Le dijeron que se
vistiera llamativa. Se puso una minifalda con puntillas y plataformas doradas
con cascabeles. Dos chicos la miraban, discutían la presa, para definir la situación
se metieron en el baño, se escucharon estruendos, por debajo de la puerta
vieron un hilo de sangre hasta que se hizo charco.
Un patovica tiró
la puerta abajo. Estaban los dos cubiertos de escombros y sin vida.
Ella observaba, a
toda costa quiso entrar, dijo ser médica y le permitieron pasar. Usó todos los
medios de resucitación que conocía. El vestido manchado de sangre y lágrimas
que nunca faltan en estos casos. El patovica la tomó del brazo —Lo mejor que
podemos hacer es irnos, yo no tengo problema, me contrataron hoy y no me
preguntaron ni el nombre. Me preocupa lo tuyo, si la yuta te ve al lado de las
víctimas vas presa por sospecha de doble homicidio.
La chica se
encontraba en estado de shock —Es que ellos peleaban por mí, de algún modo soy
culpable.
Salieron por un
costado y subieron al auto, se encargaría de llevarla a la casa. —¿Sabés porqué
peleaban?, por un touch and go y venderte pastillitas, de ésos no podés sacar
un cuarto de novio. Otra vez que vengas no lo hagas sola, llama a algunas
amigas, o amigos, si no tenés a nadie me llamás, te acompaño. Anoté mi número
en tu celular cuando vos diagnosticabas muertes obvias. Quiero que me lo jures.
Ella llegó a su
casa como una mariposa de alas castigadas, le entregó ciento cincuenta
pastillas de diseño, importadas. Se las habían regalado los finados, por los
servicios recibidos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario