Nació en
República Dominicana y la tomaron en una casa del country “Favela Rica”. Usaba
polleras amplias y largas, se llamaba Rosamunda y tan gorda era, que ocupaba la
mitad del living. Color cobre su piel y un pañuelo rojo enroscaba la cabeza. El
trabajo consistía en cuidar dos mellizos, que cuando la vieron por vez primera saltaban y gritaban. —¡Una señora del Circo,
lo vamos a pasar re-bien! Seguían a
Rosamunda mientras hacía los dormitorios, limpiaba los sanitarios, con algún
mellizo montado en su espalda y otro que la invitaba a jugar afuera. Hablaba un
francés fluido, la madre de los niños le pidió que les enseñara algunas cosas
rudimentarias o bien hablarles en francés todo el día, hasta que entendieran.
Rosamunda rebuznó, cuando esa gente se ponía exótica, ella rebuznaba. Una noche
de padres, en un ágape. Los mellizos escucharon que alguien limaba la puerta,
Rosamunda se puso en un rincón y dijo a los melli que se metieran bajo sus
polleras, que no hablaran, ni se soltaran de sus piernas, había una para cada
uno. Eran ladrones educados. Dijeron —Buenas noches, permiso.
Ponían todos los
electrodomésticos, computadoras, televisores, en fila y los introducían en una
camioneta. Vestían el traje típico del ladrón fino, enteritos negros de
neoprene. Lo último que quedaba para robar, era Rosamunda, uno dijo —¿La llevamos?
Otro respondió —¿Para
qué?
Y una voz
femenina —¿Nos vamos a llevar a la gorda en la camioneta? Mucho circo. Dejen
que se quede. Es hora de cortar, así que vamos.
Rosamunda quedó
como una estatua, los niños no querían salir de sus polleras, un poco por miedo
y otro poco por el olor a almidón perfumado de las enaguas de Rosamunda. Los
padres encontraron la casa robada, llamaron a los inútiles por dos razones, el
robo y abuso de mellizos, por una negra dominicana llamada Rosamunda Varet. Rosamunda
tenía oído tísico, los ladrones fueron sus vecinos inmediatos. No pensaba
informarles nada. —Que se jodan.
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