Me dice que me repito, yo le muestro igual por ser mi
único testigo. Vuelve, con mirada ligera, a decirme que me estoy copiando a mí.
Que me invente de nuevo, otra cosa, otras palabras. Es hipócrita. Qué tendría
que decir yo, que miro cómo tiende la ropa, de menor mayor, todos los días de
su vida a la misma hora. Si llueve es igual, pero adentro, con cordeles,
ideales para rodear su cogote y terminar con sus opiniones sin pasión.
Le leo algo nuevo, distinto y con un final desopilante.
Dice que resulto un tanto vulgar, carezco de ergometría vital y soy obvio. ¡Qué
zorra! Ella jamás me preguntó qué pienso de su cotidiano trabajo. Tiene todo
armado, barrer, gamucita con blem, la Srta. ódex limpia el baño todos los días.
Todos. Anormal su sinergia de tender camas, cortar el césped, descongelar la
heladera, bañarse rápido para no gastar agua, gas y tiempo. Y a este engendro
yo le leo. Qué soledad desgraciada, la mía. Es tan simplota, que por eso la
dejo juzgar mis escritos. Cruel por ingenua y honesta porque fue obligada por
generaciones. Igual me sirve, no le tengo vergüenza, eso para mí es
fundamental. Podría dejar sus controles digitales y ponerse gamba, no digo que
me mienta.
Pero que cambie algo, hoy que no lave la cocina, que me
diga hasta luego y yo levantando los ojos, la vea salir en pelotas a la calle,
para volver vestida, sin dar explicaciones.
No sé, que invente algo nuevo. Seguro que la yegua es una
putita encubierta. Eso me sería útil. Eso me haría escribir mejor. Por las
dudas le voy a preguntar qué le parece.
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