lunes, 10 de diciembre de 2018

GÁRGOLA QUE ESCUPE ODIO



   Me sentía feliz cuando pintaba aguas tranquilas, esos días bocetaba y el resultado era… —Me gusta, tendrías que venir más seguido, no sabés cuando lo conozcas.
   Enriqueta sintió la molestia de un testigo de su trabajo. —¿Cuándo lo conozca? Me vas a presentar alguien y no quiero, yo encuentro sola.
   Le mentí, lo que pasa por mis manos se rompe. Por eso pinto, mañana quiero el desafío de mirar cómo el mar odia a la tierra, da brazadas para poder hacerla suya. Como cuando el marido de Kiara, quiso cogerme con prepotencia y yo le pegué un rodillazo en los huevos. Llamo a Kiara, porque tiene el hacha  levantada para matar un árbol, donde me siento a mirar ideas. Después pinto cosas mucho más lindas de las que nadie hubiera imaginado.
   —¿Qué te molesta? Ya sé, el árbol. No hay leña, decido yo porque esta es mi casa.
   Kiara tiene la soberbia de los que ignoran. Por eso J. inventó:
   —Enriqueta me tiene ganas, patética. No la invites más o vengan solas.
   Tengo todos mis cuadros en la pieza más seca de su casa. El flete llega mañana, el conductor sabe un montón de pintura, su viejo fue curador, le gustaban mis cuadros, ofreció un espacio para exponerlos. Muy generoso de su parte, pero no.
   A mitad de viaje, pedí que se detuviera, bajé las pinturas, él no decía nada. Les eché gasolina y detrás de la fogata se venían olas que nunca llegaron. —Mi hermano era el autor de tanta maravilla, no le interesaba vender ni exponer, yo lo copiaba mal y destruí todo. Fue hace cuarenta años, cuando se lo…no importa. El mar no me interesa, me da miedo. Detesto a Kiara y a J. más, la casa tiene olor a nadie. Sé que boceto mal y pinto peor. Mis pensamientos son de la gárgola vomitando odio.
 Hablé todo el tiempo, de espaldas al conductor. Era suficiente, quise volver a mi casa, cuando me di vuelta, el flete ya no estaba.

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