sábado, 30 de abril de 2016

FESTEJO ANUNCIADO


   Una manifestación de hojas de otoño, la paleta del otoño, ocres, amarillos, verdeopacos.
   Pisarlas remonta algunas, que avisan a otras y las zapatillas de Kito, se llenan de hojas y él de alegría. Hay una decisión general, vecinal, municipal, empresarial y las diez comisiones restantes, sin tareas asignadas. Se trata de festejar “el día del Otoño”, improvisaron un escenario, en los fondos de “Con Reservas”.
   Instalaron un ventilador, Susi se ocupaba de arrojar cientos de hojas secas, luego del discurso del Profesor Noble, que era tartamudo y nadie lo aplaudió.
   Susi miraba al disertante y arrojaba hojas en los espacios que Noble usaba pa…pa…para, para ah…ah…ha...blar. Susi se puso nerviosa y metió los dedos en el ventilador, le rebanó tres falangetas, las hojas sangrantes gotearon a todos los asistentes que huyeron pisándose unos a otros. Cuando revisaron el escenario, la platea y el estacionamiento, los acomodadores no vieron falangeta alguna. El hijo de Kito, con diez años, trajo las tres falangetas, estaban en una bolsa de celofán transparente. En la misma guardia le acomodaron las falangetas, hubo una confusión entre el índice y el mayor. Ese episodio se pasó por alto, cualquiera se confunde. Susi borró de su mente el otoño, las hojas y los ventiladores.
   Cuando Susi convalecía, Kito la visitaba. —Yo, es lo único que sé, la visitaba.
                                                                 

miércoles, 27 de abril de 2016

CASI NATURAL


   Hablaban alto para que escucharan todos.
   —Soy el Doctor Trifón Parlate, mucho gusto, su nombre es…déjeme pensar…
   —No perdamos tiempo , Trifón, me llamo Pietro Lacio y tengo una pregunta para hacerle ¿Usted piensa que esto va a cambiar? No me queda mucha suela en las zapatillas.
   —Disculpe Pietro, respecto a su primera pregunta, le digo que esto será peor, pero debemos vivir en este momento y hagámoslo lo mejor que podamos.
   —Por si no lo sabe, soy especialista en catástrofes emocionales, andar descalzo aspira las energías de la tierra y si los ojos se posan en árboles, nunca en edificios, es que sus neuronas se quintuplicaron, comprende Pietro?
   —No le creo nada, yo lo único que quiero es un par de zapatillas nuevas, me importa un carajo si cambia, si no cambia, vamos Parlate, dame la guita que tengas. Ché, “especialista en catástrofes”, decile a tu secretaria que entreguen sus pertenencias en este bolso, a los nabos de la sala de espera. Eso o son boleta.
   Cuando Pietro salió encontró los pacientes tirados en el piso, miraban muchas películas, seguro.
   Por la tarde vendió todos los insumos, relojes, pulseras, collares, anillos matrimoniales. Todo con boleta para justificar ante su cómplice.
   Lo esperaba, tardaba, siempre tardaba. Entró como un avión y se pusieron a contar el dinero, estaba todo perfecto. —Para la semana que viene hay más.

   Pietro acompañó hasta abajo a su amigo, Trifón Parlate.
                                                        

martes, 26 de abril de 2016

LA LOCA DE AL LADO


   Hace veintitrés años que tengo una vecina psicópata. Cuando los hijos eran chicos les pegaba igual que a los perros. A lo largo de nuestra relación vecinal echó aceite de micro en mi vereda. Llamó en cinco oportunidades a la policía por menudencias, mi enredadera invadía su propiedad, porque cuando riego mis árboles salpico sus mosaicos, ni en la época infame visité tantas veces la policía. Sus brujerías iban desde tirarme baldes con sapos muertos hasta dejar en la puerta pelos atados con tiras rojas. Grita el día completo, se escuchan tres puteadas benignas y tres malignas.
   Casi al amanecer percibí unas tijeras de podar y un serrucho. Salí volando de la cama y no pude abrir la puerta, cientos de ramas y troncos me lo impedían. Abrí por el garaje y cuando la vi le pregunté porqué hacía eso. Le noté la cara de loca desbundada. Pasó a través de sus rejas una rama-lanza, me dio en el ojo, casi lo pierdo. Le hicimos juicio, lo ganamos, la pena fue que todo siga siendo igual, obviamente la ley no existe.
    No quisimos, pero el odio que le teníamos a éste pterodáctilo, era más grande que nuestra conciencia. Elaboramos una estrategia, contribuyendo con el bien común. Pedimos a nuestro hijo que venga de La Plata, como protector del desarrollo de nuestras acciones.
   Llevamos a cabo lo decidido. Mientras ella tendía ropa, nos abalanzamos desde la medianera y empezamos con los cuchillos hasta el fondo de veintitrés años.
   Nuestro hijo cebaba mate.
                                                     

