miércoles, 4 de diciembre de 2019

DESCUBRIR



                                   I
   Era tan bueno que cuando me aburría de todo, él estaba jugando con un piolín y el gatito. No podía dejar de mirarlos.
   Era su filosofía de vida. Convertía en juego casi todo. Recorríamos la Ciudad de toda la vida. Descubriendo balcones, casi de principios de siglo. Había frentes que los veía de siempre, pero con él miré por primera vez.
   Teníamos una tortuga que llevábamos a pasear a la plaza.

                                 II
   Lo conocí a través de una ventana, me pareció un esperpento, nunca había visto alguien tan feo.
   Ya dentro de la casa lo pude ver de cuerpo entero. Alto y flaco como un Quijote, tenía un hombro enyesado. Se había caído del sillín de la vuelta al mundo.
   Una voz aplomada que parecía un descanso. Tomamos vino y mi primer cigarrillo. Nos depositamos en el mismo sillón y hablamos de cosas parecidas.
   Metiéndose en el aire escuchamos Pink Floyd. Los dos en silencio nos miramos y vi sus ojos despacio. Pasamos la noche como en un sueño.

                                 III
   Éramos seis en total, dando vueltas al pedo. Apareció la idea del Flaco. —Conozco un lugar dentro del Parque Pereyra. Es una inmensa laguna de donde surgen todos los sonidos de la tierra y a modo de coro…
   Llegamos y escuchamos el coro, pero no percibimos dónde estaban los cantantes.
   —Aquí. –Dijo el Flaco-.Si asomamos la cabeza colgando del borde de la tierra, han socavado todo alrededor del agua, veremos a los genios.
   Así fue. Cientos de sapitos, uno al lado del otro, inflando los cachetes, todo alrededor de la laguna.
   Fue el concierto más hermoso de mi vida, los sonidos de la tierra no se olvidan así nomás.
   Del medio de la nada aparecieron unos canas a caballo. Nos preguntaron qué hacíamos. Les contamos todo, hasta se asomaron y uno de ellos largó: —Son unos sapos de mierda y ustedes rajen ya, porque las visitas se terminaron.
   Fue una gran pálida, era la época de la Represión y mataban a cualquiera por nada. Por suerte se fueron y todos, un poco temblando, nos fuimos metiendo en el auto.
   El Flaco no decía nada. Cuando llegamos a la casa, largó algo así:
   —Pero qué concierto ¡Carajo!

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