—El mundo pasa
por tus manos, se ponen insolentes cuando encontrás las raíces, los tallos de
las flores y sus consecuencias, al despertar la envidia de Dios.
—A mí no me
importa porque no existe.
—Y ¿qué sabés? Por
ahí está dentro tuyo, ¿cuántas veces te dije que te compres anteojos?
—Tenés razón, es
un tema delicado y hay cosas más salubres, como tu hermana.
—No te metas con
mi hermana, tiene tetas de Diosa, son perfectas, sostenidas, pero le
pertenecen. Por eso cuando me insultan: “¡Andá a la concha de tu hermana!”, yo
les contesto: ¡Vos porque no le viste las tetas! Pero guarda con ella, nadie se
acerque, a excepción del boludo de su novio.
La hermana tenía
un novio que tenía la obsesión de las tetas. Bambi no miraba una mujer, le
miraba las tetas. Se reunían en el centro, sábados a la mañana, los amigos Rafa,
Francis, Juancho y Bambi. Todos estaban hartos de los detalles tetíferos, de la
novia de Bambi. Llegó a decir que no necesitaba almohada. Faltaban dos semanas para
el casorio. El Padrino sería el hermano de Tani. Tomaron unos whiskies o dos, o
cuatro, para festejar con los amigos.
Bambi hizo un
brindis por algo que ya no se encontraba, Tani era virgen.
—Me caso para
tener en mis manos, las tetas de ella para siempre.
Muy orondo,
Rafa, le dijo a los gritos: —¿Sabés, Bambi?, tenías razón, anoche me cogí a tu
novia y tiene unas tetas bárbaras.

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