martes, 31 de diciembre de 2019

BALANCE


   La madrugada llega pronto en el Fin de Año y si hace calor, hierven nuestros poros, los muchachos llegaron con el vino puesto, se quedaron cortos y vinieron para acá, ellos saben que los quiero desde que nacieron. A veces sus Madres me los dejaban, porque en la metalúrgicas no había guardería, esos inventos modernos, que son para la comodidad del esclavo, o del laburante que hoy por hoy es igual.
   Se sentaron en la mesa del pasillo, donde corría cierto fresquito.
   —Tito querido, como siempre, en esta fecha, venimos a completar lo que no alcanzó en nuestras casas. Traé vino tinto del mejor, por ahora dos botellas es suficiente.
   —Boby, te acordás de esas dos minas que no nos daban bola? Y a nosotros nos gustaban más, porque no nos daban bola…y mirá después en qué terminó.
   Fito pensaba en Raquel y su maravillosa inteligencia, que la hacía hermosa a pesar de ser un esperpento. Decía cosas raras, absurdas, pero que acertaban en nuestras neuronas y dibujaban una realidad que desconocíamos.
   Silvia estaba buena, era vanidosa y superficial, bailaba como una Diosa, la gente decía que se acostaba con todos. Boby le contó, eran amigos, Silvia dijo que para todos no le daban los tiempos.
   —Yo creo que nos equivocamos de mujeres, perdoná que te confiese, estoy en pedo. Es sano quitarse la máscara, justo el último día del año. Yo me casé con Silvia porque sabía que a vos te gustaba y mirá después lo que pasó. Sabés que aunque quiera, no me lo perdono.
   —Bueno, ya que estamos, la elegí a Raquel, porque pensé mal, imaginé que te gustaba, siempre competimos, desde los triciclos hasta en las conversaciones con otra gente. Fue un garrón, en la fiesta de Artemio, fumamos, tomamos y algunos desmayaron, ahí aproveché y me cojí a tu Mujer.
   Fito no quiso escuchar, Silvia quedó embarazada de su mejor amigo. Nunca le dijo nada, hasta que en una discusión de romper todo, ella le murmuró al oído: “Nuestro hijo es de…no te hagas el boludo, vos aceptaste porque no podías tener”.
   Boby lo miró y dijo sarcástico: —¿Sabés que Raquel se enamoró de vos y pasó igual? Mintió un hijo que es tuyo, o era. Raquel tenía  códigos, después de lo sucedido, vive en Puerto Rico y estudia no sé qué. Eso le impide ver a nuestro hijo. Raquel es un freezer. Ni pregunta por el hijo cuando llama. Me pregunta por vos y cómo estás viviendo lo de Silvia. Mirá si será zorra, ella sabe lo que pasó con su mejor amiga.
   —Chicos, voy a cerrar, les traigo dos copitas de grapa española. Quiero que sepan, que no conozco jóvenes tan amigos como ustedes dos. Debiera contarles algo, pero, mejor lo dejamos así. Ya es Año Nuevo, no vamos a empezar amargados.   

lunes, 30 de diciembre de 2019

BROCA


   —La Sra Mecha, vino a visitarla, ¿la hago pasar?
   Amparo me habla, no escucho lo que dice, hago un esfuerzo y ella dice, me doy cuenta porque mueve la boca y hace gestos absurdos para despertarme.
   Presto atención, no escucho nada, entra Manucho con cara preocupado, habla a los gritos, tira mis libros apilados. Pero no hay caso, no escucho nada, ni los sonidos potentes de la calle, ni la vecina que habla a los gritos.
   —Decime Amparo, ¿podés ir a la Farmacia? Pediles algo para abrir mis oídos.
   Trajo gotas que no me hicieron nada. Entró Mecha y me hablaba, o me parecía o no sé. Me subieron al auto de Mecha y me llevaron a una Guardia. Manucho me abrazaba, sentí algo placentero, un inmenso espacio de silencio.
   El Médico entró como un ciclón, seguro por nuestro apellido, sin un mango pero con un prestigio, que nadie sabe cómo empezó. Me levantó Mecha y me acostó en un sillón de respaldo de muchas posiciones. Vi al Doc, acercarse con sus instrumentos y le señalé papeles y una lapicera, donde escribí: “Doc por favor, escriba lo que Ud ve, porque el dolor me está matando.”
   Me revisó ambos oídos y contestó con inmediatez, con esa letra infame de Médico, pero me alegré, porque con esfuerzo entendí lo que escribió: “Sra, le pido que tenga paciencia, pero no le voy a andar con vueltas, sus oídos tienen el tímpano perforado, el oído medio y el interno, se encuentran lastimados, como si fuera con intención, tienen un sangrado importante. Le colocaré estos tapones”.
   Manucho y  Mecha, querían explicaciones mientras el Doc cerraba los labios apretado. Noté que les pidió que se retiraran.
   “Ud toma psicofármacos, ¿son recetados?”
   —Me los prepara un amigo, el único que tengo que es de fiar, cuando la tristeza me come el alma, se nota que siempre tiene hambre, recurro a las pastillas, me quedo en estado Alfa y mirando desde el sillón, comprendo que tomé casi un blíster.
   “Sra, yo pienso que su sordera es absoluta y no tendrá solución, le voy a dar el nombre de dos eminencias, tal vez ellos…pero tal vez”.
   Todo lo que hablamos y las tarjetas eminenciales, las escondí dentro de la cartera. Cuando salí del consultorio, Mecha parecía darle consuelo a Manucho, sosteniendo sus manos agitadas.
   Fui al Sanatorio, donde atendían los prestigiosos, estaban ambos esperando. La historia de mi apellido, otorgaba privilegios, además de la información del Médico de Guardia, que había tenido una charla previa.
   Con una tecnología complicada, me realizaron varios estudios. Mis dos tímpanos habían sido penetrados por un taladro de brocas muy delgadas. Fue una práctica realizada sobre mi persona anestesiada.
   Todo lo acontecido fue explicado y dibujado en una pantalla, también el diagnóstico y los medicamentos para calmar mis oídos. Me dieron un turno para la semana siguiente. Adelantaron que no existía ningún tipo de operación, para reparar el daño que fue absoluto.
   Llegué a casa, a paso lento, buscando lugares con los ojos. En el hall de entrada encontré a Manucho y Mecha, en situación de besos plenos. Fui a buscar, de inmediato, el taladro al garage, le puse la mecha más gorda que encontré. Quité los zapatos para que no me escucharan, qué ironía, les taladré las espaldas y me dio risa verlos como dos coladores. No lloré mi estúpida ignorancia.

