Al barrio le
resultaba una tortura escuchar a Jhan estudiando violín. A él tampoco le gustaba. Los padres lo
coaccionaron desde los ocho años, tenía que ser violinista. Maestros le dieron
clase en su casa. Cuando el ahora joven Jhan logró todo lo que ellos sabían,
consideraron que el próximo paso era visitar a Mera Gerish. Fueron con Jhan,
ella ni saludó a los que vinieron con Jhan, le entregó un violín y dijo —Tocá.
Jhan, afinando el
encordado, —¿Qué Profesora Mera Gerish? O prefiere que comience ya.
No sabe, no
contesta, largaron. Sus armonías la digitación, concentración y pasión dejaron
que la luna entrara en la enorme sala. La Profesora Mera Gerish tenía ganas de
besarle el violín, las manos y las mejillas. Nada más. Le extendió tres
tarjetas con sus números, para comunicarse con la gente que le dio oportunidades
en su carrera.
Jhan Levió tuvo
su primer concierto. Vinieron las giras, tocaba siempre un día después de
llegar a destino. Sabía que la Profesora Mera Gerish vivía en Montparnasse. En
su día libre quiso visitarla, pero no sabía a ciencia cierta en cuál calle, qué
número. Sacó su violín y tocó por el medio de los lugares más concurridos y los
menos. Un grito salió de una ventana —¡Jhan! Sabía que alguna vez nos
encontraríamos.
Él le agradeció
sus clases y toda la experiencia que le transmitió, después de una botella de
champagne. La Profesora veterana Mera Gerish subió desnuda a la terraza, el
joven violinista Jhan Levió la siguió, mientras desabrochaba su camisa. 
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