Las personas
caminaban contentas, paquetas, con paquetes y ofertas chicas dentro. Se reían
por la cosa de la Navidad.
Yo estaba
triste, siempre estoy triste, padezco mi tristeza y me la banco, pero no está
en mis ganas la alegría del almanaque. El 25 de Diciembre nació mi Papá, pero
ahora ya no está, justo el día que todos festejan por festejar.
Mirando el piso
del subte, encontré un pasaje debajo de mi asiento, el destino era Trieste,
debe ser un país donde viven los tristes pero en italiano, le agregan una e
suplementaria, como un bastón, para poder soportar el peso del sufrimiento.
Cuando llegué a la Estación, guardé el pasaje, no sin mirar antes, la fecha de
partida.
—Disculpá que te
interrumpa, el papel que guardaste, ¿no sería el de mi viaje?, viajamos en el
mismo subte, yo te miré varias veces y eso me produjo distracción, allí tal vez
se me cayó.
Yo puse cara de
ojos tristes y empañados.
—Qué triste que
lo perdiste, te invito con un café, desde ya te digo que son inmundos, pero es
un pretexto para charlar.
Hablamos
pelotudeces, yo miré el reloj.
—Disculpá pero
tengo que estar en el Aeropuerto.
Él entristeció y
preguntó mi destino.
—Me voy a Trieste,
al mismo lugar que vos, si querés viajamos juntos.
Él la miró con
desilusión. —No sabés cómo me gustaría, pero yo perdí mi pasaje y no tengo
plata para comprar otro.
Ella le palmeó
la espalda como si alguien se le hubiera muerto.
—Si querés, el
dos de Enero, a las cinco, nos encontramos aquí y yo te cuento todo lo que
sufrí, perdón, me equivoqué, lo que me divertí.
Tuve que cambiar
mi foto y mi nombre, un señor lo hizo por moneditas.
Llegué a Trieste
y era verdad, hombres, mujeres y niños,
tenían gestos de tristeza. Me sentí compatriota. Alquilé una pieza con balcón,
en el centro de la meseta, veía los espejos de agua y algunas manzanas
inundadas, daba toda la sensación de querer unirse a Venecia, seguro para
incrementar el turismo o por conseguir una hermana.
Conocí a dos
eslovenos, altos, de pestañas largas, que me invitaron a vivir en su casa, uno
más buenmozo que el otro, pero era una pareja gay.
Me dieron la
mejor habitación, podía ver el mar y lo que me dejó perpleja, fue que la casa
tenía un estilo romano.
Hablábamos en
italiano, mis Padres vinieron de un lugar cercano a Trieste.
Yo les hacía
comidas criollas y ellos, comida italiana. Nunca faltó el vino, que selló
nuestra amistad. Me llevaron al Aeropuerto, los tristes, tomé un taxi hasta el
subte, llegué el dos de Enero, a las cinco y él estaba parado ahí, con esos
ojos inmensos y negros, me llevó la mochila. Subimos a un auto infartante.
—Pero entonces
me mentiste, podrías haber comprado otro pasaje.
Él no contestó
nada, pero yo presentí que sabía.
—Estoy fundido,
lo único que me queda es este auto y una casita en el Tigre. Acá saqué unas
fotos, en un subte de Buenos Aires.
No lo pude
creer, había una chica que era yo, se agachó para juntar un pasaje, en otra. Y
en otra foto, estaba mi mano, metiendo el pasaje en el bolso. Otra foto, yo
concertando con él, aquel café. Y en otra, nos mirábamos a los ojos. Una se le
cayó al piso, yo la levanté y vi la foto, donde él me fue a buscar, en un auto
infartante, junto a la última foto, donde me ayudó a meter la mochila en el baúl.

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