lunes, 24 de diciembre de 2018

XENOFOBIA IRRACIONAL



   Expatriados de Rulanda, negros violáceos, altos, dignos, Padre, Madre y dos Hijas. Trajeron ropa de lino, es lo que pudieron. Tenían la propiedad de no portar ni una arruga. Un conjunto por persona. El Padre llevaba un sombrero panamá y un bastón con remate de plata.
   Tomaba todas las mañanas un café doble, en la parte soleada de la cafetería, el resto de los parroquianos ocupaba un sector techado, con la mirada siempre dirigida al señor del sombrero, que con educación, lo semilevantaba como saludo cotidiano. Con parsimonia regresaba a su casa, que tan lejos de las primeras sierras quedaba, salía un humo de su cuerpo con gusto a rico. En el último trecho, ya tenía los dedos asados. La más chica de sus hijas, corría a saludarlo. —Père, ¿trajiste algo para comer?, estamos con tanto hambre que nuestros estómagos han comenzado a comerse a sí mismos, te siento rico olor, como en la casa de los blancos, ¿me das un pedacito?
   El negro casi no sentía sus dedos. —Aquí tiene, mi chiquita.
   Y se partió el dedo meñique, la niña lo deglutió en segundos.
   —¡Qué rico, Papi! ¿No tendrás otro?
   El Padre se corrió bajo un árbol. —Sí, mirá acá tengo uno bien cocido, pero es para tu hermana, hay que saber compartir.
   Su mujer le pidió su nariz, él contestó que no tendría dolor, estaba casi quemada, como le gustaba a ella. Le echó una lágrima y su mujer la tomó en sus manos, masticando con fruición. Se vendó las manos y la cara, empezando el rito del café doble. Con su traje y su sombrero, disimulaba el estropicio. Se sentó en una mesa de fuera, mientras el resto de los parroquianos evitaban mirarlo. Sentado en silla de lata, salía humo de sus nalgas, cuando dejó de sentirlas, no esperó ni a pedir su café. Salió con paso largo, llegó a su casa y le sorprendió la mesa tendida para cuatro personas. La Madre pidió permiso y cortó los glúteos como bifes. Él se reía y su autoestima lo recuperó como Padre proveedor. Le sirvieron un bifecito a él que lo merecía. Comieron a mandíbula batiente con ensalada de yuyos.
   La Madre pensó que no era justo y pasaba la mañana subiendo la sierra más alta, donde se munía de macachines para acompañar su espalda asada, que hacía tiempo, dejó de sentir.
   Esta vez el marido comió de pie, en la mesada de la cocina, vio cuán buena y útil era su mujer. Una noche, marido y mujer, decidieron asarse por completo. Las chicas tuvieron un banquete, hasta con achuras, riñón, hígado, mollejas, intestinos gordos y delgados.
   Ahora le tocaba el turno a la más grande. Dedicaba sus siestas hasta llegar a la catarata, donde se refrescaba, al atardecer volvía con rajas de carne, punto medio.
   Su Hermanita, era servida en una mesa enana, egoísta como casi todos los niños, comía las rajas punto medio, no sentía culpa. De su Hermana no quedaba casi nada. La querubina fue la última, comió tanto de sí misma, que explotó.
   Un poblador vecino, dijo que era una lástima que no hubieran decidido volver a Rulanda. El Intendente del pueblo, ordenó un sepelio múltiple, le explicaron que no quedaba nada. El sacerdote, dio una misa en francés, para cuatro. Dudaba si era pecado moral.

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