domingo, 29 de diciembre de 2019

DOBLETE GENEROSO


   No sé si podré escribir con esta birome de mierda. Me olvidé de comprar y tengo una historia para escribir, cuando se termine la tinta voy a tener que abandonar:

   Era la madrugada y Gabriel no estaba, se fue en puntas de pie, para desayunar con Piera. La había conocido por la calle de su trabajo. Ella era pálida como la nieve, pero tenía una sonrisa que invitaba a la charla desprolija.
   —No podré desayunar con vos, se pasó la hora, tengo que ir si no pierdo mi turno.
   A Gabriel le disgustó, por excederse de tiempo, escuchando a Piera. A él lo contaban como ausente y entraba en la lista de los próximos diez echados. Su Mujer trabajaba todo el día y no le quedaba tiempo para preocuparse del despido de Gabriel.
   El tercer lugar fue para Piera, como no asistió sería atendida mañana. Se sentó en la puerta, esperando que la nieve calmara su oficio de nevar y pudiera caminar.
   Gabriel la encontró de nuevo: —Te veo mucho más pálida y la boca la tenés azul, sería un placebo invitarte a tomar un capuchino, un café o lo que quieras.
   Este tipo es comedido, merece mi respuesta: 
—Cualquier cosa que ingiera, la vomito a los tres minutos, mi única esperanza es llegar a tiempo para la quimio. Me alivia estos dolores, aunque sea hasta mañana.
   Salió corriendo una senda, con sus patines, él la vio entrar y esperó ver cómo desaparecía entre tantos pasillos cruzados. Fue hasta la Recepción.
   —Quisiera saber el lugar de una paciente llamada Piera. Sé que se hace quimio. ¿Tiene cáncer?
   La mujer lo miró como a un bicho raro. —Mire señor, aquí no brindamos ese tipo de información, guardamos la privacidad de todos los pacientes. Piera es una entre un montón, que lucha hace más de diez años y éste es su último recurso. No tiene dinero para que la puedan operar de un tumor, que no crece, pero está. Le alivia venir acá, escuchando otras historias. Gabriel quedó pegado con la noticia que Piera podía operarse. Corrió al Banco y sacó sus ahorros de veinte años de trabajo.
   El Médico que le asignaron a Piera apareció una mañana y le contó que alguien anónimo, había donado el dinero para la operación. Ella, refulgente preguntó quién había tenido ese gesto inesperado y generoso, se dirigió a la Recepción.
   —Lo único que puedo decirte, por haber recibido yo el cheque en mano, es que vestía una parca verde, era alto, con un sombrero que le cubría los ojos.
   Al ser primera en la lista, le fue otorgada la operación gratuita. Salvó su vida y la festejó por dentro. No quiso que otros enfermos cayeran en estados depresivos. Alguien le alcanzó la dirección de Gabriel. Pudo prescindir del cheque, lo puso dentro de un sobre que en su portada firmaba: Piera.

   Y al final me quedé sin tinta, si no llueve mañana voy al pueblo, compro una, podré seguir esta historia y lo que pasó entre…qué lo parió, no escribe más.     

sábado, 28 de diciembre de 2019

CUATROCIENTOS KILÓMETROS


   Nosotros somos dos y tenemos un sistema de vida, pleno de ritos establecidos. Vivimos de noche y dormimos de día.
   Endogámicos por elección, carecemos de grupo de pertenencia. Yo tengo un blog y escribo un cuento por día. Los subimos a las doce de la noche.
   José es Jardinero, Piletero, Cocinero. Ambos leemos, él plantas, helechos, árboles. Nos fuimos de La Plata, con ánimo de huir, Tandil nos recibió con cara sin sonrisa.
   Yo leo, pero siempre fui ecléctica. A José le encanta la Navidad, el Fin de Año, lugares de la costumbre que yo aboliría.
   Llegó mi hijo con su hijo. Respeta lo que no debe respetar, soy su Madre, no su amiga. Tiene un vozarrón importante, su tema preferido es: “Yo el supremo”, su ego podría forrar todo el planeta.
   —Mamá, ponete los anteojos.
   Ni cerró el auto, ni saludó, el bolso lo fue pateando hasta el living.
   —Mirá mis últimos trabajos, son muy buenos, trabajé tres días seguidos sin dormir, pasando a otro tema, ¿qué hiciste de comer? Por tus ojos hinchados, recién te levantás. Acá todavía hay gente buena, que es mi Papá, llenó la heladera y la voy a atacar.
   Empezó a llenarse la boca como un animal, igual. Seguía contando la ruta de sus vacaciones, los borcegos fueron a parar a medio camino, entre los dormitorios y el baño. Voy corriendo para lavar mi cara, que no me encuentre tan desgreñada. Tropecé con sus borcegos y me caí de boca, de pecho, de piernas.
   —Pero Madre. ¡Qué torpe que sos!, vivís cayéndote, caminá, hacé yoga, si no estás leyendo estás escribiendo o mirando películas, después te quejás que tenés el culo chato y la panza gorda.
   Nuestra casa no es grande, pero cuando viene él, es un monoambiente. Le iba a contestar, hice un paso hacia atrás, perdí la vertical, estaba sobre su bolso, importunando, claro que me caí y golpeé con el vértice de la mesa.
   —Mirá, pendejo de mierda, si te da mala onda visitarnos, no vengas y si querés comer, preparate vos el almuerzo!
   Y el Padre, que lo quiere y me ignora cuando llega el niño:
   —Pobrecito, dejalo, ésta es su casa, él puede hacer lo que quiera.
   Pensé contestarle algunos improperios, pero el personaje de La Mala, que vengo a ser yo y el otro personaje que es un santo, no es capaz de pararle el carro y exigir que me respete. Trago el sapo.
   El hijo de mi hijo, es como un fantasma, se sienta en un rincón y su mundo es el celular. El niño viene por dos días y se trae todo su placard, deja el bolso en la cocina, las camperas tiradas donde venga, son iguales.
   Luego las peleas, costumbre insoslayable, en sus visitas. Era un niño angelado hasta los catorce. A los dieciocho, se fue de casa y ahora, a los treinta y cuatro, es lo que conté, pero yo lo quiero, más que a nadie en el mundo.
   No se queda más de cuatro días, lloro cuando se va, al mismo tiempo es un alivio. Trato de borrar sus rastros de casa, para no derrapar en la tristeza. Cuando limpio soy distraída, encontré una foto que tomó su Padre, mi hijito con ocho años, sentado entre vegetación tropical, un sombrero de alas anchas y esos ojos entornados, los brazos apoyados sobre sus rodillas como un adulto y yo en una diagonal, casi tocando el borde, con mi eterno cigarrillo, en una silla de playa, asoma mi vieja visera y nuestros ojos alineados, con un amor, de para siempre.  