domingo, 24 de abril de 2016

AMANECER NO ALCANZA


   Un televisor sin imagen. Tres lapiceras sin mano, dos cuadernos abiertos, amparados por una luz amarillenta, unos anteojos sin cabeza, un estuche sin anteojos.
   Hay cenizas que pertenecieron a cigarrillos que no están. Cuatro lugares mullidos sin personas. El equipo de música callado, tiene una luz roja prendida. Las cortinas vuelan, entran brisas húmedas sin luna.
   Terminó la novela hecha un año y deshecha al siguiente. Ambas forrando, sin querer, el piso. Hay unas pisadas que las hizo nadie.
   Una pila prolija con una versión “modificada, cuidadosa, inquietante”.
   Es la introducción de otra persona, amiga del autor. Le hizo un prólogo…que todavía no entregó por su agenda apretada. El escritor decide prologar él mismo.
   No hay perros, ni gatos, ni pájaros.
   En el celular hay un mensaje sin ojos que lo lean. La verja y las cerraduras oxidadas, una campana sin badajo.
   Con el viento las dos puertas abren solas, las escaleras cubiertas de manuscritos, algunos con abolladuras, otros cortados.
   El dormitorio carece de cortinas, el balcón es chico y no tiene protección alguna.
   Tenía, pero la decisión del escritor fue la de arrojarse con rejas y todo.

   El mensaje del celular decía “La Editorial Garrafa lamenta rechazar este libro. Se considera que es copia textual de los dos anteriores”.
                                                              

sábado, 23 de abril de 2016

NOCHE ROJA


   Le dijeron que se vistiera llamativa. Se puso una minifalda con puntillas y plataformas doradas con cascabeles. Dos chicos la miraban, discutían la presa, para definir la situación se metieron en el baño, se escucharon estruendos, por debajo de la puerta vieron un hilo de sangre hasta que se hizo charco.
   Un patovica tiró la puerta abajo. Estaban los dos cubiertos de escombros y sin vida.
   Ella observaba, a toda costa quiso entrar, dijo ser médica y le permitieron pasar. Usó todos los medios de resucitación que conocía. El vestido manchado de sangre y lágrimas que nunca faltan en estos casos. El patovica la tomó del brazo —Lo mejor que podemos hacer es irnos, yo no tengo problema, me contrataron hoy y no me preguntaron ni el nombre. Me preocupa lo tuyo, si la yuta te ve al lado de las víctimas vas presa por sospecha de doble homicidio.
   La chica se encontraba en estado de shock —Es que ellos peleaban por mí, de algún modo soy culpable.
   Salieron por un costado y subieron al auto, se encargaría de llevarla a la casa. —¿Sabés porqué peleaban?, por un touch and go y venderte pastillitas, de ésos no podés sacar un cuarto de novio. Otra vez que vengas no lo hagas sola, llama a algunas amigas, o amigos, si no tenés a nadie me llamás, te acompaño. Anoté mi número en tu celular cuando vos diagnosticabas muertes obvias. Quiero que me lo jures.

   Ella llegó a su casa como una mariposa de alas castigadas, le entregó ciento cincuenta pastillas de diseño, importadas. Se las habían regalado los finados, por los servicios recibidos.                              
                                                              

viernes, 22 de abril de 2016

HISTÉRICAS HISTÓRICAS


   Disconformes cuando fueron esteatopigias de piedra, hace millones de años. No lo tomaron como símbolo de nada. Se ofendieron por la patética imagen de gorduras monumentales, en la barriga que pendía redonda, enormes pechos cubrían el ombligo. Les dio un ataque de histeria colectiva y mataron a todos los hombres.
   Crearon tal desorden en los tiempos de la Historia que alcanzó hasta nuestros días.
   Algunas, por intuición tratan de reparar aquella sangría masculina. Como Virginia que estudiaba derecho, hasta advertir que el derecho estaba torcido y retorcido.
   —En la Facu no conseguí ni un tipo para jugar al truco.
    Ahora se llenó de botox, se operó las tetas, se levantó el culo, le aspiraron celulitis durante dos años y luego la colgaron de los pies, tres meses para crecer diez centímetros, era baja. Sufrió hasta llegar a ser una Barbie. La seguía toda la facultad.
   Virginia rechazaba las invitaciones que recibía, —¿Sabés porqué me siguen? Porque soy más que linda. No les interesa saber de mi inteligencia, cómo es mi corazón, cuáles son mis proyectos, si daría mi alma por lo que hago. Podrían preguntar por mi abuelo Serafín, por lo menos. Apareció un tipo que no hablaba. Lo conocí en un recital de “Las Rodajas de Salame”. Fui a dormir a su casa, el tipo seguía sin hablar, pero sonreía tierno.   Abrimos la puerta, una cama de dos plazas nos esperaba. Él sacó un centímetro del bolsillo, me midió el contorno del busto, cintura, caderas. Le pregunté si íbamos a hacer el amor o un vestido. Contestó como gallo triste:
   —Lo lamento, no respondés al deseo de mis medidas, podés irte.
   No lo pudo resistir, lo arrojó a la cama de prepo, le quitó la ropa, el hizo igual con la suya. Lo demás es de índole privada.
   Llegó el amanecer y Virginia se retiró con la música de los ronquidos salvajes de su adquisición.

