lunes, 23 de diciembre de 2019

CHUPA LA MIEL



   —Leo esos libritos tuyos, que se besan y les tiemblan los labios y él la agarra de la cintura, Mamá, esas lecturas son tan obvias que lastiman. A mí no me inspiran, me deprimen y la amenaza del cuaderno y la birome, ¿para qué?, si no se me ocurre nada.
   Es chico, tan paranoico que un día se desmayó en el Banco. No salió más de esta casa.
   —Si te asomás por la ventana, ves la chica de enfrente, está armando el arbolito. La Nochebuena, come sola con el gato, que ella sube a la mesa, único comensal. Ahí tenés una historia. ¿Por qué la chica vive sola? ¿Para qué el arbolito? ¿Qué habrá pasado con su Marido que le llevó el hijo? Bueno, es un principio, después seguilo vos. Pero mirá, no te quedes con cara de tonto, como si el mundo fuera una pared.
  “Cuando se casaron, nada más que por Civil, era judío y ella cuyo nombre era Elisa (Le voy a poner Elisa, porque rima con brisa) era goy, la familia, ortodoxa, nunca la aceptó, ni entrar a la casa podía y a su Marido le decían traidor. Ellos mostraron su dignidad, pensando que eran unos boludos. (Uy, me olvidé que boludos es una mala palabra, lo cambio por indiferentes)
   La luna de miel la pasaron en la bañera, untaron con miel sus zonas erógenas y se pasaron la lengua por los cuerpos enteros y no quedar enmelados les llevó toda la noche. Recién ahí, él, un hombre sin prepucio, la pudo penetrar. Cuando quedó preñada (Uy, no, eso es para los animales, retomo) quedó embarazada, que viene de pregnant. Tuvieron un hijo narigón, no podía tomar la teta, él se encargó de plegarle la nariz hacia la derecha. Le salía tanta leche que él ponía lo sobrante en una lechera.  Después le plegaba la nariz a la izquierda y de ahí salía más leche, llenó un recipiente grande, con leche materna, es lo mejor para no enfermarse y no gastaban un peso. Él tomaba café con leche y ella leche con café. Al bebé le quedó la nariz tan blanda, que parecía una puerta rebatible. Resultó un niño con buena leche, nunca pensaba mal de nadie y les hacía los deberes a los burros, les imitaba la letra. Tenía tanta buena leche, que regaló toda su ropa, hasta los zapatos a cualquier niño desabrigado.
   El Marido, como buen judío, lo insultó en ídish. La miró a Elisa con furia, metió el niño en su auto oxidado, que había pertenecido a su Abuelo y se lo robó. Elisa se presentó en la casa de los Padres del Marido. Le pidieron que se fuera mientras ella escuchó: —¡¡¡Mamá, salvame, me están cortando el pitito!!!
   Se asomó el Padre, vestido de Rabino y le entregó el prepucio.
—Usalo de anillo, goy ignorante.
   Elisa pensó en su amado bebé y se lo puso en el dedo mayor de la mano izquierda, mano que usó nunca, para no deteriorar la ablación a su bebé.
   Para la Nochebuena, tocaron el timbre y un muchachito le dijo:
   —Yo soy tu hijo, Papá murió en Palestina y vengo a vivir con vos.”

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