—Leo esos
libritos tuyos, que se besan y les tiemblan los labios y él la agarra de la
cintura, Mamá, esas lecturas son tan obvias que lastiman. A mí no me inspiran,
me deprimen y la amenaza del cuaderno y la birome, ¿para qué?, si no se me
ocurre nada.
Es chico, tan
paranoico que un día se desmayó en el Banco. No salió más de esta casa.
—Si te asomás
por la ventana, ves la chica de enfrente, está armando el arbolito. La
Nochebuena, come sola con el gato, que ella sube a la mesa, único comensal. Ahí
tenés una historia. ¿Por qué la chica vive sola? ¿Para qué el arbolito? ¿Qué habrá
pasado con su Marido que le llevó el hijo? Bueno, es un principio, después
seguilo vos. Pero mirá, no te quedes con cara de tonto, como si el mundo fuera
una pared.
“Cuando se
casaron, nada más que por Civil, era judío y ella cuyo nombre era Elisa (Le voy
a poner Elisa, porque rima con brisa) era goy, la familia, ortodoxa, nunca la
aceptó, ni entrar a la casa podía y a su Marido le decían traidor. Ellos mostraron
su dignidad, pensando que eran unos boludos. (Uy, me olvidé que boludos es una
mala palabra, lo cambio por indiferentes)
La luna de miel
la pasaron en la bañera, untaron con miel sus zonas erógenas y se pasaron la
lengua por los cuerpos enteros y no quedar enmelados les llevó toda la noche. Recién
ahí, él, un hombre sin prepucio, la pudo penetrar. Cuando quedó preñada (Uy, no, eso es para los animales, retomo) quedó embarazada, que viene de pregnant.
Tuvieron un hijo narigón, no podía tomar la teta, él se encargó de plegarle la
nariz hacia la derecha. Le salía tanta leche que él ponía lo sobrante en una
lechera. Después le plegaba la nariz a
la izquierda y de ahí salía más leche, llenó un recipiente grande, con leche
materna, es lo mejor para no enfermarse y no gastaban un peso. Él tomaba café
con leche y ella leche con café. Al bebé le quedó la nariz tan blanda, que
parecía una puerta rebatible. Resultó un niño con buena leche, nunca pensaba
mal de nadie y les hacía los deberes a los burros, les imitaba la letra. Tenía tanta
buena leche, que regaló toda su ropa, hasta los zapatos a cualquier niño
desabrigado.
El Marido, como
buen judío, lo insultó en ídish. La miró a Elisa con furia, metió el niño en su
auto oxidado, que había pertenecido a su Abuelo y se lo robó. Elisa se presentó
en la casa de los Padres del Marido. Le pidieron que se fuera mientras ella
escuchó: —¡¡¡Mamá, salvame, me están cortando el pitito!!!
Se asomó el
Padre, vestido de Rabino y le entregó el prepucio.
—Usalo de anillo, goy ignorante.
Elisa pensó en
su amado bebé y se lo puso en el dedo mayor de la mano izquierda, mano que usó
nunca, para no deteriorar la ablación a su bebé.
Para la
Nochebuena, tocaron el timbre y un muchachito le dijo:
—Yo soy tu hijo,
Papá murió en Palestina y vengo a vivir con vos.”

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