viernes, 27 de diciembre de 2019

DESAYUNO


   Jugamos a levantar la mañana, con dos café con leche, mirando la ventana. El gato, atiborrándose de leche tibia.
   Simulada indiferencia del perro por la miga.
    Las cuentas desparramadas,
en la mesa donde se come.
                        Se conversa,
                        se lee,
                        se discute, se recuerda.
   ¿Cuál es el precio del “plan”, que pagamos nosotros?
   Esto es ponerse muy solemne.
   Haremos un bollo con las cuentas,
cagándonos de risa del sistema.

jueves, 26 de diciembre de 2019

EL SILENCIO DEL CAMPO


   Para acompañar a mis Padres, que es la relación más lejos que tengo, no me dejaron llevar mis dos amigas o mi novio incipiente.
   Entrar, si no llovió antes, te envuelve la polvareda, para abrir las tranqueras yo les hago de peón, ellos quedan dentro de la camioneta y yo me encargo de una, dos, tres, cuatro y después cerrarlas.
   Cuando estamos dentro, mi Madre se pone a putear los Caseros, porque desde que se fue, no limpiaron nada. Entonces se pone un pañuelo y un guardapolvo que le quedó de la escuela. No habla, no contesta, hasta que termina el último rincón.
   Trae las ovejas para que corten el pasto. Empieza a llover, las ovejas se apiñan debajo de la galería. Yo me acuesto a dormir. Da tristeza vivir en el campo, la supresión de sonidos durante la noche, el motor de la heladera me despierta sobresaltada.
   Es un disparate, pero el silencio absoluto deprime. Las estufas que no funcionan, porque las palomas hicieron nido en las chimeneas. Nadie las va a quemar. Al día siguiente, con palos largos, logramos sacarlas. Pero esa noche nos congelamos.
   Por suerte está lleno de libros y alguno bueno me sacaba un rato del lugar. No tengo mi caballo, se murió el año pasado y nadie me avisó.
   —Para no ponerte triste.-Dijo mi Padre, pero no le creí-.
   Mi Madre cocina para los tres y me acaricia el pelo, yo no le creo ninguna de sus caricias. Si se mienten entre ellos, ¿por qué me van a decir cosas verdaderas a mí?
   Papá se hace el langa, tiene una novia en el trabajo, otra en el campo, la Mujer del Tractorista y en Chascomús la Señorita Belgrano, que yo no me explico ni cómo se deja tocar la mano. También anda con mi Madre, parecen un matrimonio que funciona.
   Mamá, que no es ninguna boluda, anda con el Obispo de Chascomús, el Director de su Escuela, el vecino de al lado y allí tampoco falta mi Papá, es su Esposa y le responde los sábados a la noche.
   Son un ejemplo deplorable, pero trato que sus conductas mendaces, no arruinen estos años, de dos amigas leales y un novio incipiente, que creo, será el definitivo.
   Él, cuando se entera de algunas cosas, dice que lo más inteligente será que cuando nos casemos, nos digamos la verdad. Tomaremos distintas rutas y después, Dios dirá.
   —Igual, no lo nombres a Dios, porque trae mala suerte.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

UNA COLABORACIÓN



   Era el lugar más escondido, con vegetación sorprendente, muy difícil de encontrar. La aldea que Quintina me dijo:
   —Te separan cuatro mil kilómetros, si vas sola a dedo te lleva cuatro días. Vas a encontrar casitas perdidas de pescadores, pero vos andá a la “Posada de la Luna”, les decís que sos mi amiga y de inmediato te dan un lugar.
   Los únicos huéspedes éramos una alemana y yo. Teníamos la misma edad y cuerpos disímiles. Medía uno ochenta y yo, uno sesenta y tres. Era rubia, de ojos nazis y yo era morocha, argentina y como odiaba mi cara, ni pienso describirla.
   —¿Qué te parece si hoy vamos a caminar?, hacemos una costa serena y después vienen los pozos de piedra, que no llegás a ver el fondo, es negro y el mar brioso, que parece decir, aquí estoy. Te avisa de su existir, le siguen otros pozos, con escaleras naturales de piedra, que te dan sensación de vértigo, me gusta desafiarlos.
   Tenía un equipo de correr, destacando sus líneas deportistas y unas zapatillas que te hacían volar. Me regaló un par de su hermana, nunca corrí así, como levitando. Los primeros días trotábamos juntas y yo era de detenerme en algún helecho, alguna flor, raras salamandras de múltiples colores. Greta no paraba jamás, llegaba antes que yo.
   —Si vos parás de correr, no sos una deportista, a mí me molesta un poco, veo pocas ambiciones en todas tus conductas.
   No merecía respuesta, levanté mi mano diciendo: “Heil Hitler” y hasta puso cara de orgullo, después dejamos de hablarnos. Igual todas las mañanas salíamos a correr.
   Notaba que Greta prefería los lugares más peligrosos, se metía hasta que no podía verla. Una mañana la seguí hasta su pozo preferido. La miraba desde arriba, las piedras tenían musgo y a cada rato resbalaba, tenía manos prensiles y tomada de las piedras, seguía sin alterar su ritmo.
   Me hacía maldades, la loca. Metió una araña en mi cama. Cerraba la llave del agua, en mis duchas matutinas. Les contó a las dueñas de la Posada, dos viejitas deliciosas, que yo era una persona de cuidado, capaz de cualquier cosa.
   Las viejitas se reían, mientras me informaron, les parecía feíto que ella les fuera con cuentos. Además no le creían, por ser yo una persona buena y considerada.
   Mientras nos atábamos las zapatillas: —Cuánto tiempo que no nos hablamos, Greta, te pido perdón si en algo te ofendí, sobre todo cuando vi la cruz gamada, tatuada en el medio de tu pecho.
   Ella no contestó, pero yo la invité a correr, era la salida del sol. Íbamos a la par y como siempre, se adelantó. Me llamó la atención, se detuvo para ver la salida del sol.
   Sentí que tenía adrenalina concentrada, cuando advertí que estaba a orillas del tercer pozo, levanté una piedra, se la tiré con todo, en el medio de la espalda. Perdió pie y se cayó, me asomé, pero el fondo negro, la espuma y Greta, no la vi más.
   Me preguntaron las viejitas por la germana.
   —No tengo la más pálida idea.

