su frente dijo: - Shimele, bonito nombre. Luego me enteré el significado, era un diminutivo, Simoncito. Todos adoramos al abuelo Salomón, su memoria era prodigiosa, pero nunca contó el horror de su pasado. Vivía con su nieto, que es el padrino de mi hijo, además, entrañable amigo.
      Una noche de invierno, el abuelo Salomón decidió vivir en el cielo. Hubo que enterar a Simón. Con apenas cuatro años, caminó a su cuarto y desde allí se escuchó su vocecita, diciendo que no quería tomar la leche ni asistir al jardín, hasta que el abuelo Salomón volviera.

                                                                     

martes, 26 de julio de 2016

RESCATE

                                                                                       
   Grafiteaban las paredes, desinflaban cubiertas, vaciaron una bolsa de consorcio en el medio de la plaza. Los llevó la Policía silenciosa de la noche.
   Recibió el llamado Molly, madre de Martín, uno de los menores. Fue caminando hasta la comisaría, corriendo y llorando. La atendió el Oficial Pirulo y dejó que viera a su hijo, estaba temblando y tenía golpes en todo el cuerpo, se abrazó a Molly y los polis no lograban despegarlos. El Oficial Pirulo tomó una decisión. Los dejó libres a los tres. No tuvo problemas laborales. Estaba él, solo y dejó que se borraran antecedentes. Los otros dos chicos, también golpeados, le pidieron que no contara nada a sus padres, ellos dirían que fue una patota por la calle.
   Cuando llegó a su casa, Martín se quejaba de dolor, las bolsas de hielo no servían, los calmantes tampoco. Llamó a una ambulancia, lo pusieron en terapia intensiva, no reaccionaba por más que Molly le pedía que abriera los ojos, esto no sucedía. Se tomó de la cama y esperó al médico de la mañana, no fue, había una enfermera que sólo le tomó la presión, la fiebre, antes de retirarse sugirió a Molly que fuera a dormir.
   Ella permaneció de pie junto a su cama, esperando la ronda mañanera de los galenos. Había un partido del mundial de Foot-ball. El Hospital quedó vacío de médicos.
   —Mañana vienen -Dijo la Enfermera- luego de esos ritos para nadie.
   —¿Cómo me dice “Mañana vienen”?  como si de proveedores se tratase!  ¿Usted quién es?
   La Enfermera era personal de limpieza.
   Molly llamó con un grito —¡Martín, abrí los ojos!¡Vamos a casa!...¡Despacio, levantate. Esperá que desconecto esta porquería. Listo. A caballito de Mami.
   Martín subió y Molly lo introdujo al auto, mientras la Enfermera, con la cabeza descansando en la escoba, pensaba, no se sabe qué pero pensaba.
   Martín se metió en su cama, pidió el control remoto. Si un pos-enfermo, te pide el control remoto, hay que darle el alta. Así lo decidió Molly.
   Fue hasta la Comisaría, pidió hablar con el Oficial Pirulo.—¿Sabe Oficial Pirulo? Vengo a decirle, que los que pegan, pagan.   
                                                   

lunes, 25 de julio de 2016

PROVIDENCIAL

                                                                               
   Nuestra madre, buena como el pan que amasaba, vivía un mundo paralelo, éste le resultaba ajeno. Hablaba de Boris y Rafa, dos hermanos más grandes que nosotras y le brillaban los ojos.
   No los conocimos, estaban tan lejos. Ella decía Marbella, o tal vez India o trabajando en alguna isla caribeña. Susi, mi hermana, moría de envidia. Un día, ya crecidas, le preguntamos si no gustaría que viajáramos a ver si los encontrábamos. Dijo que no, además el viaje era caro, aunque la Abuela tuviera ahorros en dólares. Hacía tiempo la Abuela había ofrecido su dinero. La negativa de mami fue contundente. Además no tenía ganas de perder dos hijas más, ni siquiera por unos días.
   Realizamos una consulta con un abogado de prestigio y buenas conexiones. Nos informó acerca del destino de Boris y Rafa. Volvimos en tren, sin hablar. La decisión de no contarle a nuestra Mami quedó encerrada en nuestra cocina, donde cantaba y amasaba. Apenas saludó, nos mandó a lavar las manos para comer bajo el aromo. Terminado el almuerzo pidió silencio para dormir sus quince minutos de siesta. Nos dijo que Boris y Rafa le mandaban mensajes en sus sueños. Ahora vivían en Australia, el año entrante viajaban a Dinamarca.
   Estaba contenta con sus hijos itinerantes. Nuestra Madre se había instalado en un planeta, donde no entraban el horror ni el espanto.
                                                                                     

domingo, 24 de julio de 2016

DESPOSESIÓN


    Las musas no están conmigo, huyeron. Entiendo, ellas deben protegerse del cuento. Domingo era un hombre callado y quieto, como los domingos. Si alguien golpeaba su puerta, primero aparecía un brazo con un mate, ofrecía un banco artesanal y él sentado en la silla matera. Si le dirigían la palabra él contestaba mm…uuy…ay…la duda, si el agua ya estaba “mm”…, si el mate rebasaba y caía parte al piso “uy” y si se quemaba “ay”. Domingo era un hombre rico. Vivía en una casa de mármol blanco, con columnas tres estilos, dórico, jónico y corintio. Una noche lo atemorizaron ruidos nuevos, decidió rodear su casa con paredes de cemento y rollos de alambre de púa. Cuando terminaron el trabajo, durmió como un ángel, hasta que empezaron ruidos leves, que se hicieron más intensos. Domingo pensó en diferentes animales que rodeaban las nuevas tapias, no se le ocurría ninguno que llegara hasta tan alto. Le indignó su propia cobardía. Abrió las puertas y por todo el tapial asomaban luces pequeñas. Domingo que nunca hablaba preguntó ¿Quién es? No hubo respuesta. Llevó la escalera y trepó a mirar, las luces pertenecían a caras tristes, deseosas de comer, tomar agua, algo.
   Una de las caras empujó la escalera sobre Domingo. Alcanzó a ver cómo entraban en su casa y comían todo, abrían vinos. Cuando la comida se terminó, seguían con hambre. A Domingo le sangró la cabeza, se formó un círculo con Domingo al medio. Nunca lo habían hecho, el hambre, como el corazón no necesita razones.
   El círculo se estrechó. Domingo era un hombre rico, aún sin cocción ni condimentos.
                                                               