   Antes de cerrar la puerta, puso el centímetro en su cartera y olvidó el celular a propósito. El tipo y el celular, desaparecieron. Virginia pensó que los tipos brutos tienen un erotismo altísimo, difícil de comparar con un académico.

miércoles, 20 de abril de 2016

LEO FISBEIN

         
   Leo Fisbein huyó del hambre que cubrió Alemania. Desembarcó en Buenos Aires, tocó el violín en el barco junto a otros músicos. Le dieron una moneda grande a cada uno.
   Le brillaron los ojos cuando vio el boliche.
   Tomó asiento en una mesa. Le trajeron un puchero que le hacía cantar las tripas, se cruzó de brazos, vino la dueña: —¿No es del agrado del señor, esta comida?
   Leo, sin entender le dijo en un castellano chapucero, que aprendió en el barco: —No tengo ni el recuerdo de una papa echando vapor. No comí aún, pero está rica, rica. Voy a esperar al resto para empezar.
   La dueña le explicó que no había otros comensales, eso y señaló la fuente, es sólo para usted, señor. Le sirvió ella misma, cortó las papas y la carne del puchero. Lo vio semiderruido.
   A Leo le temblaban las manos en los cubiertos.
   Abrió la boca y comió sin parar durante cuarenta y cinco minutos. Cuando su estómago dijo basta, Leo miraba el puerto, el inmenso barco. Hubo algo más. Vio su cuerpo reflejado en la vidriera, sacó el violín y llenó el lugar con el agradecimiento que no tiene idiomas. La dueña, el cocinero y el ayudante, en estado de gracia, miraban las cuerdas con lágrimas de colores. Leo por primera vez, en años, sonrió.

                                                  

lunes, 18 de abril de 2016

HIPÓCRITAS

  
   Se estaba inundando la mitad del primer piso. Hasta los peones, dentro de la casa.
   Rita afuera, entre pastizales que la crecida apagaba. Sus padres la maltrataban y ella se perdía hasta la segunda laguna.
   Ahora fue diferente tuvo que nadar buscando orillas sin agua. Las ramas de los árboles le salvaron la vida. Un peón que con un bote raro se acercaba, la vio y de prepo la metió en el gomón, intentó abusarla. La niña había crecido, juntó sus piernas y sus brazos, el peón perdió pie y cayó al agua. Ella tomó los remos y pensó en su padre, el beso nocturno y su madre apagando la luz sin decir ni hasta mañana. Ella sabía, tiene que haber sabido.
   Pensaba Rita, por fin, su madre era mala y su padre que no dejaba pasar un solo día.
   Remó con la intensidad de sus pensamientos, llegó a la casa. Estaban en el techo, el peón que creyó muerto, también.

   Escuchó gritos, cada vez más lejanos, se tornó inaudible. Rita le mostró su sonrisa al cielo, encontró otros gomones con personas que no hablaban.
                                                                        

sábado, 16 de abril de 2016

FACHO


   El tipo un metro noventa, con un traje impecable, corte de pelo a lo Hitler y unas manotas con cinco boletas disfuncionales, Arba, Afip, Anses, Grimoldi y Frávega.
─Quiero pensar que hubo un error. Dijo el hombre gigante.
   Se acercaron todos los empleados al escritorio del flaquito, encargado del Departamento de Equívocos. Una inofensiva y menuda persona ─¿Puedo ayudarle en algo, Sr. Debucchi? Estoy a su disposición.
   El tipo dando con los zapatos al piso, como un caballo brioso ─¿Las deudas son veraces?
   El menudo, luego de mirar la compu, respondió: ─Absolutamente Sr. Debucchi.
   El tipo le arrebató las boletas, las hizo un bollo y le pidió al empleado menudo que abriera la boca, le metió el bollo y lo empujaba con los dedotes.
   Cuando se fue, los empleados hablaban de la pinta del tipo, la forma de conducirse, su inefable potencia, era “El Hombre”.