martes, 24 de diciembre de 2019

TODO TRANQUILO


   —Rompí bolsa!
   En la cola del Banco, todos miraban los numeritos y la pantalla. Tenían hambre, sed y ganas de hacer pis. La bolsa que rompió la mujer, no pertenecía al advenimiento de nadie, era una bolsa de lona, se le descosió de abajo, salió toda la plata que afanó amenazando a viejos jubilados. Metía lo sustraído en el bolso y al toque cambiaba de peluca.
   Como nadie sacaba los ojos de la pantalla, juntó lo del piso y hasta un Guardia Policial, le ayudó a recolectar el faltante. Así, con la bolsa rota, fue a comprar otra y puso la vieja dentro de la nueva.
   La gente caminaba como fila de hormigas, se chocaban, el “disculpame” no existió ni de un lado ni del otro. Había un hombre tirado en la vereda, muerto, resultaba un estorbo a los caminantes con prisa y lo fueron pateando hasta la boca de tormenta, que se lo llevó.
   Obturó otras bocas y las calles se inundaron. Arrastró autos y personas. Los negocios perdieron toda su mercadería. Sólo flotaban las bolas de Navidad. La ladrona encontró un gomón de niño con un remo. Llegó al Banco, al primer piso, donde estaba el Gerente. Le dio con un remo en la testa y le sacó bolsones de dinero robado, para enriquecer el Gobierno de turno, con nuestro dinero.
   Cuando los inútiles secaron las calles, con un camión fuera de servicio, que perdía, atrás iba un municipal, con un trapo de piso.
   Ella subió a un Uber, la llevó por un lugar intrincado. Le dijo al chofer que la dejara ahí. 
   —La espero, Señora.
   —No le voy a pagar nada, lo que me cobra es un robo. Y retírese o lo denuncio por acoso.
   Y se metió en el monte, arrastrando los bolsos. Le abrió la puerta, el Guardia Policial del Banco.
   —¿Cómo fue tu día?, ¿lo pasaste bien?
   —Sí, todo tranquilo, como siempre.

lunes, 23 de diciembre de 2019

CHUPA LA MIEL



   —Leo esos libritos tuyos, que se besan y les tiemblan los labios y él la agarra de la cintura, Mamá, esas lecturas son tan obvias que lastiman. A mí no me inspiran, me deprimen y la amenaza del cuaderno y la birome, ¿para qué?, si no se me ocurre nada.
   Es chico, tan paranoico que un día se desmayó en el Banco. No salió más de esta casa.
   —Si te asomás por la ventana, ves la chica de enfrente, está armando el arbolito. La Nochebuena, come sola con el gato, que ella sube a la mesa, único comensal. Ahí tenés una historia. ¿Por qué la chica vive sola? ¿Para qué el arbolito? ¿Qué habrá pasado con su Marido que le llevó el hijo? Bueno, es un principio, después seguilo vos. Pero mirá, no te quedes con cara de tonto, como si el mundo fuera una pared.
  “Cuando se casaron, nada más que por Civil, era judío y ella cuyo nombre era Elisa (Le voy a poner Elisa, porque rima con brisa) era goy, la familia, ortodoxa, nunca la aceptó, ni entrar a la casa podía y a su Marido le decían traidor. Ellos mostraron su dignidad, pensando que eran unos boludos. (Uy, me olvidé que boludos es una mala palabra, lo cambio por indiferentes)
   La luna de miel la pasaron en la bañera, untaron con miel sus zonas erógenas y se pasaron la lengua por los cuerpos enteros y no quedar enmelados les llevó toda la noche. Recién ahí, él, un hombre sin prepucio, la pudo penetrar. Cuando quedó preñada (Uy, no, eso es para los animales, retomo) quedó embarazada, que viene de pregnant. Tuvieron un hijo narigón, no podía tomar la teta, él se encargó de plegarle la nariz hacia la derecha. Le salía tanta leche que él ponía lo sobrante en una lechera.  Después le plegaba la nariz a la izquierda y de ahí salía más leche, llenó un recipiente grande, con leche materna, es lo mejor para no enfermarse y no gastaban un peso. Él tomaba café con leche y ella leche con café. Al bebé le quedó la nariz tan blanda, que parecía una puerta rebatible. Resultó un niño con buena leche, nunca pensaba mal de nadie y les hacía los deberes a los burros, les imitaba la letra. Tenía tanta buena leche, que regaló toda su ropa, hasta los zapatos a cualquier niño desabrigado.
   El Marido, como buen judío, lo insultó en ídish. La miró a Elisa con furia, metió el niño en su auto oxidado, que había pertenecido a su Abuelo y se lo robó. Elisa se presentó en la casa de los Padres del Marido. Le pidieron que se fuera mientras ella escuchó: —¡¡¡Mamá, salvame, me están cortando el pitito!!!
   Se asomó el Padre, vestido de Rabino y le entregó el prepucio.
—Usalo de anillo, goy ignorante.
   Elisa pensó en su amado bebé y se lo puso en el dedo mayor de la mano izquierda, mano que usó nunca, para no deteriorar la ablación a su bebé.
   Para la Nochebuena, tocaron el timbre y un muchachito le dijo:
   —Yo soy tu hijo, Papá murió en Palestina y vengo a vivir con vos.”

domingo, 22 de diciembre de 2019

QUE SE CALLE, YA ESTÁ


   Es como esas cosas que no queremos desprendernos. Vaya a saber qué mandatos me obligan a tenerlo aquí, entre nosotros.
   O tal vez, las campanadas de la Iglesia, en lo de mi Abuela, sea un recuerdo entrañable de mi infancia.
   Había una ceremonia que nos encantaba a los chicos. La hora de darle cuerda con esa llavecita minúscula, el poder de los ojos de mi Abuelo sobre las agujas. El grandioso privilegio de dos vueltas y media.
   Con el paso del tiempo y las muertes sucesivas, el reloj, vino a vivir a mi cocina. A veces el tic tac me parecía alto y las campanadas llegaron a taladrar mis oídos.
   Se rompió en dos oportunidades. La última vez nos dijeron que el reloj no iba más. Si preferíamos cambiarle su máquina.
   —No, gracias.
   El reloj se fue al living. No molesta que haya callado. Su silencio me recuerda esos viejos solos, de algunas plazas.
   Se mantienen ahí, no necesitan correr más… Sólo esperar.

