viernes, 6 de diciembre de 2019

SOBRAS


   Suena el maldito teléfono. —Recién lavo la ropa con un jabón que no enjabona y el lavarropas que no lava, el secarropas que no seca.
   Le doy a Jose y le pido que me la cuelgue, porque la verdu ya me cierra. Cerró. Miro el tender y Josefina tendió cada prenda hecha un bollo. Me dan ganas de matarla, pero no quiero perder tiempo, después de todo, esta chica no tiene arreglo, igual que los hermanos.
   —Me confundiste con Mona, pero soy Marga, venite y comemos un tentempié, quedó de la reunión de ayer.
   Encontré las llaves de la moto de Adela. Ella dormía. Hace dos cosas en la vida, duerme y anda en moto. Vuelve de noche, tarde. Lo del medio nadie sabe. Es grande, que se haga cargo.
   —¿Viste que tardé cuatro minutos? Me tenés que aplaudir, no me tires pálidas, no respeté ningún semáforo, ni usé el casco y ya me ves. Vamos a comer las sobras de la reunión que no me invitaste.
   Perdí mi dignidad, igual que ella, por razones que supimos y preferimos olvidar.
   —Empezá por el arrollado, así te llenás la boca y no jodés, que me deprime.
   Siguió hablando sola, Marga. Derrapando la mirada, llegué al tender, la ropa de mayor a menor y con broches que no marcan. Al costado está Dionisia, una catamarqueña buena y leal. Abre un lavarropas que cumple ambas funciones, lava y seca. Y otro más atrás, para ropa de color. Vislumbro la silueta de Dionisia y de las cosas, a través de un ligustro entreverado, que trajo Marga de Inglaterra.
   En los setenta pensábamos igual, entrar a las villas con sacos de piel, a la gente del lugar le iba a encantar. Y fue después, cuando agarraron a Marga, no voy a pensar, son como las olas, siempre vuelven y se van. No me costó perdonar, me llevó mucho más tiempo volver a quererla.
   Marga no tiene hijos y está casada con un hombre de adorno.
   —Inés, en el garaje ya no caben los autos, te regalo el Citroën, está casi nuevo a pesar de los años y como ustedes no tienen, pensé que te vendría bien.
   —Ves la mostaza Dijón?, te la paso en la cara, vas a ver que te hace juego con la camisa italiana y este Limoge, donde me pusiste la comida que sobró, lo tiro contra el espejo, de paso no ves más tu cara de traidora, el Citroën se lo regalás a Dionisia, y hacé lo que te digo, infeliz. Te voy a controlar.
   Partí en la moto y lloraba, no por Marga, sino por mí, no es cierto que la haya perdonado, ni tampoco que la quiera. Me parece que las dos, somos la misma mierda.

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