sábado, 23 de julio de 2016

RENACER CON CUSTODIO


   —¿Porqué me salvó la vida?, es usted un perverso, contradijo mis deseos, odio la vida, no quiero permanecer en un mundo de mierda, que sólo implicaría más mierda. Nadie me quiere, yo tampoco quiero a nadie. A usted en especial, lo detesto, custodiando mi puerta con el disfraz de policía. ¿Sabe lo que es mi vida? Murió toda mi familia, el Tío Ramón, pasando la trilladora no vio a uno de mis primos. No cuento más porque siento puñaladas en toda el alma. Señor Cabo Capitán, anoche me pasaron las mangueras y salió toda la poción que yo misma preparé, me faltó un ingrediente, se ve. Dejaron mi interior limpio, pero conmigo no van a poder, la próxima será la definitiva.
   —Señor Cabo Capitán, déjeme salir de este Hospital deprimente, es como para tirarse del balcón ya!
   Se condolió el Señor Cabo Capitán, ella se vistió de persona con ganas de vivir. Esto último le costó. El Señor Cabo Capitán la llevó hasta el patrulla. Es raro que éste me salvara la vida, siempre pensé que se dedicaban a suprimir vidas. Me depositó en la puerta y se retiró haciendo ese gesto  similar al hitleriano.
     El Señor Cabo Capitán tocó timbre, atendí en bata. Estaba cubierto de flores multicolores. Le di las gracias y por educación lo hice pasar. No llevaba uniforme. Acomodó las flores en distintos jarrones. Tenía un inefable buen gusto. Cambió mis sábanas. Sirvió el té. Se fue diciendo hasta mañana. Algo cambió dentro mío, esperaba con ansiedad su visita. Puse a mi preferido Yo Yo Ma y la música me llevó a la ducha y a vestirme de princesa.
   Apareció con dos maletas enormes. Nos casamos.
   Renunció a la Policía. Hace diseño de interiores.
   A mí me diseñó un bebé, que vive en mi panza, espero que no nazca haciendo la venia. 
                                                               

viernes, 22 de julio de 2016

1968

                                                                 
    El accidente ocurrió a trescientos kilómetros de Río.  Seguro que se pasaban la cachaça de uno a otro para combatir la boca seca del charuto que escondía noctilucas. Bartu conducía, era el más viejo de la tribu. Escribanos hartos del estudio compartido, decidieron visitar el mejor lugar de la tierra, cuando Buzios era una aldeita de costas recortadas y sin nadie.
      Tenía que viajar el pariente más cercano de cada uno para el reconocimiento. De la familia fui yo mismo, el Bartaburu del medio. ¿Porqué el del medio es el que hace los mandados, hasta para ver si mi hermano muerto era el muerto? Mi primer viaje en avión. Un jet de Varig, ni cuenta me di de la experiencia. Whisky tras whisky me tranquilizaban del dolor y de la bronca. Cuando lo vi se me aflojaron las piernas y en lugar de llorar me reí a carcajadas, no lo pude creer. Le habían pintado la cara con una base marrón, mejillas rojas, los ojos cerrados, pestañas largas postizas, la boca tenía rouge colorado y dibujada una sonrisa de payaso. El pelo me mató, se lo habían teñido de azul francia, la cabeza rodeada de tules amarillos y violetas. Las manos cruzaditas en el pecho, con las uñas pintadas de rosa intenso. Así era la costumbre con los muertos allá en Brasil, el país que más amaba Bartu. Tal vez para tapar el blanco que da la parca. Salí del lugar y no podía parar aquella risa. Firmé los papeles y me vine. Bartu venía con el equipaje de los vivos. Siempre decía que cuando muriera hicieran una fiesta bien divertida, con música de Pink Floyd al mango, Janis Joplin y que no faltara Vinicius.
      Un infierno aquel velorio, había tanta gente que faltaba un pucho más y todos moriríamos de asfixia. Mi madre llevó la crema Pond’s en la cartera pero no pudo limpiar nada, la pintura parecía definitiva. Mi tía Petete compró rosas blancas para tapar un poco tanto grotesco. Pero el color de Bartu pudo más que todo. Le salió bien, murió como quería, con amigos que lo vieron y lloraban de risa hasta doblarse. Mi hermanito, el Bartaburu adolescente trajo el equipo y la música, bien fuerte, echó a todos los viejos indignados. Cuando no dimos más, ocupamos los sillones y ahí sí lloramos todos, eso estuvo de más, diría Bartu.

      En medio de aquel momento de comunión trágica, cayó el nabo de Pushkariov y dijo humedades, como siempre. Se disculpó con todos por haber llegado tarde, le dio un beso en la frente al Bartu y salió gritando que mi hermano era de mármol, más frío todavía. Pushkariov entró en el baño de inmediato y lo escuchamos vomitar. Para tapar el asco del imbécil pusimos música de nuevo, esta vez Bob Dylan, que nos llevó soplando en el viento y pareció que Bartu estaba entre nosotros.
                                                                    

jueves, 21 de julio de 2016

NADA MÁS


  — ¿Ya cerrás el kiosco? ¿Viene el gordo?
Lo vio parado, con los brazos que le colgaban y las llaves resbalando de los dedos. Igual que siempre, flaco, con anteojos negros, en la parada del micro. —Cerré porque me avisaron que se murió mi hermano, tengo que ir, me dijeron.
Rafa tuvo un vahído, el sol, la respuesta, lo abrazó y el flaco nada, liso, serio. Paró el micro y subieron juntos. No soportaba aquel silencio desconectado:
— ¿En serio murió? ¿Yayo, el más grande?
El paisaje pasaba, sólo andaba. El flaco ausente y ciego, escuchaba preguntas entrecortadas, absurdas.
— ¿Y de qué? ¿Qué le pasó?
Lo miró y pensó que Yayo tenía razón: Rafa era boludo.
— Murió de accidente, eso me dijeron, en Brasil, en la curva de no sé dónde mierda, había dos chicos más de La Plata y no sé más nada.
Se sentaron juntos, el micro estaba vacío, el chofer miraba por el espejo pensando qué lindo ser joven un domingo como éste, esos dos ahí sentados, con el tiempo libre por delante, cuando Rafa inquirió:
— ¿Los otros también murieron?
El flaco casi vomita y se largó del micro en Plaza Italia. Le dijo:
— Vos quedáte, loco.
Rafa siguió en el micro, sin entender, nada diferente, él nunca entendía. El flaco caminó la sombra del ombú, los pinos y se sentó en un banco. Dos cuadras y su casa. Qué importaba. Ahora qué importaba.
                                                             