sábado, 21 de diciembre de 2019

INVASIÓN



   Cuando Rita perdió a su hermana, por un cáncer terminal, nunca pensó que su cuñado, los iba a necesitar. Empezó el primer domingo, que lo invitaron a comer. Él mismo, hacia el final, levantó la mesa cuando Aroldo se disponía a que Rita le sirviera otro plato de ravioles. Él le arrancó la fuente, platos, cubiertos y copas. Se puso a lavar dejando todo brillante.
   —Disculpen mi actitud, pero después del trabajo de Rita, creí oportuno dejar la fuente por la mitad, para que tengan esta noche, si me invitan no me negaré.
   Siguió limpiando los aparadores, detrás de la cocina, le pasó betún a la mesada.
   —Esto viene después del detergente, queda olor a limpio similar a un piso lustrado. Les aviso que mudé las cacerolas al aparador de arriba y los platos los metí en el secador para tenerlos a mano. Falta el piso, que si tienen cera suiza, me hacen un favor. Me alcanzan la enceradora y después haré una siesta en mi casa, ahora me quedó la cama grande, sólo para mí, me desparramo y me envuelvo, ya no tengo que compartir con tu hermana.
   Los dos pensábamos que él sufría su viudez, pero pasó al revés, parecía que disfrutaba. De a poco fue despojando su casa, prescindiendo de cosas necesarias. El ropero de los pulóveres de invierno, las sillas del comedor y vendió todo. Disfrutó la venta, haciendo un viaje a Córdoba de cuatro días.
   Regresó directo a la casa de sus cuñados, llegar a una casa vacía lo hacía extrañar a su mujer.
   —Estoy cansado, voy a dormir en el sillón del living, no es abuso, no doy más.
   Rita y Aroldo, como todos los domingos, fueron al cementerio a llevar flores, para la hermana. Volvieron caminando un trecho largo, hasta llegar a la casa.
   Cuando Aroldo entró al escritorio, su cuñado lo había transformado en living.
   —Estos lugares necesitan sol, por eso lo mudé.
   La habitación de ellos, la trasladó al tendedero cubierto.
   —Esto tiene la ventaja, que pueden lavar, secar y tender, sin levantarse de la cama. Sé que ustedes no duermen siesta y estoy demolido, dormiré en la cama de ustedes. Cuando despierte sigo. Faltan muchos detalles, pero soy de solucionar con rapidez.
   Ellos se fueron al Cine y vieron dos películas, no por gusto, sino porque a esa altura, tenían ganas de matarlo.
   —Pobre mi hermana.-Decía Rita compungida.-  Yo ni sabía que un tipo tan silencioso, guardara esa personalidad de mierda, le cortaría la cabeza.
   Dijo Aroldo: —Yo sigo por las pelotas y las manos, vos viste que podó todas las ramas del aguaribay?
   A media noche regresaron, con la secreta esperanza de no encontrarlo. Había una luz prendida en el jardín diezmado, no dejó ni un gajo de nada.
   Lo vieron de espaldas, en el sillón de mimbre, con traje y sombrero, mirando alguna estrella. Rita y Aroldo se acercaron con la misma idea, matarlo. Llegaron al sillón y no hubo necesidad. Él estaba muerto, con los ojos abiertos y media sonrisa…
   Aroldo le tocó el hombro y el cuñado cayó al suelo, mirándolos a los dos, con los ojos abiertos y media sonrisa, el sombrero rodaba y el viento se lo llevó.

viernes, 20 de diciembre de 2019

EMPEZÓ LA FUNCIÓN


   Me siento tan sola, como cuando era chica y estaba rodeada de nada, tuve que inventar a Cuca.
   Era buenísima, hacía todo lo que le pidiera, viajábamos por el mundo, que para nosotras (es decir para mí), eran China, India y Mar Del Plata.
   Allí íbamos sin valijas ni nada. Llegábamos a un palacio maravilloso, que quedaba debajo de la mesa del comedor. Tomábamos el té y sobre todo charlábamos todo el tiempo.
   Las despedidas se producían, por los gritos de mi Madre. No había remedio, esas interrupciones me parecieron los primeros pasos de lo que luego sería, “la dictadura de Mamá”.
   Mientras leía el diario y tomaba café, Papá comentaba: “Qué General se perdió la Nación”.

jueves, 19 de diciembre de 2019

ABREPIERNAS


   Cuando entramos en la Facultad, nos hicimos amigas y decidimos alquilar juntas un departamento, donde tuvimos la suerte que podíamos ver el río. Estudiamos Psicología, primero separadas y llegamos a ser las mejores de las clases.
   Un día, por aburridas, empezamos a estudiar juntas, dos horas leíamos con concentración y usábamos una hora de distracción. Eso nos mató el hándicap y resultamos las peores de esa materia.
   A veces nos hacíamos regalos, generosos y otras, nos peleábamos a gritos y rompíamos toda la vajilla. Ese día fue de bronca y tristeza, mi compañera dejó el departamento, no sin antes estrellar la última taza. El gato se escondió debajo de mi cama, lavé su tazón y luego lo desinfecté, para tomar yo.
   Después empecé a comer dos cosas que no daban trabajo, yogurth y banana. Al gato le devolví su charola y yo usaba los vasos de yogurth, enjuagados, para tomar café.
   Tropecé a la salida del edificio, con su novio y me dijo que ella se recibió.
   —Bueno, el mundo tendrá nuevas víctimas.
   Él no contestó. —Quería saber cómo estabas, por eso tropezamos, me habló de la hora que salías a correr.
   No quiere que él se entere que es mala y competitiva, esto de mandar a su novio, es porque quiere saber, cómo lo estoy pasando.
   —Dejé la Facultad y nuevas historias se abrieron en mí, sobre todo las piernas. Me faltan diez materias y la residencia. No hay laburo, tenés que mendigar, te rompiste la vida, para después la frustración. Empecé por los boliches, tomaba un chopito, para aflojar, miraba uno por uno y elegía. Bailaba sola, con sensualidad de invitación, me ponía cerca y el tipito aceptaba. Tengo un puntaje alto, mi cuerpo, nórdica, rubia, pelo hasta el trasero. Me lo llevaba al departamento, el ascensor sabía cómo hacer para investigar, si lo notaba chico y blandito, le decía buenas noches. Ni chau. Me daba más adrenalina que dar examen frente a tres boludos. Seguí por boliches de target alto, yo me abría de piernas y lo que intentaba entrar, era patético. Los ricos suelen tener miembros blandos y cortos. Empecé a recorrer los boliches más modestos, de luces rojas y olor a perfume barato. No dejé de concurrir una sola noche, ellos tomaban la iniciativa en cualquier lugar, una esquina, un árbol, un banco de una plaza y Puente La Noria. Así deberían ser todos los hombres, un sombrerito en el principio y un cilindro grueso y sean capaces de esperar al unísono y llegar a la cuatrifecta, una primero y tres atrás bailando.
   El novio de mi ex amiga, adujo que tenía que inventar algo, porque yo, con unos cincuenta tipos, lastimaría sus nobles sentimientos.
   —Decile que salgo a correr todas las mañanas y tropecé con vos, te agarré de la corbata y te tiré en el piso del palier. Me encantó obligarte tantas veces, hasta quedar abrochados.
   Vino la ambulancia, Sala de Emergencia, apareció mi ex amiga, que fue la encargada de todo. Los Médicos se reían ostensibles y de a poco se sumó todo el Hospital.
   Una rubia escandinava, de útero prensil, no se ve todos los días.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

