domingo, 31 de marzo de 2013

J.D. GRUÑE



      Después de veinte años decidieron reunirse en el mismo piso que usaron de jóvenes. Con la  llave ni pudieron abrir, el viejito de abajo dijo que la cúpula estaba ocupada por su verdadero dueño. Él tenía una llave de un piso con sillones y escritorio, el dueño estaba siempre afuera. J.D. no tenía ganas de asistir, pero le pareció descortés. Él sabía que todo empezaba con palmazos en la espalda, -mirá quién es-, los lejanos – ¿te acordás cómo? Era el espacio de, -te acordás- era el primer bloque, luego venia el  -¿en que andás? ¿te recibiste? ¿laburás, te casaste, cuántos chicos? Y ni idea que te habías separado. Era el segundo bloque de dónde estás ahora y qué hiciste de tu vida. Una vez interrogados a todos los presentes se recordó a todos los que faltaban. Ése era el bloque donde todos comprenden que la vida alguna vez hace black-out.   A J.D. sólo lo miraron cuando todos terminaron de desarrollar sus historias. Estaban advertidos que J.D. sufría la agonía del libro y el fracaso de dos publicaciones. Prefería no hablar de nada, sabía lo que venía y lo que iba, le aburría soberanamente. Igual todos lo querían, era un malhumorado que si le ofrecían un whisky, gruñía. Había nuevos autores, que los compañeros encontraban interesantes, como si un camino se abriese en sendas nuevas. Esos autores eran gruñidos por J.D. a modo de –Qué porquería- ó – Mucho plagio – ó – Qué acomodo - .

      Cuando terminó el encuentro, el primero en salir fue J.D., al doblar en el descanso del octavo nos sentamos a fumar algo. Luego seguimos el descenso.  Gruñe J.D., se da vuelta y mira a los que van atrás, tenía ganas de decir que los quería. Mejor no. Así es ideal. 

domingo, 17 de marzo de 2013

MIENTRAS TANTO



      Primero lo esperaron con desesperación, después con muchas ganas que volviera, luego sólo lo esperaban, más tarde lo recordaban sólo cuando pasaban por la foto del comedor. Germain Refollé fue el encargado de cobrar una herencia importante en Argelia. Toda su familia era oriunda de Marsella. Consideraban que Germain era el más cuidadoso y astuto. Años transcurrieron y no supieron más de él. Hubo noticias, que había muerto en un episodio confuso. Se hicieron presentes quienes decían haberlo visto en mercados exóticos, vendiendo piedras preciosas, otro contó que era el dueño de un bar, con siete camellos donde los paseos a turistas se les cobraba.


      Apareció una señora elegante y pidió hablar con el responsable de la familia. Entró el padre, la madre y los hijos, adujeron que todos se hacían responsables. La señora elegante, con voz de haberse fumado la vida, aseguró haber estado con Germain Refollé en Barcelona, tomando unas copas y él relató sus viajes y negocios. De amores no habló, él era educado. Viajaron juntos, pura coincidencia. Le contó a la dama que debía partir a Marsella, tenía deudas familiares que debía reparar.


      Cuando llegó a la casa produjo más asombro que afecto. Confesó sus aventuras y desventuras, para volver a su querida familia. Cuando cobró la herencia, tuvo ganas de recorrer el mundo y no pudo contenerse. Cada lugar fue una historia diferente. Sentía como haber vivido muchas vidas. Fueron siete años, donde hizo crecer la herencia siete veces, quería devolver, con intereses, lo que les correspondía. La madre lo abrazó diciendo que el dolor era su ausencia, el dinero no importaba. El padre y los seis hermanos fueron un solo grito: -¡No! ¡No! ¡No! El dinero nos corresponde y aceptamos.- Un coro disparatado, que luego de libar, inventaron una Villa para todos. Hablaron de autos, de viajes, de vestidos, trajes y pelucas. Germain pensó que las fortunas vuelven tontas a las personas, su familia incluida. Le gustó la sopa. Mucho.