miércoles, 20 de julio de 2016

PELONCHOS


   —Andá así nomás, Ruti, ¿te vas a depilar ahora, que casi es la hora?
   Ruti la miró con odio —Si vos sabés cuál es mi problema, me quito todos los pelos del cuerpo y vuelven a crecer en tres minutos, no les gusta estar bajo la piel, quieren aire. Los conozco de memoria.
   Vani le cepillaba el pelo —El tipo es pintón y dijo que te quiere, hoy va a estar con vos, desnudo, si el termómetro sube, desnudáte vos también, ¿pensás que bajo esas circunstancias va a mirar si tenés pelos o no?
   Mientras subía al auto, él la esperaba con violetas y un beso de nube ansiosa. Cuando se acostaron juntos, él le  pasó la lengua por todo el cuerpo, le quedaron pelos en la faringe, laringe, esófago y entredientes. Se le formó una madeja dentro de la boca. El tipo, le decía que era una mujer mitad gorila. Un fenómeno de la Naturaleza, pertenecía a la época de los dinosaurios. Ella lo vivió como un elogio y con todo cuidado enrolló los pelos que lo asfixiaban. Usó el cuchillo con menos filo e iba enroscando la madeja, hubo inconvenientes, él se movía mucho, Ruti le lastimó el paladar, la lengua y la faringe. En una distracción el cuchillo le arrancó una muela de raíz. El tipo manaba sangre por la boca, Ruti llamó una ambulancia, después de introducirle una toalla de bidet dentro de la boca.
   Por la mañana vino Vani, exhausta de correr, le mostró la foto del diario. Una persona entró al hospital con heridas múltiples. Los galenos diagnosticaron que no era humano, era un gorila que escapó del zoológico.
   —Es él, no hay duda, le contagiaste el “Crecipelo” y ahora está en una jaula del zoo ilógico.
   Todas las tardes Ruti iba a visitarlo, se amaban a través de las rejas y se decían cuánto se amaban. De noche ella se metía por una pequeña puerta, se besaban y abrazaban como gorilas en celo.
   Se extrañaban, Vani conocía al veterinario del zoo, relató la historia, el Veterinario se emocionó tanto que los rasuró a los dos y usó su camioneta, para dejarlos en plena Selva Amazónica. Allí crece todo, en tres días eran dos gorilas felices, recorriendo la selva en lianas.  
                                                                               

martes, 19 de julio de 2016

EZEIZA

                                                                             
   Esperando en las cintas sus valijas, sacó unas muy parecidas, cuando se retiraba aparecieron dos personas de Policía Aeronáutica. Lo encerraron en la habitación de los sospechosos, le preguntaron de donde venía, a donde iba. Pasó por la humillación del desnudo, siendo revisados todos sus orificios, lo dejaron vestirse. Se sintió más seguro, pero recordando que nunca hay que subestimar al enemigo.
   —Si quieren revisar mis valijas, para estar seguros.
   Cuando las abrieron no tenían sus libros, sus remeras viejas ni su equipo de hombre rana, ni su equipo de correr. Había tres kilos de heroína, cincuenta kilos de cocaína y pastillas de colores, de las que agregan a la birra los chicos en los boliches. Dinero, por supuesto euros, casi un millón.
   —Acá hay un error groso, esas porquerías que traslado no son mías. Y ahora que miro, ni siquiera estas valijas son las que traje.
   —Ustedes son los encargados de vigilar a estos delincuentes, deben estar lejos, mientras ustedes perdieron el tiempo conmigo, yo extravié mis maletas y su contenido. Presentaré la queja pertinente a quien corresponde y haré una denuncia en la Policía Federal. Luego viene el juicio, conozco gente importante.
   Los Aeronáuticos quedaron blancos de miedo, pidieron disculpas y que no presente ninguna denuncia o ellos quedarían sin trabajo.
   —Acá le entregamos las valijas, no sabe cuánto se lo agradecemos.
   Salió del aeropuerto, había dos autos negros, impenetrables.
   Él tomó una valija y la metió en el auto, dijo 
—¡Rajá!
   Después subió al otro auto, con la valija restante, manejaba su hermano. Esto se lo debemos a que los argentos somos degenerados, pero ingenuos.
                                                        

lunes, 18 de julio de 2016

RELACIONES PÚBLICAS

                                                                                          
   Detesto las mujeres, no sé si porque somos tantas hermanas, más mamá y mis tías y las hermanas de mi padre y los colegios de hermanas, con compañeras mujeres y profesoras mujeres. Tengo un primo varón, pero es afeminado. No le quedó otra.
   Estudio para premios de tiempo libre. No cuesta nada, escucho las zarandajas de las profesoras y me quedan registradas. Con leer dos horas por día me recibí con el mejor promedio, casi once, como dice la ambiciosa de mamá. Empecé Ingeniería de Sistemas, tengo el mejor promedio de la carrera. Los tipos me detestan, con la misma intensidad que a mí me encantan. El más perverso compite en todas las materias y le gano. Sin querer, sucede. El perverso me quita el hambre, he llegado a sentarme pegada a él. No me da bola, hasta parece tener asco de mi cercanía. Es el único tipo en la vida que no me puso diez en nada.
   Vinieron a comer amigos de mi viejo. Uno le va a otorgar un cargo alto en el ministerio de economía. Me invitaron a compartir la velada con ellos, sin mis hermanas. Saben que puedo monopolizar cualquier tema y dejarles sueltas las mandíbulas. Para eso quieren mis viejos que esté, para hacerlos quedar bien con la hija genia. La única que sabe cómo y cuándo hacer y decir lo que corresponde. Lo que los otros quieren escuchar de una joven. El valor agregado de ser alta, rubia, de ojos celestes, indumentaria elegida por mami, que hace de mí una persona distinguida y todas esas boludeces que me joden la vida mientras ellos se enorgullecen.
   Hoy el perverso preguntó delante de todos mis compañeros si yo les parecía frígida. Un bochorno, fue un “Sí” unánime.
   Durante la comida pensaba en él, mientras me hacían preguntas, una tras otra. Encima, era el bufón que debía entretener los vejestorios. Hice hasta dónde pude. Una señora muy distinguida, la mujer del tipo que conseguiría el curro a mi viejo, preguntó qué es lo que más me gustaría hacer en esta vida. Se hizo un silencio de ángeles, donde todos giraron sus cabezas esperando una respuesta que no llegaba. Pensaba en él, su sonrisa. Mi madre, con cierta premura, insistió para que responda. Miré a la señora y me pareció la cara de él, contesté con seguridad universal:
   —Coger, es lo que más quisiera en esta vida y estoy convencida que es lo que más me gustaría hacer.
                                                                       