   La admiración excesiva los hizo olvidar del compañero que le faltaba el aire, murió como las personas prescindibles, sin que nadie lo advierta.
                                

viernes, 15 de abril de 2016

PRIVILEGIOS


   Nació imantado y desarmable. Para rascarse el oído interno se quitaba la oreja y le daba con un escarbadientes, la acercaba a la altura donde estaba y la oreja se pegaba sola.
   Cortar las uñas de los pies, que siempre resulta engorroso. Él se sacaba los diez dedos apoyados en la mesa, recortaba las uñas y volvía a colocar cada dedo donde correspondía. Si andaba con sueño se equivocaba y ponía el dedo gordo en el meñique, en ocasiones se olvidaba dos o tres en la mesa. Lavar las porquerías que se juntan en los ojos durante la noche era una pavada, se sacaba uno con pestañas, le echaba shampú, lo enjuagaba y se lo  colocaba. Hacía igual con el otro ojo. Hubo días en que lo olvidaba en la jabonera. Era provechoso para que la oficina lo devuelva a su casa.
   Le mostraba al jefe cómo tenía el ojo, el jefe miraba el agujero con elásticos y se desmayaba.
   Ese día aprovechó para sacarse los nudos nerviosos de la nuca, hizo bolitas como de arcilla, quedaba hiper relajado.
   Tenía problemas con la gente, cuando salía. Las mujeres quedaban imantadas, para separarlas debía sacudir el brazo tan fuerte que las doñas caían de un piso doce o el impacto las metía en los camiones de recolección.
   Sufría cuando se le imantaban hombres, la gente lo miraba con cara de “Ah, sos gay”, éstos los metía en boca de tormenta. Con destreza lograba que la tapa no le quedara pegada.
   A medida que envejecía perdía sus cuerpopartes, por olvido o tal vez la imantación se redujo. Él prefirió morir.
   La policía forense no podía creer cuán prolijo era el imantado.
   Dejó los brazos juntos, al lado de los pies, los ojos en el secaplatos y los dedos de los pies en el frizer.

   No encontraron la cabeza, aquel hombre había perdido la cabeza. Es muy parecida a la pelota con que juegan los niños en la plaza, pero no debe ser ¿No?
                            

jueves, 14 de abril de 2016

LA ASISTENTE


Viene todas las semanas. Por suerte la atiende la Hilda, que é de fierro, sabe que para mí es un grano en el culo. Los del penal me dijeron. Que iba a ser de vé en cuando, me dijeron. Qué forro que son. E corruta la gorda, alguien me chamuyó que tiene una cuatro por cuatro mercede ben y que vive en un palacio del cantri. Acá se viene con un auto pedorro, todo osidado pa engrupirno que é pobre. Tengo la pulsera en la pata y la gorda montada en un huevo, tengo. Cuando llega y la Hilda se hace humo, tiembla, la infelí, pa mí tiene gana que la trinque. La atiendo en cuero y la verdá que tengo lomo, toda la mina me lo dicen. Pregunta cada boludé, que si le ayudo a la Hilda, que si le doy beso a lo chico, que si tomo vino ¡Qué carajo le importa a la forra! Encima anota todo, con esa mano’e chancha que tiene. Yo la trato bien, demasiado bien. No quiero quilombo. Igual sigo en la banda, ¿qué quiere que comamo, mierda?
La estúpida dice que si tengo do mano puedo trabajar.

No se enteró que é justo lo que no hay. Si tené do mano en la Argentina, lo único que podé hacer é la paja.

La semana que viene la Hilda se va con lo chico a Loma. La gorda tiene el culo caído, pero cuando vea que toy sólo le va a rebotar contra el piso, por ahí le echo un polvo de prepo, le mecho la guita que traiga y me llevo el auto, le digo que si abre la boca é boleta ella o el puto del marido. É una fantasía, como decía el dotor del penal. Tanto tiempo encerrado al pedo, meta trompada y haciendo de mina de todo el pabellón, el peor: peligro másimo. No había lugar en el otro, decían lo hijo e puta. Ahora salí y toy con la Hilda y lo chico, pero la que pasé no me la borra nadies.

Faltan cinco minuto pa que caiga la gorda, a la primera boludé que pregunte le parto el culo como me hacían a mí. Capá que le gusta. Toda la asistente sociale tienen cara de malcojida, ¿vistes?

miércoles, 13 de abril de 2016

IN-DOOR


Cuando toda la tarde
la niebla en la ventana,
es cuando la memoria
se pone a hacer su oficio.

Si te agarra despierto
te pone triste.
Si te agarra dormido
te pone loco.

