Lindas facciones
tenía Linda, a partir de los doce años, su nariz sajona respingona, no detuvo
su crecimiento. Fue una especie de sumergencia que tapó su boca, le dobló el
mentón y llegó a las clavículas.
Imposible de
ocultar con pelo largo, sujeto a la nariz e imprimirle un gesto a todo junto.
La cruel modernidad de sus conocidos, le decían Linda elefante. Su familia entera
ofreció operarla, pero todo lo quirúrgico espantó a Linda. Como persona
ocurrente empezó con un rulero de diámetro minúsculo y fue enroscando su nariz.
Consiguió bandas plásticas que le tapaban el olfato, simulando una cirugía.
Todos se
asombraban cuánto tiempo llevaba la recuperación de su nariz operada. Una
mañana se miró en el espejo del baño, se había despegado de las bandas
plásticas y su nariz asomaba por un costado con las fosas nasales incluídas.
Linda, que era sensible con la “crecedora”, le daba besos mientras la nariz, en
agradecimiento, le rodeó dos dedos de la mano, siguió por el cuello, con una
vuelta quedó un collar, a la nariz le pareció despojado y realizó cuatro
vueltas más. Linda, con voz lejana, le decía: —Así es suficiente, me estoy
quedando sin res…pi…ra…ción.
Un error de
Linda, fue aceptar que la nariz le hiciera nido en las fosas nasales y la boca.
Linda murió.
Su historia se
puso de moda y las chicas estiraban sus narices con broches, planchitas y las
más audaces con morsas.
Algunas pudieron
llegar a rodear sus lolas, todas se hicieron piercing en las mejillas, para
poder respirar y no permitir que hiciera nido en sus bocas.

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