domingo, 17 de julio de 2016

AFLICCIÓN FLEX


   Una mujer con cara de aflicción, hecha un nudo en un rincón del sillón. Me senté a su lado y le dije que todo en la vida llega y se va. Pensé que una oración extraída de un libro de auto ayuda, mejoraría su desánimo. Me arrepentí, era una frase multiuso, “sirve nada”.
   Se abrió la puerta de un consultorio y asomó la cabeza del Psi Ganaguiso —¿Qué pasa aquí? En una sala de espera, debe reinar el silencio.
   Esperé mi turno, el Psi me contó la historia. Éste es un caso especial, se trata de una mujer que nació con la posibilidad de anudarse, todo el cuerpo, hasta llegar a ser una pelota de Foot ball. La pateaban donde fuera, los chicos de la plaza consideraban que la mujer nudo era la mejor pelota para jugar.
   Le hacen rehabilitación, hasta ahora lograron que el índice y el meñique no se anudaran más. Los brazos llevaron tres meses con inyecciones “antinudo”, las piernas dieron trabajo, parecían defender su virginidad.
   Hicieron viajar a un especialista chino, el Doctor Chin-no, en tres días la paciente caminaba. Viajó a Estados Unidos para despegar la cabeza del ombligo. Fue notable, hay que sacarse el sombrero, los yanquis son los mejores. Ella sintió que debía reparar su vida de pelota. Llegó a ser primera bailarina del Teatro Colón. Hacía lo que su cuerpo le pedía, tenía una apertura de trescientos grados, saltaba casi tres metros impulsada por su fuerza interior, caía en el escenario sin emitir ningún sonido. Hubo veces  que ella, ya en el suelo, parecía seguir volando. Su último trabajo fue ser pelota de nuevo.
   La encontré en la sala de espera, hecha pelota.
    Ya no la número cinco, sino una de tenis. Sólo me salió decirle, —Todo en la vida llega y se va.                                                                                                                                                                                       

viernes, 15 de julio de 2016

CON TESTIGO

                                               
Me dice que me repito, yo le muestro igual por ser mi único testigo. Vuelve, con mirada ligera, a decirme que me estoy copiando a mí. Que me invente de nuevo, otra cosa, otras palabras. Es hipócrita. Qué tendría que decir yo, que miro cómo tiende la ropa, de menor mayor, todos los días de su vida a la misma hora. Si llueve es igual, pero adentro, con cordeles, ideales para rodear su cogote y terminar con sus opiniones sin pasión.
Le leo algo nuevo, distinto y con un final desopilante. Dice que resulto un tanto vulgar, carezco de ergometría vital y soy obvio. ¡Qué zorra! Ella jamás me preguntó qué pienso de su cotidiano trabajo. Tiene todo armado, barrer, gamucita con blem, la Srta. ódex limpia el baño todos los días. Todos. Anormal su sinergia de tender camas, cortar el césped, descongelar la heladera, bañarse rápido para no gastar agua, gas y tiempo. Y a este engendro yo le leo. Qué soledad desgraciada, la mía. Es tan simplota, que por eso la dejo juzgar mis escritos. Cruel por ingenua y honesta porque fue obligada por generaciones. Igual me sirve, no le tengo vergüenza, eso para mí es fundamental. Podría dejar sus controles digitales y ponerse gamba, no digo que me mienta.
Pero que cambie algo, hoy que no lave la cocina, que me diga hasta luego y yo levantando los ojos, la vea salir en pelotas a la calle, para volver vestida, sin dar explicaciones.
No sé, que invente algo nuevo. Seguro que la yegua es una putita encubierta. Eso me sería útil. Eso me haría escribir mejor. Por las dudas le voy a preguntar qué le parece.
                                                                   

jueves, 14 de julio de 2016

CUARENTA MILLONES DE BOLUDOS ¿O MÁS?


   —Rovira, no tengo el dinero que me prestaste. Lo gasté todo, pensé que algo quedaba, después recordé que me olvidé el vuelto al lado de la cajera, que negó todo. Plater, sin escuchar al otro, le exigió la devolución —No tengo ni para pagar a mis empleados!
   Rovira miraba la vereda y pisó en plena deposición de perro, al mismo tiempo que una paloma le cagó la cabeza. Pasó un vecino amigo y propuso tomar un café, cuando sintió la baranda el vecino amigo dijo —Lo del café podemos postergarlo, te noto triste, ¿porqué no vas a tu casa y te duchás? Eso te va a levantar  el ánimo.   Le dio tanta bronca, parecía un “anda a bañate”. Rovira vio la fuente municipal celeste como el cielo. Se sumergió como en un baño de inmersión, con ropa puesta. Hizo la plancha hasta quedar impecable y la fuente, marrón. Se secó al sol y ahorró en tintorería. Sus pasos seguían las hojas de los árboles, fueron interrumpidos por la dictadura de su mujer. Le pidió dinero, —No tengo nada, pero nada, me vi obligado a evitar personas que les debía sumas importantes. El que me cazó fue Rovira, es un perro, con mal olfato. No le pagué. Se hizo tal maraña de acreedores y deudores que llegaron a no reconocerse entre ellos.
   Siempre la ligaba alguien, los jubilados fueron los más castigados. Un nueve de julio, día de nuestra Independencia y el diez de julio festejaron el día de las Operaciones Financieras.
   Llegué a casa y me habían robado todo, ése fue Rovira. De inmediato pedí a la policía que mandaran un móvil, había…no me dejó terminar el yuta. Todas las fuerzas armadas, guerra, policía y demás cúpulas se encontraban en la plaza festejando el día de la Patria Financiera. Los escolares remontaban billetes hechos en tela con el número 0.

