Vivíamos en casas rodeadas de bosques y un
lago con garzas que nos ignoraban. Volaban al atardecer al ras del agua. En
nuestra casa, separada de la de Lucas por un bosque.
Lucas tenía cinco
años, con una inteligencia superdotada. La Madre pidió que no lo elogiáramos,
porque temía echarlo a perder. Yo andaba por los veintisiete años y consideraba
mi amistad con Lucas, un privilegio. Un atardecer me invitó al bosquecito,
donde algunas veces saludábamos al sol.
—Decime Fefe, si
yo te muestro el mío, ¿no me mostrarías el tuyo?
No supe qué
decirle, él bajó sus pantalones.
—Bueno, yo te
mostré el mío, ahora seguís vos.
Nuca me ocurrió
semejante disparate, le subí los pantaloncitos y lo llevé a su casa.
—Vení, Lucas,
quiero que escuches, mirá Marta, él me mostró y quiso hacer un intercambio,
consistía en que yo le mostrara el mío. ¿Qué me decís?
La Madre estaba
fascinada con el roce de las garzas en el agua.
—Desde los tres
años, hace la misma propuesta, empezó con el Padre. Después con adultos amigos.
Y todos vinieron para deslindar responsabilidades. Yo lo entiendo a Lucas, le
interesa conocer todo lo que los adultos tienen cubierto. Lo consulté con una
Psicóloga, dijo que Lucas era un niño diferente. Debía respetar su curiosidad y
ponerle límites a las cosas, que la sociedad discriminaría.
Lucas cayó en
una depresión, que lo llevó hasta mi casa.
—Vos, Fefe, no
te preocupes, yo me daré el castigo que merezco.
Le expliqué que
era inocente y nada malo que hubiera hecho, merecía reprimenda. Me extendió la
mano como un hombre y cuando volvió a su casa, tragó una aguja de coser. Le avisó
a su Madre, que estaba sola, lo subió a la camioneta y le pidió por favor que
no se moviera para nada. Fue a una Sala de Emergencia, donde le tomaron una
radiografía. El Director del Hospital le dijo que fuera a Córdoba, en avión.
Donde existía un Médico que podía salvarlo de esa situación sin operarlo.
Lucas estaba
tranquilo, ni siquiera pestañaba. En el avión escribió dos líneas a su Madre: “Si
me muero quiero que le regales el tren eléctrico a Fefe.” Cuando llegaron al
Hospital, los recibió el Médico, de pocas palabras y ninguna sonrisa.
—Si usted es la
Mamá, la mejor ayuda que puede brindar es dejar a Lucas solo, conmigo.
Entraron al
Consultorio y Lucas estaba palito.
—No tengas
miedo, vos quédate quietito quietito.
Sacó dos pinzas
de un grosor más chico que una aguja de tejer. Ambas tenían una terminación con
micro paletas casi invisibles. Encontró la aguja de coser con una destreza
mágica. No hubo ningún sangrado ni complicación alguna. Lucas le agradeció con
un abrazo y diciendo gracias.
Volvieron en
avión.
—Qué suerte que
no me morí. Lo podemos invitar al Doctor a mi cumple, para que nos haga de
mago.
Ni bien llegaron
corrió a la casa de Fefe.
—Yo dejé en mi testamento, que el tren eléctrico era para vos. Y aunque
esté vivo, te lo regalo. Ahora corresponde que muestres el tuyo, vos ya sabés
cómo es el mío.

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