Y cuando la memoria,
          es más grande que la tarde,
te pone en la ventana,
          te llena de neblina.
Hace su oficio la memoria.
          Su oficio triste, su oficio loco.
                            Te agarra.
                            Te agarra.
                        

lunes, 11 de abril de 2016

TIN-TIN


   Tin-tin vivía con su único amigo bípedo. Quedaba solo cuando su amigo iba a trabajar. Continuaba su sueño en la cama caliente de su amigo.
   No le gustaba el alimento especial que le daba.
   Abría la heladera, entornada por lo rota y volcaba leche y yogurt, no sabía con qué atiborrarse, si con leche o con yogurt.
   Nunca faltaba un cacho de salamín que saltaba solo de la heladera a su boca. Todo producto noble lo que deglutía su amigo.
   Cuando escuchaba el motor corría hasta la puerta y lo recibía con la comida lista, el acolchado era el mantel, dos o tres manzanas mordisqueadas y el cepillo de dientes. Al amigo le parecía algo natural y en vez de retarlo le contaba su jornada.
   Él desconocía el bípedoidioma, quería ayudarlo, pero sólo sus ronroneos y los miaumiaues podía entregarle. El amigo le agradecía con una porción de atún. Un día gris Tin-tin se despertó fastidiado, no tendría lugares con sol para bañarse y dormir siestas. Escuchó la puerta, raro, a esa hora su amigo trabajaba. Entró un tipo con capucha y revólver con silenciador. Tin-tin saltó de la escalera a la cabeza del enemigo y le ensartó las uñas dentro de los ojos. Ambos rodaron por el piso, el maleante gritaba. Tin-tin pidió ayuda a Perros de la Calle, se lo llevaron de inmediato por violación de domicilio e intento de robo a mano armada.
   Cuando llegó su amigo miró cómo Tin-tin jugaba con dos insectos redondos. Le gustó la concentración de Tin-tin, tomó un baño para sacarse la mugre de las capitales. Tin-tin, luego de robarse la milanesa comprada y dejar los elásticos al costado del plato, se fue a dormir a la cama de su amigo, que no venía y no venía. Sentado en el tablero su amigo miraba las bolitas redondas, tenían iris, pupilas, retina.
   Eran ojos, ojos enojados de persona malvada.
   Sin más los tiró en el inodoro, tuvo que apretar varias veces, porque no se iban y encima lo miraban desde el fondo. Lo solucionó con detergente.

   Quedó agotado y se tiró en la cama, encima de Tin-tin, apenas protestó. Le apoyó su inocente patita en la garganta y le ronroneó el episodio del día. El amigo se dio vuelta y le dijo –Dejá de joder-.
                                  

domingo, 10 de abril de 2016

NOCTURNO


   Éramos seis en total, dando vueltas al pedo.
   Apareció la idea del Flaco. –Conozco un lugar dentro del Parque Pereyra. Es una inmensa laguna de donde surgen todos los sonidos de la tierra y a modo de coro...-.
   Llegamos y escuchamos el coro, pero no percibimos adónde estaban los cantantes. –Aquí- dijo el Flaco –si asomamos la cabeza colgando del borde de la tierra- que habían socavado todo alrededor del agua –veremos a los genios-.
   Así fue, cientos de sapitos, uno al lado del otro, inflando los cachetes, todo alrededor de la laguna.
   Fue el concierto más hermoso de mi vida, los sonidos de la tierra no se olvidan así nomás.
   Del medio de la nada, aparecieron unos canas a caballo.
   Nos preguntaron qué hacíamos. Les contamos todo, hasta se asomaron y uno de ellos largó –Son unos sapos de mierda y ustedes rajen ya, porque las visitas terminaron-
   Fue una gran pálida, era la época de la represión y mataban a cualquiera por nada.
   Por suerte se fueron. Y todos, un poco temblando, subimos al auto. El Flaco no decía nada.
   Cuando llegamos a la casa, largó algo así –Pero qué concierto, ¡Carajo!-.
                           

sábado, 9 de abril de 2016

HASTA AQUÍ



Ramón encontró el bolso preparado a los pies de la cama y la ropa de viaje colgaba impecable, de mayor a menor, fuera del vestidor. Coca era la autora de organizar sus viajes mensuales al campo, ella se quedaba.
Cuando Ramón la despidió con un beso gastado, ella alejó su mejilla y apoyó el whisky matutino en la cicatriz. Todavía pensaba el choque como un agravio personal. Le señalaba la culpa con el vaso. Ramón le recordó la cita con el cirujano, sugirió que fuera con su mejor amiga. Él no podía llegar a tiempo, había complicaciones con el encargado. Coca no dijo nada. Desde el accidente no le dirigía la palabra. En el auto Ramón recordó la infausta cosecha y aceleró. Cortó por un camino de tierra, divisó el rancho y le sonrió al espejo. Él era feliz mirando sembrados, enamorado de esta pampa tan lisa. Protegido por el cielo y amparado por el rancho que Coca diseñó respetando el estilo tradicional, con techo de paja, paredes de adobe, galería austera y ventanas de juguete.
Ramón comía frente al espejo de la cocina. Miraba hacia sí mismo, recordó la cicatriz de Coca, sus ojos acusando, para tapar el odio de antes del episodio. Se acostó de su lado, respetaba sin querer, el lado de Coca. Una vez le apareció por sorpresa, hasta se reía con sonido. Fue un milagro para Ramón. Después, nunca más. 
Se la quiso sacar de la cabeza y cruzó a charlar con el encargado, gordo buenazo que hacía el mejor mate del país. Remigio le daba paz. Casi ni decía, pero decía. Viajaban al mundo de ver luces raras en el cielo o caminar entre el maizal. Se reía Remigio cuando lo veía andar lento, como si fuera viejo. Ramón lo saludaba con la mano en alto y se metía en el rancho. Tenía un mensaje en el contestador, era la amiga de Coca. Una voz rara, le decía que Coca había partido, por propia voluntad. Le aconsejó que viajara, despacio, total ya estaba. Ramón caminó lento hasta el auto, manejó sin prisa, lloraba con ganas.

