miércoles, 1 de junio de 2022

MUJER DISTRAÍDA

 

   La Tía Clota transpiraba, le caían gotas de la cara, las axilas, y me encargó que comprara una pileta de lona. La llevé a su casa.

   —¡Por fin tendré un lugar para refrescarme!

   A la semana me llamó:

   —Luisito, cuando me meto se rebalsa y después queda casi vacía, pienso que es por mi gordura.

   —No te preocupes Clota, te construyo una de hormigón armado, le agrego una escalera así podés nadar y te olvidás del verano.

   Horadé la tierra con una pala y después con una transcavator. Era tan profunda que parecía llegar al centro de la tierra. Le pedí que bajara de peso para no quedar atrapada en el fondo de un agujero negro y después no poder salir.

   —¿Y con la lona qué hago?

   —La usás de limpiapiés antes de tirarte en la otra.

   Tía Clota se estaba poniendo pesada. El aguante que tuvo su marido llegó a enfermarlo, Clota lo demandaba todo el día.

   —Eulogio, me tiene que obedecer, para eso me casé con usted.

   Ella venía de familia de cavadores, tal vez fueron un ejemplo para mí. Me regalaban una pala por año, llegué a tener cincuenta palas. La Tía Clota era una mujer testa ruda y ambiciones absurdas. El día más caluroso del año la fui a visitar. La pileta se llenaba lenta, tenía cinco centímetros de agua.

   —¡Tía Clota! ¿Dónde estás?

   Seguí el camino de las ojotas abandonadas, el Lavapiés con las queresas flotando. Se había tirado de cabeza desde el trampolín, parecía una x, los brazos, las piernas y los ojos abiertos sin mirada.

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