Cuando compré por monedas este castillo semi
derruido, le clausuré veinticinco aposentos. Tenía dos Mucamas que dejaron los
dueños anteriores.
─No quiero ser molestada por nadie,
cualquiera que se presente ustedes nieguen que estoy.
Tocaron las treinta y cinco campanadas.
─Condesa, hay alguien afuera, vestido como
un noble, alto, con un atuendo inglés.
─¿Y cuál es su gracia?
─Yo no vi qué morisquetas hacían, nos dijo
que era Marqués.
Por curiosidad me inquieta verlo.
─Digan al marqués que pase.
─Sí, le dijimos, pero era transparente. A
veces echaba humo por las orejas, otras se transformaba en neblina.
Cuando lo vi era un fantasma. Ni bien me
observó dijo: “qué lindas tetas, fue un furcio, perdone”. Corrigió: “Qué lindos
escotes.”
La mesa larga como para dos docenas de
invitados. El Fantasma está en la mesa, sentado en la silla opuesta a la mía.
─Mi comida es frugal y la de las Mucamas,
peor. Si quiere picar algo.
No le dije que se acercara.
─Prefiero las cabeceras ─aseveró el Marqués.
Recordé que su Padre, en una contienda
estúpida mató a mi Padre. El Marqués sacó un catalejos y la miraba de cerca,
para ver qué cuerpo tenía por ahí abajo y notó que mis piernas estaban
abiertas.
Pensaba el Marqués: “El cococho no lo tiene
depilado y anda sin bombacha. Es una Condesa zorra. No me va a llevar mucho
trabajo.”
Salimos a recorrer la arboleda y el agua donde
se acostaba la luna.
─Quiero que vayamos a mis aposentos ─dijo la
Condesa.
Él apareció difumado, hicieron el amor
vestidos. Cuando el Marqués estaba por…, ella lo interrumpió:
─Primero va esto.
Y lo mató con un alicate. La Nobleza no
pudo creer los pedacitos del Marqués cortados como si fueran uñas.

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