   No pude conmigo, me emocionó hasta las lágrimas. 
                                                         

miércoles, 13 de julio de 2016

NO ALCANZA


   La Tere, la Luisa y la Carmen, se conocían desde las panzas de las madres. Nacieron en Abril, con días de diferencia.
   La Luisa criaba los hijos de la Tere, le venían seguidos los embarazos. Era muy católica, decía que recibiría todos los hijos que dios le mandara.
   Total, la amiga, sola, le criaba los chicos.
   Uno salió con la cara del carnicero, otro era igual al verdulero y el panadero, que lo reconoció enseguida porque le faltaban los dientes a los dos.
   La Carmen hacía los mandados y no le cobraban nunca. Ella pensaba que la Tere traía disgustos y provisiones. A medida que los gobiernos les comían los bolsillos, pasaron a la categoría de indigentes. La primera afectada fue la Tere.
   Las dos amigas que la ayudaban, ahora trabajan doce horas o hasta catorce.
   El carnicero se dio piñas con el panadero, que decía ser el padre del bebé de Tere, salió el verdulero, anunció que otro de los niños era suyo, el Intendente tuvo que reconocer que era otro, sólo una coincidencia de parecido. En una semana, cada padre reclamó su hijo. La Tere se los entregó y se alegró. Sus amigas le preguntaban cómo podía estar contenta sin sus hijos. Ella se miró al espejo y dijo que recibiría todos los hijos que dios le mandara.
   Hasta el cura tuvo un hijo con la Tere. Es raro ver en la plaza una persona alta, con sotana, paseando con uno de tres años, vestido con sotanita.  
                                                                               

martes, 12 de julio de 2016

QUINTINA MOLDAVA


Libros, jamás apuntes. Fuma hasta las cuatro de la mañana, no prepara mate, para estudiar sin interrupción. Apaga el celular. Si tocan el timbre, no atiende.
Fuma, lee, fuma, lee, fuma. Levanta la vista y nota que el humo permanece, no hay aire. Le recuerda un mar sin olas ni espacio, pero mar al fin. El agua es el humo que se queda y no se va. Por último cierra el libro que robó a la mañana y devolverá mañana. La librería es de su amiga, pero no quiere pedir prestado, robar la atiborra de adrenalina. La amiga, que se cree tan piola, ni cuenta se da del hurto y la devolución la encuentra siempre de espaldas. Quintina se acuesta al lado de la tabla devenida en escritorio. El último autor de consulta es un tipo sabio, sencillo y cosmogónico. Se acuerda de todo. Que le pregunten nomás, le apuesta a un nueve, no al diez, porque el jefe de la catrera, no, de la cátedra es un infeliz que nunca califica más. Una vez explicó la ausencia del número, Quintina no quiso escuchar pavadas, fumó sin que el tipo la viera. Olvida apagar la luz, no duerme, se desmaya.
El despertador la aturde, abre la ventana que da al baldío arbolado, donde cantan los zorzales imitando a las calandrias, de sonidos agudos. Tienen humor los zorzales, hasta se burlan del chimango. Le dan ganas de quedarse a escuchar ese concierto. Decide no bañarse, se cambia el calzón y le pone desodorante al buzo. No le gusta echarse en las axilas, es malo para la piel. Tiene teorías al respecto. Quintina piensa que el cuerpo elimina el agua que le sobra por las axilas. Tiene mal olor, dicen algunos y fruncen la nariz ante la sola idea.
Viene el micro repleto, ella se sumerge, la gente que la rodea está triste y ausente. No mira más a nadie. Hoy se levantó de buen humor y le dio miedo el contagioso miedo de los solos. La dejaban sin aire. Peor que los puchos, esos van a los pulmones, los otros producían impotencia y derrota. “- Moldava Quintina…” llamaron, ni tiempo a ponerse un chicle. Tendría que hablar de lejos, apuntar con sus respuestas hacia otro lado. Tal vez para los idiotas, la baranda costara un triste siete. Entró al claustro, erguida y soberana. Quintina era más bella que los cánones vigentes, tanto que nadie hubiera imaginado que hacía tres días que no se bañaba y dos que no cepillaba sus dientes. Sonrió como Mona Lisa y habló todo el tiempo el tema de su tesis. Miraba a los ojos a los tres analfa que la escuchaban con atención o le miraban las tetas, Quintina no estaba segura. Dejaba silencios acotados, pensando lejos y mucho. Recordó un capítulo que todo el mundo eludía. Tenía complicaciones que Quintina desentrañó mejor que “el catedral”, así bautizó al catedrático. Dijeron “suficiente”, con gestos de “quiero más”, los tres le dieron la mano. El catedral en persona la informó de su evaluación:”—Diez”, la beca era suya.
Volvió caminando para ensoñar los tres años en Praga, no la nueva de los semáforos, sino la vieja, de la memoria. Pasó por la librería de su amiga y le dejó el dinero del libro, el primero que compraba, el diamante de su tesis. Prendió un pucho y lo fumó apretado entre sus dientes. Abrió los brazos como alas para vuelos solitarios. Le molestó que los edificios taparan el sol. Escupió el cigarrillo en las escaleras del subterráneo. La manifestación de cada día le cerró el paso. Le dieron ganas de gritar lo que gritaban. Cortaron la avenida y llegó la policía. Vio mujeres llorando y hombres desesperados. Algo similar a un micro sin ventanas la llevó a Quintina y a otras personas, que insultaban sin defensas ni esperanzas. Le preguntaron su nombre y ella dijo no recordar nada “-¿Y tus contactos, querida?”, interrogó una voz lejana y malvada. No pudo responder, le llovieron inesperadas patadas y golpes. Les molestaba su risa desenfadada y la postura de ausente. La encerraron con las putas, que curaron sus heridas y le prestaron consuelo.
No supo cuántos días fueron. Apareció en la entrada de su casa. El portero y su mujer la subieron, le dieron unos tecitos y bolsas de hielo, llamaron un médico que diagnosticó dos costillas rotas y contusiones benignas. Logró reponerse, pero débil quedó. Su amiga de librería le preparó la valija y todos los documentos que le mandó el decanato. La bañó con dulzura, la vistió de persona y la llevó al aeropuerto. Cuando el avión despegó, pudo ver a su amiga que saludaba a dos manos. Quintina observó cómo Buenos Aires se alejaba gris y sin luces. Cuando prendió un cigarrillo, todo el avión fue un solo grito. Lo apagó de inmediato. Le dio vergüenza y cansancio. Su compañero de asiento le extendió una frazada y reclinó la butaca. Él también, becado y su lugar de destino : Praga. Quintina sonrió al tipo, buen mozo…diverti- zzz y atina-zzz.

