—Rompí bolsa!
En la cola del
Banco, todos miraban los numeritos y la pantalla. Tenían hambre, sed y ganas de
hacer pis. La bolsa que rompió la mujer, no pertenecía al advenimiento de
nadie, era una bolsa de lona, se le descosió de abajo, salió toda la plata que
afanó amenazando a viejos jubilados. Metía lo sustraído en el bolso y al toque
cambiaba de peluca.
Como nadie
sacaba los ojos de la pantalla, juntó lo del piso y hasta un Guardia Policial,
le ayudó a recolectar el faltante. Así, con la bolsa rota, fue a comprar otra y
puso la vieja dentro de la nueva.
La gente
caminaba como fila de hormigas, se chocaban, el “disculpame” no existió ni de
un lado ni del otro. Había un hombre tirado en la vereda, muerto, resultaba un
estorbo a los caminantes con prisa y lo fueron pateando hasta la boca de
tormenta, que se lo llevó.
Obturó otras
bocas y las calles se inundaron. Arrastró autos y personas. Los negocios
perdieron toda su mercadería. Sólo flotaban las bolas de Navidad. La ladrona
encontró un gomón de niño con un remo. Llegó al Banco, al primer piso, donde
estaba el Gerente. Le dio con un remo en la testa y le sacó bolsones de dinero
robado, para enriquecer el Gobierno de turno, con nuestro dinero.
Cuando los
inútiles secaron las calles, con un camión fuera de servicio, que perdía, atrás
iba un municipal, con un trapo de piso.
Ella subió a un
Uber, la llevó por un lugar intrincado. Le dijo al chofer que la dejara ahí.
—La
espero, Señora.
—No le voy a
pagar nada, lo que me cobra es un robo. Y retírese o lo denuncio por acoso.
Y se metió en el
monte, arrastrando los bolsos. Le abrió la puerta, el Guardia Policial del
Banco.
—¿Cómo fue tu
día?, ¿lo pasaste bien?
—Sí, todo
tranquilo, como siempre.

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