SE DEJÓ LOS TIRADORES



   Lo conocemos de antes de nacer, Mamá decía que desde adentro de la panza, nosotros nos movíamos para saludarlo. El líquido amniótico es sabio, como nosotros, dicen que nacemos sabiendo todo, de a poco vamos olvidando y repetimos el grado.
   —Papá, ¿vos usás tiradores?
   Mirá lo que me pregunta. —Yo me tengo los pantalones con cinturón, el Viejo de la esquina usa tiradores, son del tiempo de morondanga, algunos exagerados se ponían las dos cosas, tiradores y cinturón.
   Mis Padres discutían entre ellos y de todos mis hermanos se descargaban conmigo. Yo me iba de mi casa hasta la casa del Viejo. Contaba cuentos muy buenos, decía que me veía cansado, que apoyara mi panza en sus rodillas.
   Me pareció sospechoso. —No me va a tocar el culo, porque lo acuso de pedúnculo.
   —Ni se te ocurra decirlo, yo te voy a rascar la espalda despacio, te va a dar placer, mi Abuela lo hacía siempre, para calmar los fustazos que me daba mi Viejo. ¿Qué sentís cuando hago esto?
   —La verdad, me hace cosquillas, pero me gusta, hasta olvido por qué me fui de casa. Señor Cascajo, así lo llaman en casa, ¿no me regala sus tiradores?
   —Ahora no, pero serán mi herencia, para algún preferido que se me ocurra.
   Me zafé y le conté a mi Padre.
   —¿Cómo no me dijiste antes? ¡El Viejo es un pedófilo! Voy a la casa y de una trompada, lo mato.
   Tocó timbre, pero como nadie lo atendía, llamó a la Policía.
   Ellos tiraron el portón abajo, el Viejo estaba tranquilo, sentado en la silla de mimbre.
   —Vamos! Vamos!, no se me haga el dormido. 
–Le dijo un Oficial-.
   —Me parece que el Viejo está muerto y bien muerto.
   Se dirigió a un Sargento con cara de idiota.
   —Vos que sos forzudo, llévalo al furgón.
   Vi cómo lo sacaban, en una camilla, tapado hasta la cabeza y entonces me di cuenta, nunca más me iba a rascar la espalda. Me tiré a la pileta y nadé por abajo, hasta agotarme.
   Tomé sol y eso me quitó el frio, cuando di vuelta la cabeza, vi unas sogas elásticas, con terminales de cuero y sostenes de bronce. El Viejo me había dejado su herencia. Esa noche dormí con los tiradores puestos.
   Mi Madre por la mañana preguntó: —Tenés marcas de tiradores, ¿por qué será? Vení, apoyá tu pancita en mi falda, te voy a rascar despacito.

martes, 17 de diciembre de 2019

EL VIENTO QUE DESPIERTA


   Desde que largué el cigarrillo aumenté treinta kilos. Llegaba el verano y moría por ver el mar. En ninguna malla cabía, me asomaba la panza, los rollos eran infinitos, hasta los cachetes me engordaron. Salí de compras para encontrar una malla que tapara mi cuerpo de chancho. Gasté la suela de mis zapatos, pero mi talle no existía. Miraba pasar las chicas, con esos cuerpos perfectos y yo, que no soy envidiosa, las envidié. La panza hundida, el culo parado y recordé cuando tuve la edad de ellas, pero los años no tienen piedad.
   Me acordé de un cofre centenario, que fue de mi Madre y revolviendo encontré un traje de baño negro, con piernas hasta la rodilla y una blusa acampanada, que cubría lo impresentable de mi figura achanchada. Estaba la cofia, pero la descarté.
   Andando por la arena, bordeando el mar, parecía vestida, la malla se volaba y me metí a nadar. Cuando salí, la malla quedó pegada y “el viento que despierta”, me la secó.
   Había poca gente, el único beneficio de los setenta, es que no te mira nadie. Subí los médanos mirando el mar, encontré un milagro, mi primo Mariano.
   —Estás hecha una regia, esos kilitos de más, dan ganas de pellizcarlos.
   Laura recordó, cuando todos veraneaban en Quequén, una casa castillo, que al final se derrumbó. Dejó de ser un lugar para volver. Mariano estaba con su malla antigua, de musculosa blanca, bermudas que llegaban arriba de las rodillas y un cinturón marinero.
   Tenía el pelo blanco, con el cutis tostado, quedaba bien, porque él sí conservó su figura de atleta. Otrora me gustaba tanto, que no podía disimular.
   —¿Qué te parece Laurita si nos tomamos este whisky Ye Monks?, se lo robé a tu Padre, por suerte no se dio cuenta y después murió.
   Tomaron un trago uno y otro trago el otro, hasta que vieron el mar confundido con la arena.
   —Subamos este médano y nos despedimos del sol.
   Laurita, que estuvo enamorada perdida de él, cuando rodaron en la arena, se les mezclaron los cuerpos. Mariano le besó la boca y después siguió, Laura le recordó que eran primos hermanos, y eso les estaba vedado, tener relaciones relacionadas.
   —Pero si todos se murieron y vos embarazada no quedarás, en cambio podemos hacer, todavía, esas cosas del amor. Ahora somos adultos, no desperdiciemos estos momentos y cerrá la boca.

