I
Era tan bueno
que cuando me aburría de todo, él estaba jugando con un piolín y el gatito. No
podía dejar de mirarlos.
Era su filosofía
de vida. Convertía en juego casi todo. Recorríamos la Ciudad de toda la vida. Descubriendo
balcones, casi de principios de siglo. Había frentes que los veía de siempre,
pero con él miré por primera vez.
Teníamos una
tortuga que llevábamos a pasear a la plaza.
II
Lo conocí a
través de una ventana, me pareció un esperpento, nunca había visto alguien tan
feo.
Ya dentro de la
casa lo pude ver de cuerpo entero. Alto y flaco como un Quijote, tenía un
hombro enyesado. Se había caído del sillín de la vuelta al mundo.
Una voz aplomada
que parecía un descanso. Tomamos vino y mi primer cigarrillo. Nos depositamos
en el mismo sillón y hablamos de cosas parecidas.
Metiéndose en el
aire escuchamos Pink Floyd. Los dos en silencio nos miramos y vi sus ojos
despacio. Pasamos la noche como en un sueño.
III
Éramos seis en
total, dando vueltas al pedo. Apareció la idea del Flaco. —Conozco un lugar
dentro del Parque Pereyra. Es una inmensa laguna de donde surgen todos los
sonidos de la tierra y a modo de coro…
Llegamos y
escuchamos el coro, pero no percibimos dónde estaban los cantantes.
—Aquí. –Dijo el
Flaco-.Si asomamos la cabeza colgando del borde de la tierra, han socavado todo
alrededor del agua, veremos a los genios.
Así fue. Cientos
de sapitos, uno al lado del otro, inflando los cachetes, todo alrededor de la
laguna.
Fue el concierto
más hermoso de mi vida, los sonidos de la tierra no se olvidan así nomás.
Del medio de la
nada aparecieron unos canas a caballo. Nos preguntaron qué hacíamos. Les
contamos todo, hasta se asomaron y uno de ellos largó: —Son unos sapos de
mierda y ustedes rajen ya, porque las visitas se terminaron.
Fue una gran
pálida, era la época de la Represión y mataban a cualquiera por nada. Por
suerte se fueron y todos, un poco temblando, nos fuimos metiendo en el auto.
El Flaco no
decía nada. Cuando llegamos a la casa, largó algo así:
—Pero qué
concierto ¡Carajo!

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