                                                            

viernes, 8 de abril de 2016

CRISTÓBAL


   Lo veía casi siempre a la salida del departamento. Ese pasillo largo que llegaba al centro de la manzana.
   Era inevitable verle, porque el ancho de la puerta sólo daba para su increíble personaje.
   Las chancletas destartaladas y su musculosa percudida no daban cuenta de sus maravillosos ojos griegos.
   Al principio me divertía cómo protestaban los vecinos.
   Decían que Cristóbal desprestigiaba la casa “Qué se creía. Eso no era un conventillo, que las expensas eran muy altas para tener un tipo en musculosa y chancletas en la puerta de entrada”.
   Como Ulises, mantenía una mirada alta, un perfil sereno. Sólo se movía un poquito para dejar pasar de cotè a la Señora de Guaraña.
   El viejo había sido un inmigrante griego, con un dinero traído, compró una casa chorizo en Berisso. Alquilaba cada pieza a una familia distinta. El baño y la cocina se compartían. En el medio de la cocina, un samovar de la otra tierra, funcionaba para las fiestas judías, ortodoxas, católicas, cumpleaños y fin de año.
   No se bien cómo murió el viejo. Cristóbal empezaba a contar algo, pero, en un momento se detenía, nos miraba y rajaba a regar los malvones. Así que como esto se repetía cada vez que recordaba al viejo, imaginábamos que “eso” le pertenecía y que los malvones eran bálsamo del mandato paterno.
   Cristóbal trabajaba de repartidor de quesos “La Paulina”.
   -Lo mejor que hay en quesos, viejo, yo que estoy en esto te lo garanto...-. Decía con orgullo.
   Viajaba en una camioneta tan destartalada como sus chancletas, verde oscura, con las marcas de las pinceladas, parecía un furgón del cementerio municipal.
   Nuestro edificio pretendía ser una construcción tipo, clase media, hacinada, pero con discreción. Si alguien quería ver al “otro lado”, sólo tenía que tocar el timbre en el departamento de Cristóbal. Se sentía un olor extraño, a batatas fritas, con plancha mugrienta y un humo que parecía instalado, daba un aura a la entrada de Cristóbal.
   Nos abría la puerta con toda franqueza, gritaba nuestros nombres como para que se enteren los muertos y nos palmeaba la espalda hasta derrumbarnos en sus aceitadas  sillas de cocina.
   En la misma cocina tomábamos mate y fumábamos como caballos. De todas maneras, el record de tragar humo, lo tenía el inefable Cristóbal.
   Se enroscaba contando anécdotas tristes, los ojos se le ponían transparentes, le complacía emocionarnos. Jamás se le quebró la voz, ni siquiera cuando lo echaron de “La Paulina”. Con la cabeza erguida y palabras tranquilas, nos relató la más atroz de las traiciones.
   Me acuerdo que lo agarramos de las manos, fue un reflejo del corazón. Él, me ofreció un mate, lo tomé de un solo trago. Me quemé hasta el alma. Pero no dije nada.
   El tipo bien valía llenarse la boca de ampollas.
                     

