Un televisor sin
imagen. Tres lapiceras sin mano, dos cuadernos abiertos, amparados por una luz
amarillenta, unos anteojos sin cabeza, un estuche sin anteojos.
Hay cenizas que
pertenecieron a cigarrillos que no están. Cuatro lugares mullidos sin personas.
El equipo de música callado, tiene una luz roja prendida. Las cortinas vuelan,
entran brisas húmedas sin luna.
Terminó la novela
hecha un año y deshecha al siguiente. Ambas forrando, sin querer, el piso. Hay unas
pisadas que las hizo nadie.
Una pila prolija
con una versión “modificada, cuidadosa, inquietante”.
Es la
introducción de otra persona, amiga del autor. Le hizo un prólogo…que todavía
no entregó por su agenda apretada. El escritor decide prologar él mismo.
No hay perros, ni
gatos, ni pájaros.
En el celular hay
un mensaje sin ojos que lo lean. La verja y las cerraduras oxidadas, una
campana sin badajo.
Con el viento las
dos puertas abren solas, las escaleras cubiertas de manuscritos, algunos con
abolladuras, otros cortados.
El dormitorio
carece de cortinas, el balcón es chico y no tiene protección alguna.
Tenía, pero la
decisión del escritor fue la de arrojarse con rejas y todo.
El mensaje del
celular decía “La Editorial Garrafa lamenta rechazar este libro. Se considera
que es copia textual de los dos anteriores”.

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