Ella trabaja en
una terraza, con pisos de madera, en altura. Haciendo un esfuerzo se pueden ver
las Sierras, donde trepan las casas de cemento y le tienen miedo al árbol.
Luego viene un
Bar espacioso. Existen dos posibilidades, de consumo de café y helado. Siempre
atenta a los pedidos de los niños, imbancables, es Cielito que los mira con
amor y les explica cómo están hechos, porque los hay de perejil y espinaca. Los
niños no entienden nada.
—Mamá, queremos
helados normales, de bayón y chocolate o de frutilla y camambert, gritale, gritale
a Cielo, porque siempre está enamorada y eso la debe distraer.
—Les pido que bajen la voz, porque Cielo tiene
un novio, que se llama Bruno y trabaja desde las doce de la noche, hasta las
diez de la mañana y ella entra a su trabajo a las diez de la mañana, hasta las
doce de la noche.
Los chicos
calcularon por celular. —Mami, entonces no tienen tiempo ni para lo que vos y
Papi hacen todas las noches, con ese colchón infernal, que nos despierta con
los resortes, donde tiembla toda la casa. Entre paréntesis, podrían cambiar
ése, por uno más silencioso. Tampoco es necesario usar las noches de toda la
semana, para hacer lo que hacen. Alguna vez podrían dormir la noche entera.
Apareció Bruno,
buscando a Cielito con ojos desorbitados. Cielito, de la alegría, dio vuelta
dos cucuruchos llenos, en la cabeza de dos inocentes. Quedaron a cargo las
otras chicas y Néni, que es el encargado de todo.
Bruno tomó la
mano de Cielito y entraron al Super de al lado, donde Bruno trabaja y además
tiene las llaves del baño. Los compañeros saben todo, pero todos son leales.
Parece que en el baño, se ponen al día, con lo que podían hacer un día por
semana.
Era muy
divertido, porque Cielito aparecía con la cofia de costado y la pintura
corrida. Bruno la acompañaba, con el uniforme al revés y las zapatillas
colgando del cuello.
Tenían dos
cómplices, una para Cielo, que le acomodaba la cofia y le limpiaba la cara,
otro que le calzaba las zapatillas a Bruno. Todo esto, les llevaba tres minutos
y medio.
Un día les
llamaron la atención y le pidieron a él, las llaves del baño. El chico de la
verdulería, tenía una cucheta, en un vericueto secreto y le dio tanta bronca,
que les ofreció ese lugar. Disfrutaron como Príncipes, en oportunidades hubo que
golpear la puerta, porque se excedían de tiempo.
Un día, que para
Cielo y Bruno fue humillante, les pusieron una cámara y salieron en todos los
televisores del Super. Nunca hubo tantas ventas de café y de helados, el Dueño
los felicitó, porque aquellas circunstancias, triplicaron las ventas.
Los niños
miraban y aplaudían al televisor, los viejos tomaban café, como nunca se había
visto. Bruno y Cielo se fueron pensando, que tal vez, con la oferta del Dueño,
podían comprarse una casa, un auto y hacerle los rulos al perro, que andaba con
el look medio abandonado.

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