jueves, 7 de abril de 2016

MALA LECHE


   -Yo pienso venir al humillante trámite de supervivencia hasta los ciento veinte años-.
   Don Juan la miraba risueño –Bueno, el día que no nos veamos ya sabemos que la superviviente es usted-. –Que no le quepa duda, vengo de una familia de ciento y pico. Cuando me muera será por hartazgo-. Don Juan, que iba por los noventa, siguió a Carmen Vidurria de noventa y cinco -¿Vamos por ahí?-.
   Don Juan no sabía dónde quedaba por ahí ni por allá, hacía tiempo había perdido la memoria de ese espacio. Por esta dificultad, confundía el inodoro con el zapato. La calle los recibió con motos y autos. Él la tomó del brazo y ella lo llevaba del hombro. La velocidad de la calle les era conocida, pero ambos miraban fuera de ellos, tantos salvajes juntos, parecían querer expulsarlos de la vida.
   Iban enlazados como troncos de glicina y llegaron “ahí”. Donde las verbenas. Los espliegos y robles sirvieron al descanso de los viejos, que recostados pusieron en orden los latidos de sus taquicardias. Un agente del desorden, pidió que se retiren porque ese sitio era público.
   Carmen Vidurria dijo –Usted mismo lo ha dicho, es público, debió confundirse de orden, vaya mijo, vaya-.
   Terminaron en la cama de Don Juan, les llevó tiempo desanudarse y el doble, desnudarse.
   Recordar cómo era, les resultaba imposible.
   Él no sabía qué tenía que poner dónde y ella olvidó sus zonas erógenas. Se abrazaron y el recuerdo emergió. Carmen Vidurria despertó a Don Juan, le propuso un matutino. Claro, pensó él como ella no tiene que hacer nada, piensa que yo sí debo.
   Además, no recuerdo qué pasó y mucho menos cómo se hace.
   -Bueno-, dijo Carmen Vidurria –entonces tomemos unos mates. Para mí es lo mismo-.
   Ella trató de rescatar la memoria nocturna, sin éxito –Don Juan, voy a casa, me siento agotada, nos vemos en tres meses, es tiempo suficiente para reponerse-.
   Cuando llegó el día, Carmen Vidurria se vistió como para un casamiento. Sombrero de paja de Italia, con el jardín de los cerezos cayendo en sus hombros, vestido de seda gris, con una cinta roja en la cadera.

   Le dieron el certificado de supervivencia, antes le tomaron la temperatura, si estaba fría no lo podían otorgar. Carmen Vidurria, mirando a ver si lo encontraba, escuchó una señora muy aseñorada. -Usted busca al Señor Don Juan, él falleció hace una semana-. Ella la miró como si el mundo hubiese dejado de girar. -¿Y no dejó nada dicho para mí?-.  La mujer aseñorada preguntó su nombre –Sí dejó un mensaje para usted, aquí está-. “Querida  Carmencita, lamento haber partido antes que vos y lo que más lamento, es que ya, me acordé cómo se hacía”.
                      

lunes, 4 de abril de 2016

DE CALLADO


El punga anduvo en los burdeles meta y ponga. Enroscaba los mostachos entre el índice y el pulgar. Cuando oteaba alguna mina bien dotada, se mojaba la palma con saliva, para dejar el jopo acostado y con brillo. Antes de abordarla rozaba cada zapato con el tobillo. Después, nada más que un silbido chiquito le sentaba la mina en las rodillas. Fruncía el ceño y de costado le ensartaba un mordisco en la garganta.
La mina se dejaba, mansa, ofreciendo alguna teta a la altura del bigote, con el deseo ferviente que siguiera. Él, sin decir nada, la empujaba de prepo a la pieza exclusiva del Obispo. Antes de la fiesta se persignaba, era creyente el fesa, como todo mentiroso. La mina quería más de aquella cosa grande y verdadera. Cuando el sol se filtraba por el junco, partía sólo, a la deriva.
Tenía el vicio de dormir en algún banco de la iglesia. Las chicas de la Sacristía despertaban su sueño y empezaba otra fiesta secular para aquel bigotudo que ensartaba cuatro sin sacar a cada una. Los señores de sombreros de ala ancha también aceptaban los favores de aquel superdotado. Al tipo le daba igual, mientras no fueran menores, fierro caliente o paja con espinas. Era sensible a pesar de su bravía y si alguna anciana le pedía, él le daba alguno, despacito.
En el pueblo nacían niños idénticos al punga. Nadie hablaba del fenómeno. Había al respecto un silencio, similar al de las dictaduras sangrientas.
Tal vez el inconciente colectivo admiraba a este hombre. El ayuntamiento lo nombró Ciudadano Ilustre de aquella comarca. Paseaba con orgullo por la plaza del domingo. De su cintura, al lado del facón oxidado, colgaban las llaves otorgadas, que él hacía tañir cuando los señores lo saludaban rozando los sombreros y las señoras inclinaban sus cabezas como geishas a disposición.
El Alcalde anunció la visita de la Reina de España. Durante la cena en su honor, llegando a los postres, apareció él, con un smoking violeta y una corbata de lentejuelas amarillas. Los comensales habían libado en demasía. Les pareció natural que él arrebatara la capita roja de la Reina, dejando al descubierto los hombros de Su Majestad. Lo que más le gustó al hombre fueron las tetas compradas. No eran de oferta, eran Armani. El propio Armani se las había obsequiado. La Reina puso cara de reina degollada y se dejó hacer allí mismo, delante de todos, todo lo que al hombre le vino a la cabeza y otras cosillas que la propia majestad le ofrecía, como chaperona experta en sexo complicado. Llegó el día y La Reina meta y ponga con juguetitos traídos de su tierra. Él quedó tan exhausto que se dejó llevar por ella en el auto.
Dicen que vive en España. Las putas fueron las que lo extrañaron primero. Había meses de seca, pero los suelos de esa tierra se inundaron igual, tales fueron los ríos de lágrimas. Le hicieron un monumento frente al prostíbulo, otro dentro de la iglesia y el más grande se lo mandaron de regalo cuando se anunciaron las nupcias del punga con la Reina.
D
e lo que nunca supo nadie fue de la capita roja. Alguno dijo que se la robaron, otro aseguró que él cubrió su enorme miembro, desgastado, a modo de vendaje. Tal fue la intensidad de aquel primer encuentro.