lunes, 16 de diciembre de 2019

CIELO DESPEJADO



   Ella trabaja en una terraza, con pisos de madera, en altura. Haciendo un esfuerzo se pueden ver las Sierras, donde trepan las casas de cemento y le tienen miedo al árbol.
   Luego viene un Bar espacioso. Existen dos posibilidades, de consumo de café y helado. Siempre atenta a los pedidos de los niños, imbancables, es Cielito que los mira con amor y les explica cómo están hechos, porque los hay de perejil y espinaca. Los niños no entienden nada.
   —Mamá, queremos helados normales, de bayón y chocolate o de frutilla y camambert, gritale, gritale a Cielo, porque siempre está enamorada y eso la debe distraer.
   —Les pido que bajen la voz, porque Cielo tiene un novio, que se llama Bruno y trabaja desde las doce de la noche, hasta las diez de la mañana y ella entra a su trabajo a las diez de la mañana, hasta las doce de la noche.
   Los chicos calcularon por celular. —Mami, entonces no tienen tiempo ni para lo que vos y Papi hacen todas las noches, con ese colchón infernal, que nos despierta con los resortes, donde tiembla toda la casa. Entre paréntesis, podrían cambiar ése, por uno más silencioso. Tampoco es necesario usar las noches de toda la semana, para hacer lo que hacen. Alguna vez podrían dormir la noche entera.
   Apareció Bruno, buscando a Cielito con ojos desorbitados. Cielito, de la alegría, dio vuelta dos cucuruchos llenos, en la cabeza de dos inocentes. Quedaron a cargo las otras chicas y Néni, que es el encargado de todo.
   Bruno tomó la mano de Cielito y entraron al Super de al lado, donde Bruno trabaja y además tiene las llaves del baño. Los compañeros saben todo, pero todos son leales. Parece que en el baño, se ponen al día, con lo que podían hacer un día por semana.
   Era muy divertido, porque Cielito aparecía con la cofia de costado y la pintura corrida. Bruno la acompañaba, con el uniforme al revés y las zapatillas colgando del cuello.
   Tenían dos cómplices, una para Cielo, que le acomodaba la cofia y le limpiaba la cara, otro que le calzaba las zapatillas a Bruno. Todo esto, les llevaba tres minutos y medio.
   Un día les llamaron la atención y le pidieron a él, las llaves del baño. El chico de la verdulería, tenía una cucheta, en un vericueto secreto y le dio tanta bronca, que les ofreció ese lugar. Disfrutaron como Príncipes, en oportunidades hubo que golpear la puerta, porque se excedían de tiempo.
   Un día, que para Cielo y Bruno fue humillante, les pusieron una cámara y salieron en todos los televisores del Super. Nunca hubo tantas ventas de café y de helados, el Dueño los felicitó, porque aquellas circunstancias, triplicaron las ventas.
   Los niños miraban y aplaudían al televisor, los viejos tomaban café, como nunca se había visto. Bruno y Cielo se fueron pensando, que tal vez, con la oferta del Dueño, podían comprarse una casa, un auto y hacerle los rulos al perro, que andaba con el look medio abandonado.  

domingo, 15 de diciembre de 2019

ENERO DOS, A LAS CINCO


   Las personas caminaban contentas, paquetas, con paquetes y ofertas chicas dentro. Se reían por la cosa de la Navidad.
   Yo estaba triste, siempre estoy triste, padezco mi tristeza y me la banco, pero no está en mis ganas la alegría del almanaque. El 25 de Diciembre nació mi Papá, pero ahora ya no está, justo el día que todos festejan por festejar.
   Mirando el piso del subte, encontré un pasaje debajo de mi asiento, el destino era Trieste, debe ser un país donde viven los tristes pero en italiano, le agregan una e suplementaria, como un bastón, para poder soportar el peso del sufrimiento. Cuando llegué a la Estación, guardé el pasaje, no sin mirar antes, la fecha de partida.
   —Disculpá que te interrumpa, el papel que guardaste, ¿no sería el de mi viaje?, viajamos en el mismo subte, yo te miré varias veces y eso me produjo distracción, allí tal vez se me cayó.
   Yo puse cara de ojos tristes y empañados.
   —Qué triste que lo perdiste, te invito con un café, desde ya te digo que son inmundos, pero es un pretexto para charlar.
   Hablamos pelotudeces, yo miré el reloj.
   —Disculpá pero tengo que estar en el Aeropuerto.
   Él entristeció y preguntó mi destino.
   —Me voy a Trieste, al mismo lugar que vos, si querés viajamos juntos.
   Él la miró con desilusión. —No sabés cómo me gustaría, pero yo perdí mi pasaje y no tengo plata para comprar otro.
   Ella le palmeó la espalda como si alguien se le hubiera muerto.
   —Si querés, el dos de Enero, a las cinco, nos encontramos aquí y yo te cuento todo lo que sufrí, perdón, me equivoqué, lo que me divertí.
   Tuve que cambiar mi foto y mi nombre, un señor lo hizo por moneditas.
   Llegué a Trieste y era verdad, hombres,  mujeres y niños, tenían gestos de tristeza. Me sentí compatriota. Alquilé una pieza con balcón, en el centro de la meseta, veía los espejos de agua y algunas manzanas inundadas, daba toda la sensación de querer unirse a Venecia, seguro para incrementar el turismo o por conseguir una hermana.
   Conocí a dos eslovenos, altos, de pestañas largas, que me invitaron a vivir en su casa, uno más buenmozo que el otro, pero era una pareja gay.
   Me dieron la mejor habitación, podía ver el mar y lo que me dejó perpleja, fue que la casa tenía un estilo romano.
   Hablábamos en italiano, mis Padres vinieron de un lugar cercano a Trieste.
   Yo les hacía comidas criollas y ellos, comida italiana. Nunca faltó el vino, que selló nuestra amistad. Me llevaron al Aeropuerto, los tristes, tomé un taxi hasta el subte, llegué el dos de Enero, a las cinco y él estaba parado ahí, con esos ojos inmensos y negros, me llevó la mochila. Subimos a un auto infartante.
   —Pero entonces me mentiste, podrías haber comprado otro pasaje.
   Él no contestó nada, pero yo presentí que sabía.
   —Estoy fundido, lo único que me queda es este auto y una casita en el Tigre. Acá saqué unas fotos, en un subte de Buenos Aires.
   No lo pude creer, había una chica que era yo, se agachó para juntar un pasaje, en otra. Y en otra foto, estaba mi mano, metiendo el pasaje en el bolso. Otra foto, yo concertando con él, aquel café. Y en otra, nos mirábamos a los ojos. Una se le cayó al piso, yo la levanté y vi la foto, donde él me fue a buscar, en un auto infartante, junto a la última foto, donde me ayudó a meter la mochila en el baúl.