Durmió profundo, como si alguien velara su sueño, por primera vez.
                                                                            

domingo, 10 de julio de 2016

ENCUENTRO MI DESTINO


   Limpiar las vidrieras, bueno, lustrar los escritorios, bueno, limpiar los baños, un asco, bueno. ¿Es necesario que deba hacer esta porquería para ser libre? Vivo en carpa, necesito comer, combustible y demás. No puedo largar ahora. Antes ahorraba, ya no. Tomo alcohol como un beduino (suponiendo que los beduinos sean alcohólicos) para olvidar dónde trabajo. No pienso en el privilegio de dormir en carpa, sólo duermo hasta la hora en que empieza el laburo. Hoy me largo, emprolijo mi mochila, que consiste en poner todo hecho un bollo. Y busco mi destino, sin encontrar destino, es como estar en el camino incierto. Había que continuar, la línea del horizonte y después el GPS me diría. La voz hispana dijo  —Salte el alambrado, siga derecho si no lo siguen.
   Me esperaba una mujer vestida al estilo siglo XVIII, desgarrado, tenía un pecho afuera y un bebé colgado del mismo. Atrás venían siete chicos que gritaban,— ¡Mamá! ¡Mamushka! ¡Mámele!
   Tenían formas extrañas de llamar a su madre.
   Cuando él armó su carpa, con el consentimiento de Iris los siete niños durmieron en la carpa. Y a él no le quedó otra que dormir con Iris. Se desvelaron, ella le contó que sus hijos eran todos de distinto padre. Si esa noche, se le ocurriera hacer el amor, tal vez sería el padre del próximo. Mis deseos de irme de ese lugar fueron incontenibles. Hablé con la del GPS y le dije que era una pelotuda. Contestó —Gire a la derecha. Iris resolverá.
   Iris lo esperaba con una panza importante —Éste es tu hijo.
   Le hizo apoyar la mano. —No dan los tiempos, Iris, éste tiene otro padre.
   Iris le contestó desde su panza —¡No importa si sos o no! ¡El chico tiene que tener padre y punto! ¡Punto!
                                                                

sábado, 9 de julio de 2016

PSI MANGARITO


   — Todos los tipos huyen cuando me ven llegar, es más, ninguno me dirige la palabra. Y es porque soy fea, fea sin solución…
   — Continúe, Petunia, no se detenga.
   — A mí me da lo mismo cualquiera, alto, bajo, tuerto, desagradable, sucio, me da lo mismo.
   Soy fea pero amplia.
   — Permita que lo rubrique, su amplitud es apabullante.
   — Ud , Dr. Mangarito, ¿supone que no se acercan porque los apabullo?
   — En este tiempo de la mujer perfecta, no podemos pasar por alto, que la fealdad produce estampidas.
   — ¿Y la parte de adentro de una, el espíritu, la nobleza de sentimientos, la vasta cultura, la lucidez, la inteligencia, no son atributos para que alguien se enamore?
   — Decimos que hoy, lo más importante, es el envase. La calidad humana, no le interesa a nadie. ¿Sí? Petunia, no es nuestra opinión, es un equívoco social lamentable…
   — Mi destino es la soledad eterna. ¿No es así Mangarito?
   — Petunia, pensemos que nadie es eterno ¿Sí?
                                                                              

viernes, 8 de julio de 2016

HISTORIA AMOROSA


Limpiaba la casa transformando todo en un espejo. Hacía comidas de elaboración compleja y tendía una mesa con candelabro al medio y rositas rococó cultivadas por ella misma. Tomaba una ducha parecida a una desinfección profunda, usaba esponjas de bronce, para parecer tan espejada como su casa. Cepillaba su cálida cabellera con blem y pomada marrón militar para el rodete. Cerraba su figura con vestidos cándidos y zapatos de taco aguja. Llegaba el marido, que en general quedaba sentado de culo, por los resbalones, en el meticuloso encerado. Ella lo recibía como a un conde, inclinando la cabeza y las piernas ligeramente genuflexas. Se sentaban a las mesa. Él, con las manos negras que olvidaba higienizar, por mal humor laboral y por trasero dolorido. Mientras ella colmaba su plato, él arrebataba la fuente principal y comía con los cubiertos de servir y ambos codos planeando sobre la ingesta, que en tres minutos concluía. Le pasaba la lengua a los platos y a la fuente. Ella escanciaba en su copa un vino bien estacionado. Él le arrebataba la botella, tomando del pico, como un bebé desesperado. Ella ponía música clásica y le ofrecía un cigarro de hoja. Él daba una pitada profunda y eructaba como un elefante en celo. Apagaba la música con un puntapié decidido y la invitaba a escuchar el partido, en una radio pedorra. Ella aceptaba como esclava resignada. Cada gol que no se producía, él le pegaba trompadas en la nariz y en la boca. Ella no decía nada y secaba la sangre, con una servilleta bordada. Cuando el partido terminaba, él le sacaba los zapatos y con los tacos filosos, le tatuaba en la espalda, un corazón y sus nombres.