          

ARGENTINA MUCHO NERVIO


   -Tenés que adelgazar Quintina, estás gorda-. Lo decía su amiga librera, -Y cómo no voy a estar así, estos corpiños me aumentan, son mi billetera, ya que me robaron tres mochilas, dos carteras y la bolsa de los mandados, ahora espero que a nadie se le ocurra meterme la mano en una teta para sacarme la guita-. La amiga tenía la mandíbula caída, como siempre. –Che Quintina, vos llegaste a ser decana, publicaste libros, toda esa sabiduría académica,  podrías ser docente-. Quintina no la dejó hablar más nada.
-En vez de pensar por mí, porqué no me das laburo en tu librería, eso quiero. Tus sugerencias, gracias, pero recién tiré-.
   Su amiga la puso en la caja, le pidió que fuera razonable, si le daba otra tarea pasaría todo el tiempo leyendo.
   La librería, siempre vacía, se llenó de gente. Quintina no daba abasto. Le compraban sus libros u otros que ella recomendaba en los suyos. No faltó la cola de las dedicatorias, algunas las hacía su amiga imitando su firma.
   -¿Sabés una cosa, traficante de libros?¿Cómo podés ser tan boluda de avisar por Internet que acá trabajo yo?, la putada de sacarme fotos en la caja para salir mañana en los pasquines, te querías hacer unos mangos conmigo, rata-. La amiga se puso a llorar, con hipos le decía fifty fifty y lo vamos a visitar a Humberto.
   Quintina le agarró la cabeza, le habló de cerca con aliento a mil puchos, dijo 
–Humberto se murió, se murió, se murió. Burra, quedate con tus fifty fifty-.

viernes, 1 de abril de 2016

PERRÍN


   Las gemelas fueron un vía crucis. Solía ser cuidadosa con mis muñecos, a mí me regalaban porque nunca rompía nada. De chicas operaron todas mis muñecas, para ver qué tenían adentro.
   En el verano visito a nuestra madre, no voy en las fechas que arriban ellas. Mientras revisaba el ropero grande, noté que en esa casa guardaban hasta las tapas de gaseosas, los trajes de los sucesivos casamientos, los de comunión y los de bautismo. Entre mis juguetes faltaba Perrín, era mi preferido, Mamá lo tenía oculto y sólo me lo daba cuando las gemelas se ausentaban.
   A Perrín le apretaba apenas los costados y de entre sus pelos salían acordes de cinco notas. Lo mandó un tío de Francia, se llamaba Pierrot.
   No parecía justo que Perrín fuera Pierrot. Era tan peludo que no se le veían los ojos.
   Pregunté a mi vieja si no me lo podía llevar a Perrín. Se le cayó el colador de tallarines y dos tenedores se fueron atrás de la cocina. –Mirá querida, vos conocés a tus hermanas, lo encontraron y bueno, ¿no? Imaginate..., si querés te lo muestro-.
   Cuando lo vi casi muero de odio, le sacaron los ojos, tenía una operación del cuello al lomo.
   Vinieron juntas, antes saludar a Mamá gritaron –Somos Ingenieras en Sistemas y trabajamos en el Ministerio “Tecnonada”. Allí inventamos de todo-.
   Les faltaba el aire para continuar –A Perrín ¿Te acordás? Era tuyo, le practicamos una cirugía y logramos instalarle un aparato que tiene trescientos temas, lo prendés apretando el ojito derecho. El izquierdo lo perdimos, lo rellenamos con lana de vidrio y pelotas de pelotero.
   Nos pareció antiguo el pelo, se lo cortamos tipo punk, con rastas en las orejas, quedó divino-. Las muy perras saludaron a Mami con abrazos y besos que me dieron náuseas. Preguntaron dónde estaba Perrín, querían terminarlo antes que me fuera. Hice mi valija y saludé sólo a Mamá, a ellas les pegué un puntapié en las canillas.

   Un restaurador recuperó a mi antiguo Perrín. Con su música de cinco notas y esos ojitos curiosos. Lo puse en la cómoda, desde mi cama lo veo como la primera vez que lo conocí, tan suave, tan cercano. Suelo percibir las siluetas de las gemelas tras las cortinas, pero no, es sólo imaginado. Ellas entre cagada y cagada, dejan un espacio de tres años. 
   Es la única consideración que tienen con el mundo.