sábado, 14 de diciembre de 2019

LOS VUELOS


    Vivíamos en casas rodeadas de bosques y un lago con garzas que nos ignoraban. Volaban al atardecer al ras del agua. En nuestra casa, separada de la de Lucas por un bosque.
   Lucas tenía cinco años, con una inteligencia superdotada. La Madre pidió que no lo elogiáramos, porque temía echarlo a perder. Yo andaba por los veintisiete años y consideraba mi amistad con Lucas, un privilegio. Un atardecer me invitó al bosquecito, donde algunas veces saludábamos al sol.
   —Decime Fefe, si yo te muestro el mío, ¿no me mostrarías el tuyo?
   No supe qué decirle, él bajó sus pantalones.
   —Bueno, yo te mostré el mío, ahora seguís vos.
   Nuca me ocurrió semejante disparate, le subí los pantaloncitos y lo llevé a su casa.
   —Vení, Lucas, quiero que escuches, mirá Marta, él me mostró y quiso hacer un intercambio, consistía en que yo le mostrara el mío. ¿Qué me decís?
   La Madre estaba fascinada con el roce de las garzas en el agua.
   —Desde los tres años, hace la misma propuesta, empezó con el Padre. Después con adultos amigos. Y todos vinieron para deslindar responsabilidades. Yo lo entiendo a Lucas, le interesa conocer todo lo que los adultos tienen cubierto. Lo consulté con una Psicóloga, dijo que Lucas era un niño diferente. Debía respetar su curiosidad y ponerle límites a las cosas, que la sociedad discriminaría.
   Lucas cayó en una depresión, que lo llevó hasta mi casa.
   —Vos, Fefe, no te preocupes, yo me daré el castigo que merezco.
   Le expliqué que era inocente y nada malo que hubiera hecho, merecía reprimenda. Me extendió la mano como un hombre y cuando volvió a su casa, tragó una aguja de coser. Le avisó a su Madre, que estaba sola, lo subió a la camioneta y le pidió por favor que no se moviera para nada. Fue a una Sala de Emergencia, donde le tomaron una radiografía. El Director del Hospital le dijo que fuera a Córdoba, en avión. Donde existía un Médico que podía salvarlo de esa situación sin operarlo.
   Lucas estaba tranquilo, ni siquiera pestañaba. En el avión escribió dos líneas a su Madre: “Si me muero quiero que le regales el tren eléctrico a Fefe.” Cuando llegaron al Hospital, los recibió el Médico, de pocas palabras y ninguna sonrisa.
   —Si usted es la Mamá, la mejor ayuda que puede brindar es dejar a Lucas solo, conmigo.    
   Entraron al Consultorio y Lucas estaba palito.
   —No tengas miedo, vos quédate quietito quietito.
   Sacó dos pinzas de un grosor más chico que una aguja de tejer. Ambas tenían una terminación con micro paletas casi invisibles. Encontró la aguja de coser con una destreza mágica. No hubo ningún sangrado ni complicación alguna. Lucas le agradeció con un abrazo y diciendo gracias.
   Volvieron en avión.
   —Qué suerte que no me morí. Lo podemos invitar al Doctor a mi cumple, para que nos haga de mago.
   Ni bien llegaron corrió a la casa de Fefe.
   —Yo  dejé en mi testamento,  que el tren eléctrico era para vos. Y aunque esté vivo, te lo regalo. Ahora corresponde que muestres el tuyo, vos ya sabés cómo es el mío.

viernes, 13 de diciembre de 2019

ENTREVERADO CON EL RÍO


   Había rollos de festuca que los fabricaba el viento del mar y los hacía rodar por las tres cuadras del pueblito. Durante el invierno no quedaba nadie, sólo la Comisaría, donde se encontraban las llaves para alquilar casas o departamentos, durante el verano.
   Eran cajas de zapatos donde dormían apretados tres o cuatro familias, siempre alguno que dormía en la bañadera. Las viejas en la playa, todo el día con el culo para arriba juntando almejas. Los viejos, de noche, pescaban en el único muelle con medio mundo, los más expertos con caña. Había poco pique, pero algo sacaban que daba para comer.
   Allí vivía Rosaura, la Renga, a ella que era renga, le daba orgullo por el conjunto “La Renga”. El único que se escuchaba desde la Comisaría. Ella se ocupaba de limpiar, estaba tan sola que se casó con el último langa soltero, de camisa blanca, el pelo peinado a la gomina, teñido de negro hasta el bigote.
    Le llevaba a la Renga, como treinta años o más. Pareció que se casó más para que ella le limpiara, que por amor. Llegado el momento que le dio tres edificios más para limpiar, la Renga se tomó el piante y fue a vivir con el Comisario. La encerró en un calabozo, por si el otro le venía con algún reclamo. De noche, para hacer uso marital, se metía en el calabozo y galopaban hasta el amanecer.
   Luego salía y la encerraba con llave, a veces se olvidaba de llevarle comida o agua. La Renga hacía sus cosas en un balde que el Comisario pasaba por alto, hasta cuando rebalsaba. Ahí lo cubría con tapa de cartón de pizza y hacía de cuenta que no existía.
   El día que olvidó cerrarle,  la Renga, saturada del maltrato, tomó el revólver cargado, del yuta, que casi nunca lo usaba y esa misma noche, de relámpagos y tormenta, entró el comisario con el deseo a flor de piel, la Renga no le dio tiempo a nada. Le escupió la cara con un pollo bien cargado y con siete balazos sobre el corazón, lo ultimó.
   —Y para que lo sepas, voy a seguir viviendo en este pueblo…
   Le seguía hablando, pero el yuta estaba muerto.