Ella disfrutaba como loca y pedía más. Era insaciable. Mientras levantaba la mesa, él le clavaba tenedores en los glúteos y le pedía que gritara porquerías que lo excitaran. Ella se tiraba en el piso y él trepando a la mesa, se le arrojaba encima, dando un panzazo que la dejaba sin aire. Él era un hombre bien dotado, que soltaba sus impulsos sin detenerse, toda la noche. Ella moría de amor por él. Al completar aquellas circunstancias, esperaba que se durmiera y llamaba una ambulancia. En el hospital, la conocían todos los médicos, remendaban aquel despojo y la internaban semanas enteras. Él aprovechaba aquellas ausencias, para colmar la casa de putas y borrachos. Cuando ella, bastante compuesta, llegaba a su hogar, encontraba todo limpio y refulgente. Los baños estaban clausurados, llenos de platos sucios y botellas de buen vino, algunas rotas. Siempre quedaba alguna puta en la bañadera, que la abrazaba y le contaba aquel infierno de maltrato. Ella era piadosa, la bañaba en la cocina y le daba plata para un taxi. Él, cuando volvía del trabajo, metía todo en bolsas de residuos. Los recolectores, que sabían de aquella historia, un día que él sacaba la basura, lo agarraron entre cinco y lo compactaron con el resto. La acusaron a ella, por desaparición de persona y sospechas de homicidio con premeditación y alevosía. El abogado penalista, Dr. Gaudio Gastaña, la liberó de sus culpas infundadas, dejándola en la calle y sin un mango.
                                                  

jueves, 7 de julio de 2016

SABER PARA DORMIR

                                                           
Las manos de Bruno temblaban y no las podía controlar. No dejaba de fumar, aunque el pucho le bailara entre el pulgar y el índice, se dio cuenta que “prometer” era una palabra utópica. “Te prometo que dejo el pucho.” Bruno dijo: “te prometo que te voy a querer siempre.”
“Siempre” le pareció una palabra superflua y agobiante. Tiró el pucho al empedrado, recordó que a esa hora, en esa esquina, Raquel pronunció: “Yo también te voy a querer siempre.” Ella lo dijo con el cassette puesto y el énfasis actoral dispuesto a lo peor.
Cuando entraron a la pensión, parecía todo clausurado, menos una escalera, que daba a la pieza sin baño de Raquel. Había olor a extracto de cigarrillos rubios, mezclado con olor a plancha de cocina, sucia. El anafe, estaba conectado a una garrafa, tan triste como el resto.
Bruno sintió que ese lugar le pertenecía, mientras el pucho le temblaba y Raquel preparaba té, en un jarrito cascado. Lo sirvió en dos vasos, como muchas familias judías. Raquel, era judía. Bruno no era xenófobo. Pero lo que menos le gustaba de Raquel, era que fuese judía y que tomara té, en vaso transparente.
Quedó embarazada, los dos quisieron. Fue varón y se llamó León.
La pensión terminó en hacinamiento y discusiones estériles, recurrentes, impotencia, odio.
Raquel y Bruno, convivieron con León, tres años.
Bruno se fue sin decir nada.
Raquel lo supo antes que él y tampoco dijo nada.
Cuando León tenía seis años, preguntó por su padre. Raquel sacó fotos, contó historias y ocultó rencores. León dormía tranquilo, mientras alguien fumaba, con el pucho entre el pulgar y el índice, temblaba y miraba la ventana de León, desde el banco de la plaza, lejos.
                                                     

miércoles, 6 de julio de 2016

LA CICATRIZ

                                                           
   Abro temprano, empiezo la masa, se hace una bola que tiro a la mesa y le doy trompadas y revolcones, descargo mi odio por las boletruchas que hay que pagar y ¡NO QUIERO! Amo este negocio, era de mi bisabuelo y todos se dedicaron al rubro “panza llena”. Tuvieron su prestigio que no les fue quitado, pero yo, huérfano, llevé a crecer este lugar detenido en el tiempo.
   Mis muchachos andaban en malas compañías, cuando se hicieron las reformas, fue una estrategia para alejarlos de los vagos.
   —Bueno muchachos, yo los crié, son grandes, ya es hora.
   El más desfachatado dijo —¿Ya es hora de qué?
   Éste, es el que más me hace subir la presión —De que empiecen a trabajar en lo que sea o dónde sea, espero que no se queden para siempre conmigo. El otro es más para adentro, como la madre, ¡Qué mujer!...
   Entraron dos chicos encapuchados, yo pensé que era por el frío —Vamo viejo, dimo vuelta el cartelito, tá cerrado.
   Nervioso y torpe dijo —Ché manco, encintá este cacho de nada, que yo cargo todo.
   Se llevaron la caja completa y mis ahorros encubiertos con cajas de “Jefferson Mermeladas Antiguas”, euros, dólares, jejenes, trasmayo, macroonda, microbatidora.
   —Fijate si la cinta de embalar agarró bien, manco.
   Cuando miré la mano del pibe, se había destejido media cara. La cicatriz era la misma, la ceja, el ojo, las rastas.
   Era él, se llamaba manco y lo demás. El mejor amigo de mis hijos. ¿Cómo sabían el lugar de escondites bien estructurados?
   Si la madre viviera, podría encontrar consuelo en sus inolvidables cuatro culos…
   Hay una gordita, acá abajo, igualita a mi mujer. Es chica, pero conozco el arte de la espera.
                                                                         

lunes, 4 de julio de 2016

SEMESTRE MACUNAÍMA


   Yo no sé qué pensar y cómo hacer, tengo laburo, necesito otro. Fui para ver dónde estaba la dificultad. Antes quieren un presupuesto. Siempre te dicen que es mucho por un lavarropas viejo. La mujer gritaba —No! No! No!
   Como gallina estilo chillona. Por fin una casa grande, donde debía arreglar el calefactor. Me llevó todo el día, finalicé de noche.
   La dueña me dijo que me tenía que pedir un último favor, no se trataba de aparatos —Necesito dormir con alguien y no una de esas que revolean la carterita.
   Hice que no escuché y le pedí el pago de mi trabajo, ¿qué se creía la vieja, que soy un prostituto? —¿Cuánto es?
   Preguntó displicente.
   —En total son ocho mil.
   La mujer fue al escritorio —¿Puede volver la semana que viene? Le pagaré su trabajo.
   Asomando tetas artificiales me dijo —Ni siquiera fuiste capaz de hacerme el favor. Está bien que seas plomero, de caballero no tenés nada. A una Señora como yo, o a cualquier otra, usted debe hacerle el favor, si se lo piden. Por educación, está claro que usted no la tiene.
   Me abrió la puerta —Andáte.
   Jamás recibí un centavo de la señora putarraca.
   Puse un criadero de gallinas y vivo de mis propios huevos.
   A ninguna gallina se le ocurrió pedir un favor.
   Son tipas decentes, con códigos.
                                                          

