lunes, 31 de diciembre de 2018

LABORATORIO



   El padre arquitecto, construyó un monoblock, en una zona de casas bajas, hubo movidas para no tapar las Sierras y romper la idea de paisaje quebrado por intereses espurios. Fue un fracaso el mamarracho. Sentó precedente para que otros se dieran permisos encubiertos, vaya a saber para quiénes. El adolescente escuchaba lo que de su padre se decía: psicópata, corrupto, con el agravante de su homosexualidad, ahora permitida y legal, en aquel tiempo encubierta y vergonzante.
   El adolescente hacía oídos sordos, pero necesitaba a su padre, tener algún tipo de complicidad. Una noche el viejo le hizo probar cocaína, al pendejo le encantó y resultó una comunión que se daba por vez primera.
   El resto del tiempo estaba solo, al borde de una depresión obvia y sin testigos, algún amigo que le preguntaba, si estaba triste. Sentía ausencia de refugio y cientos de cosas dolorosas, que ni él mismo sabía responderse. Lo mantenía el consumo de droga. Una chica que lo quería de lejos, le puso en el bolsillo un papel que decía: “Eso tomado por vos, como si tal, es la venganza del Inca, duerme en la hoja de coca y despierta en el laboratorio del blanco”.
   Se acercó a la chica y se hicieron amigos, él puso secretos en ella y ella lo escuchaba, tratando de bajar los decibeles de su angustia. Eran amigos, nunca pasaron a otro tipo de relación.
   Ese día despertó con náuseas de vacío, llamó a su padre a los lugares donde podía encontrarlo. Estaba en otra localidad, dijo no poder atenderlo, porque era una situación muy complicada.
   Él miró el techo transparente, miró la viga solitaria, enroscó una sábana. El padre llegó al mediodía, miró el techo transparente, miró la viga, miró el hijo pendiendo de una sábana blanca, enroscada en su cuello.

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