domingo, 3 de julio de 2016

NARANJAS ANARANJADAS


   Esos actos que provienen de la impotencia, desasosiego y soledad. Quedamos en encontrarnos y hablar —Yo no te engañé!
   —Sí porque te vieron, tu peor amigo me contó, con detalles que debió pasar por alto.
   —No sé…necesito un tiempo.
   —Yo también lo necesito.
   —Nos vemos.
   Durante ese espacio ella lo quería, en ocasiones lo odiaba. Él también la quería, pero con peros, que pero esto, que pero lo otro. Y así.
   Se extrañaban, ninguno supo del otro hasta que comenzó el semestre, nadie sabía bien el significado, pero coincidió con el encuentro repugnante y cursi “te quiero, te amo”.
  Fue justo cuando comenzaron las actividades sexuales. Vieron a dios en varias oportunidades, los bendecía.
   La comezón del séptimo año fue forúnculos.
   Volvieron a separarse, como si en el medio no hubiera sucedido nada.
   Ella caminaba por Yrigoyen, miraba la vereda, el lugar de sus paseos, el olor de los azahares y el tacto perfecto de sus manos. Ya casi no quedaban frutos. Gracias a su mirada baldosa descubrió entre lo gris una naranja.
   Tomó una foto. Se la mandó. Él casi llora.
   Viven juntos. Ahora están en la situación más molesta de la historia “tener un hijo”.   
                                                                              

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