TIPO


    Mamá decía que en Mercedes, vivían todas familias tipo. Yo creía que mis amigos, tenían una madre y un tipo al que llamaban papá. Era una sociedad machista a ultranza, hasta una niña de mis años se daba cuenta.
   Los hombres decidían, elegían, opinaban y concurrían a misa, todos los domingos. Las mujeres caminaban con la cabeza mirando el piso y no hablaban. Los hijos, pedían permiso para cualquier cosa, como los presos.
   Mamá y sus hermanas odiaban el pueblo, decían que tenía olor a milico y a cura. La pólvora y el incienso eran la misma mierda, con distinto olor, concluían.
   Ellas pensaban que yo no escuchaba sus charlas siesteras. Me resultaban interesantes sus voces encimadas. Mi abuela se enojaba por los contenidos, que podían arruinar mi cabeza.
   Les pedía mesura a tres brujas genéticas, por parte de padre, aclaraba.
   Un verano, durante los años ochenta, mi abuela pidió que la acompañara a misa. Siempre tuvo la secreta esperanza de volverme creyente. Misión imposible, aún para mi padre, que sufría mi ateísmo de tres décadas.
   Cuando la iglesia estaba llena, apareció un hombrecito enjuto, de nariz grande y mentón huidizo.
   Los feligreses, murmuraban y gesticulaban feo, para una misa. No entendí, hasta que mi abuela dijo su nombre en mi oído. Alguien comenzó a golpear las palmas y el resto lo siguió, hasta silbidos hubo en la casa de Dios. El sacerdote hizo caso omiso y continuó la ceremonia. Cuando el hombrecito enjuto, quiso comulgar, la gente se dispuso codo con codo y la barrera humana no le permitió recibir los santos sacramentos.
   Cuando salimos, mi abuela callaba. Le pregunté su opinión. Dijo que “No estuvo bien lo que hicieron. Es la casa de Dios. Esos odios se dirimen en la justicia. Él es un hombre, a pesar de ser un genocida hijo de mil putas, sin remedio ni castigo, nadie puede arrogarse echarlo de la iglesia. Fue de cobardes lo que hicieron. ¿Porqué no lo reventaron en aquel tiempo? Un pueblo de mierda, lleno de familias tipo, como dicen mis hijas” Nunca escuché a mi abuela, expresarse en esos términos, le salió de las tripas.
   El tipo era Videla. “Un hato de huesos negado a la muerte natural, que era lo menos que podía hacer.” El día que reflexionaba en esos términos, mi abuela murió. Antes llegó el cura, con la hostia final, ella se puso atea repentina y le dijo al cura de la hostia, que se la llevara al hijo tarado que Videla tenía oculto, en el Open Door.
                                                                      

domingo, 3 de julio de 2016

NARANJAS ANARANJADAS


   Esos actos que provienen de la impotencia, desasosiego y soledad. Quedamos en encontrarnos y hablar —Yo no te engañé!
   —Sí porque te vieron, tu peor amigo me contó, con detalles que debió pasar por alto.
   —No sé…necesito un tiempo.
   —Yo también lo necesito.
   —Nos vemos.
   Durante ese espacio ella lo quería, en ocasiones lo odiaba. Él también la quería, pero con peros, que pero esto, que pero lo otro. Y así.
   Se extrañaban, ninguno supo del otro hasta que comenzó el semestre, nadie sabía bien el significado, pero coincidió con el encuentro repugnante y cursi “te quiero, te amo”.
  Fue justo cuando comenzaron las actividades sexuales. Vieron a dios en varias oportunidades, los bendecía.
   La comezón del séptimo año fue forúnculos.
   Volvieron a separarse, como si en el medio no hubiera sucedido nada.
   Ella caminaba por Yrigoyen, miraba la vereda, el lugar de sus paseos, el olor de los azahares y el tacto perfecto de sus manos. Ya casi no quedaban frutos. Gracias a su mirada baldosa descubrió entre lo gris una naranja.
   Tomó una foto. Se la mandó. Él casi llora.
   Viven juntos. Ahora están en la situación más molesta de la historia “tener un hijo”.   
                                                                              

sábado, 2 de julio de 2016

CLARO DE LUNA


   Al barrio le resultaba una tortura escuchar a Jhan estudiando violín.   A él tampoco le gustaba. Los padres lo coaccionaron desde los ocho años, tenía que ser violinista. Maestros le dieron clase en su casa. Cuando el ahora joven Jhan logró todo lo que ellos sabían, consideraron que el próximo paso era visitar a Mera Gerish. Fueron con Jhan, ella ni saludó a los que vinieron con Jhan, le entregó un violín y dijo —Tocá.
   Jhan, afinando el encordado, —¿Qué Profesora Mera Gerish? O prefiere que comience ya.
   No sabe, no contesta, largaron. Sus armonías la digitación, concentración y pasión dejaron que la luna entrara en la enorme sala. La Profesora Mera Gerish tenía ganas de besarle el violín, las manos y las mejillas. Nada más. Le extendió tres tarjetas con sus números, para comunicarse con la gente que le dio oportunidades en su carrera.
   Jhan Levió tuvo su primer concierto. Vinieron las giras, tocaba siempre un día después de llegar a destino. Sabía que la Profesora Mera Gerish vivía en Montparnasse. En su día libre quiso visitarla, pero no sabía a ciencia cierta en cuál calle, qué número. Sacó su violín y tocó por el medio de los lugares más concurridos y los menos. Un grito salió de una ventana —¡Jhan! Sabía que alguna vez nos encontraríamos.
   Él le agradeció sus clases y toda la experiencia que le transmitió, después de una botella de champagne. La Profesora veterana Mera Gerish subió desnuda a la terraza, el joven violinista Jhan Levió la siguió, mientras desabrochaba su camisa.