Cuando entramos
en la Facultad, nos hicimos amigas y decidimos alquilar juntas un departamento,
donde tuvimos la suerte que podíamos ver el río. Estudiamos Psicología, primero
separadas y llegamos a ser las mejores de las clases.
Un día, por
aburridas, empezamos a estudiar juntas, dos horas leíamos con concentración y
usábamos una hora de distracción. Eso nos mató el hándicap y resultamos las
peores de esa materia.
A veces nos
hacíamos regalos, generosos y otras, nos peleábamos a gritos y rompíamos toda
la vajilla. Ese día fue de bronca y tristeza, mi compañera dejó el departamento,
no sin antes estrellar la última taza. El gato se escondió debajo de mi cama,
lavé su tazón y luego lo desinfecté, para tomar yo.
Después empecé a
comer dos cosas que no daban trabajo, yogurth y banana. Al gato le devolví su
charola y yo usaba los vasos de yogurth, enjuagados, para tomar café.
Tropecé a la
salida del edificio, con su novio y me dijo que ella se recibió.
—Bueno, el mundo
tendrá nuevas víctimas.
Él no contestó. —Quería
saber cómo estabas, por eso tropezamos, me habló de la hora que salías a correr.
No quiere que él
se entere que es mala y competitiva, esto de mandar a su novio, es porque
quiere saber, cómo lo estoy pasando.
—Dejé la
Facultad y nuevas historias se abrieron en mí, sobre todo las piernas. Me
faltan diez materias y la residencia. No hay laburo, tenés que mendigar, te
rompiste la vida, para después la frustración. Empecé por los boliches, tomaba
un chopito, para aflojar, miraba uno por uno y elegía. Bailaba sola, con
sensualidad de invitación, me ponía cerca y el tipito aceptaba. Tengo un
puntaje alto, mi cuerpo, nórdica, rubia, pelo hasta el trasero. Me lo llevaba
al departamento, el ascensor sabía cómo hacer para investigar, si lo notaba
chico y blandito, le decía buenas noches. Ni chau. Me daba más adrenalina que
dar examen frente a tres boludos. Seguí por boliches de target alto, yo me
abría de piernas y lo que intentaba entrar, era patético. Los ricos suelen tener
miembros blandos y cortos. Empecé a recorrer los boliches más modestos, de
luces rojas y olor a perfume barato. No dejé de concurrir una sola noche, ellos
tomaban la iniciativa en cualquier lugar, una esquina, un árbol, un banco de
una plaza y Puente La Noria. Así deberían ser todos los hombres, un sombrerito
en el principio y un cilindro grueso y sean capaces de esperar al unísono y
llegar a la cuatrifecta, una primero y tres atrás bailando.
El novio de mi
ex amiga, adujo que tenía que inventar algo, porque yo, con unos cincuenta
tipos, lastimaría sus nobles sentimientos.
—Decile que salgo a correr todas las mañanas y tropecé con vos, te agarré de la corbata y
te tiré en el piso del palier. Me encantó obligarte tantas veces, hasta quedar
abrochados.
Vino la
ambulancia, Sala de Emergencia, apareció mi ex amiga, que fue la encargada de
todo. Los Médicos se reían ostensibles y de a poco se sumó todo el Hospital.
Una rubia
escandinava, de útero prensil, no se ve todos los días.

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