Suena el maldito
teléfono. —Recién lavo la ropa con un jabón que no enjabona y el lavarropas que
no lava, el secarropas que no seca.
Le doy a Jose y
le pido que me la cuelgue, porque la verdu ya me cierra. Cerró. Miro el tender
y Josefina tendió cada prenda hecha un bollo. Me dan ganas de matarla, pero no
quiero perder tiempo, después de todo, esta chica no tiene arreglo, igual que
los hermanos.
—Me confundiste
con Mona, pero soy Marga, venite y comemos un tentempié, quedó de la reunión de
ayer.
Encontré las
llaves de la moto de Adela. Ella dormía. Hace dos cosas en la vida, duerme y
anda en moto. Vuelve de noche, tarde. Lo del medio nadie sabe. Es grande, que
se haga cargo.
—¿Viste que
tardé cuatro minutos? Me tenés que aplaudir, no me tires pálidas, no respeté
ningún semáforo, ni usé el casco y ya me ves. Vamos a comer las sobras de la
reunión que no me invitaste.
Perdí mi
dignidad, igual que ella, por razones que supimos y preferimos olvidar.
—Empezá por el
arrollado, así te llenás la boca y no jodés, que me deprime.
Siguió hablando
sola, Marga. Derrapando la mirada, llegué al tender, la ropa de mayor a menor y
con broches que no marcan. Al costado está Dionisia, una catamarqueña buena y
leal. Abre un lavarropas que cumple ambas funciones, lava y seca. Y otro más
atrás, para ropa de color. Vislumbro la silueta de Dionisia y de las cosas, a
través de un ligustro entreverado, que trajo Marga de Inglaterra.
En los setenta
pensábamos igual, entrar a las villas con sacos de piel, a la gente del lugar
le iba a encantar. Y fue después, cuando agarraron a Marga, no voy a pensar,
son como las olas, siempre vuelven y se van. No me costó perdonar, me llevó
mucho más tiempo volver a quererla.
Marga no tiene
hijos y está casada con un hombre de adorno.
—Inés, en el garaje
ya no caben los autos, te regalo el Citroën, está casi nuevo a pesar de los
años y como ustedes no tienen, pensé que te vendría bien.
—Ves la mostaza Dijón?, te la paso en la cara, vas a ver que te hace juego con la camisa
italiana y este Limoge, donde me pusiste la comida que sobró, lo tiro contra el
espejo, de paso no ves más tu cara de traidora, el Citroën se lo regalás a Dionisia,
y hacé lo que te digo, infeliz. Te voy a controlar.
Partí en la moto
y lloraba, no por Marga, sino por mí, no es cierto que la haya perdonado, ni
tampoco que la quiera. Me parece que las dos, somos la misma mierda.

No hay comentarios:
Publicar un comentario