Fui contratada de acompañante por su sobrino.
Mi trabajo
consistía en contarle cuentos diferentes, todas las noches, antes de dormir. La
mujer era adinerada, tenía una mujer para rascarle todo el cuerpo, por su
cansancio de movimientos y un tropel de servidores para mantener el lugar y
vigilar cualquier movimiento extraño. Ni bien me hicieron pasar, se puso
ansiosa por saber de qué cuento se trataba.
—Los cuentos son
sorpresa, si no, no vale la pena leer, mi estilo es poco suntuoso y ecléctico.
Me pidió que me
sentara en una butaca de almohadones almidonados, ella tenía un camisón
almidonado y luego de mirar cualquier detalle, tenía almidón. Hasta la que le
rascaba, vestía una funda blanca y almidonada.
—Sé que su
nombre es Lola Mora, la escultura preferida de su Señora Madre, según contó su
sobrino, le gustaba que la llamaran Lola. Mi nombre es Juana Azurduy, igual
prefiero sólo Juana.
Usaba una cinta
negra de terciopelo, con una camelia blanca y el pelo todo junto con dos
horquillas, que le daban aspecto de pirámide.
—Lola, ¿cuántos
años tiene usted?
Se rió con el
pecho que subía y bajaba:
—Los que usted
quiera, Juana, la verdad, que ya me olvidé.
Esta mujer tan
distinguida, alejó a todos los hombres, por su voz de mandato imperial y sus
pedidos absurdos, como el que contó su sobrino:
"Un día tocó la aldaba a su
casa Monsieur No Sé, un maniquí vivant, con todo el savoir faire mundano. Luego
de presentarse, le ofreció qué podría otorgarle, que no fuera un lugar común y
Lola le contestó:
—¿Puede usted
quitarse la ropa de la cintura hacia abajo?, no tema, no le haré nada, es sólo
para ver qué cosa tienen entre las piernas los hombres, que a las mujeres las
vuelven locas y a otras desilusión.
El francés
comenzó de inmediato a quitarse la ropa, con mucho respeto y sigilo. Lola quedó
prendada de la camisa que caía de sus hombros, con olor a déjà vu y el
exquisito fular, que le rozaba la frente cada vez, intentando mirar lo que no
podía con sus lentes, usó el monóculo de cristal, que siempre colgaba del
cuello, le pidió al Señor No Sé, sin mostrar ningún rubor, que levantara su
camisa y se corriera el fular, y dijo Lola:
—Qué maravilla
esas circunferencias de un color tanto más claro, que esa especie de picaporte
que cuelga.
Cuando Lola lo
rozó con un dedo, se levantó como exigiendo algo más. Todos estábamos de
espaldas y no queríamos ofender a Monsieur No Sé.
—Por favor,
Juana, alcánceme el alicate, quiero tener un recuerdo.
Nadie imaginó
que Lola cortara tres milímetros del prepucio.
—Por favor,
Juana, alcánceme un frasquito de formol, que tengo en mi mesa redonda. Será un
recuerdo hasta mi muerte.
Monsieur No Sé,
quedó pasmado y no pudo bajar aquél picaporte sangrante, que tuve el honor de
vendar con gasas blancas almidonadas. Se fue sin saludar a nadie, apenas podía
caminar.
—Mirá, el
franchute cobarde por un apenas de menos. Bueno, al menos se fue mi intriga, la
diferencia entre un hombre y una mujer, es que ellos tienen un pedacito
más.
La anécdota corrió
por toda la alta sociedad. Ningún hombre, ni el Jardinero, dirigió la palabra a
Lola, mucho menos para pedir su mano.”
—La Señorita se
ha quedado dormida, tiene los ojos cerrados.
—Pero estoy
despierta y bien despierta.
—Le pagaré más
que a mi sobrino, su cuento fue una obra de culto, por favor, venga mañana, si
le es posible más temprano. Traiga otro de sus cuentos, plenos de malas
palabras, le será fácil, lo que más tiene este mundo, además de las guerras y
hambrunas, son las malas palabras.