sábado, 23 de abril de 2016

NOCHE ROJA


   Le dijeron que se vistiera llamativa. Se puso una minifalda con puntillas y plataformas doradas con cascabeles. Dos chicos la miraban, discutían la presa, para definir la situación se metieron en el baño, se escucharon estruendos, por debajo de la puerta vieron un hilo de sangre hasta que se hizo charco.
   Un patovica tiró la puerta abajo. Estaban los dos cubiertos de escombros y sin vida.
   Ella observaba, a toda costa quiso entrar, dijo ser médica y le permitieron pasar. Usó todos los medios de resucitación que conocía. El vestido manchado de sangre y lágrimas que nunca faltan en estos casos. El patovica la tomó del brazo —Lo mejor que podemos hacer es irnos, yo no tengo problema, me contrataron hoy y no me preguntaron ni el nombre. Me preocupa lo tuyo, si la yuta te ve al lado de las víctimas vas presa por sospecha de doble homicidio.
   La chica se encontraba en estado de shock —Es que ellos peleaban por mí, de algún modo soy culpable.
   Salieron por un costado y subieron al auto, se encargaría de llevarla a la casa. —¿Sabés porqué peleaban?, por un touch and go y venderte pastillitas, de ésos no podés sacar un cuarto de novio. Otra vez que vengas no lo hagas sola, llama a algunas amigas, o amigos, si no tenés a nadie me llamás, te acompaño. Anoté mi número en tu celular cuando vos diagnosticabas muertes obvias. Quiero que me lo jures.

   Ella llegó a su casa como una mariposa de alas castigadas, le entregó ciento cincuenta pastillas de diseño, importadas. Se las habían regalado los finados, por los servicios recibidos.                              
                                                              

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