El padre
arquitecto, construyó un monoblock, en una zona de casas bajas, hubo movidas
para no tapar las Sierras y romper la idea de paisaje quebrado por intereses
espurios. Fue un fracaso el mamarracho. Sentó precedente para que otros se
dieran permisos encubiertos, vaya a saber para quiénes. El adolescente
escuchaba lo que de su padre se decía: psicópata, corrupto, con el agravante de
su homosexualidad, ahora permitida y legal, en aquel tiempo encubierta y
vergonzante.
El adolescente
hacía oídos sordos, pero necesitaba a su padre, tener algún tipo de
complicidad. Una noche el viejo le hizo probar cocaína, al pendejo le encantó y
resultó una comunión que se daba por vez primera.
El resto del
tiempo estaba solo, al borde de una depresión obvia y sin testigos, algún amigo
que le preguntaba, si estaba triste. Sentía ausencia de refugio y cientos de
cosas dolorosas, que ni él mismo sabía responderse. Lo mantenía el consumo de
droga. Una chica que lo quería de lejos, le puso en el bolsillo un papel que
decía: “Eso tomado por vos, como si tal, es la venganza del Inca, duerme en la
hoja de coca y despierta en el laboratorio del blanco”.
Se acercó a la
chica y se hicieron amigos, él puso secretos en ella y ella lo escuchaba,
tratando de bajar los decibeles de su angustia. Eran amigos, nunca pasaron a
otro tipo de relación.
Ese día despertó
con náuseas de vacío, llamó a su padre a los lugares donde podía encontrarlo.
Estaba en otra localidad, dijo no poder atenderlo, porque era una situación muy
complicada.
Él miró el techo
transparente, miró la viga solitaria, enroscó una sábana. El padre llegó al
mediodía, miró el techo transparente, miró la viga, miró el hijo pendiendo de
una sábana blanca, enroscada en su cuello.