Las casas
parecían de juguete, Salo se preocupaba por la Colina donde vivía, con cada
tormenta perdía altura. Las pruebas estaban a la vista, las casas tenían
rajaduras que algunos arreglaban con poxipol, iuju, o cemento con leche. Venían
las lluvias donde Carola, Lita y Helena, entraban en pánico, cargaban sus hijos
en carretilla y se sumergían en abedules intrincados, hasta donde el barro se
hacía pasto seco. Fue triste, pero la Colina quedó plana.
Salo, que era
líder del pueblo, les dijo: —Los niños harán los dibujos de nuestras futuras
casas, ellos todavía conservan la sabiduría primaria, de las cañerías y desagües.
Pensé en el marido de Lita, Ingeniero hidráulico y Maestro de Pantallas
Solares.
Todos tiraban
sus gorros al aire y aplaudían las ideas. Hicieron casas redondas, con ventanas
y puertas como un queso gruyere, cúbicas con cataratas de agua que provenían
del techo, recorrían las aristas y en el área de salida, una piscina recibía a
quien quisiera refrescarse.
Cada casa cumplía
una función, había una que tenía un salón inmenso, escalonado y allá en el
fondo una leñera, con té siempre dispuesto para calentar al que gustara de un rato
del invierno, donde los viejos contaban cómo era el mundo cuando llegaron a la Colina.
Siempre algún niño gritaba: —Pero ahora podemos jugar al fulbo.
Llegaron de
otras tierras unos señores, con camellos y cabezas cubiertas con telas. Las
mujeres caminaban con trapos negros que tapaban la mitad de sus rostros. El
Jeque Taha-Nan, pidió hablar con el líder Salo.
—Tuvimos
noticias de la organización social económica de este lugar y con todo respeto y
humildad, les pedimos que nos vendan el lugar y su arquitectura anacrónica y
austera.
La cifra era
impensable para aquel pueblo que ignoraba que un pueblo se podía vender. Como
eran generosos, aceptaron compartirlo, a condición de suprimir su venta. El
Jeque Taha-Nan y sus súbditos, aceptaron la propuesta. Las costumbres eran disímiles.
Pretendían casamientos, relaciones incestuosas, fiestas orgiásticas de cuatro
días e ingestas de drogas que la gente del pueblo desconocía. Es así como
comenzó el puterío.
Ya nadie sabía
quién era su marido o quiénes eran sus mujeres. Los niños no jugaban, buscaban
a sus padres. Los cambios se dieron solos, los corazones latieron como cuando
fue Colina. Salo volvió con Carola. Ella confesó que nunca compartió el lecho
con el Jeque, a él le sucedió igual. Lita, Helena y las demás mujeres,
procedieron igual.
El Jeque Taha-Nan,
confesó que ellos tenían tantas mujeres para abastecer, que se pusieron al día
con la libido de todas. No les alcanzó para más. Los invitaron a pasar las
próximas vacaciones en Arabia o Irán, ellos elegían. Tampoco el ser humano es
perfecto, quedaron mujeres en situaciones embarazosas y lo bebés nacieron color
verde oliva. Hubo hombres que lloraron tiempos de amores iraníes y tuvieron que
reconocer hijos biológicos arábigos, que iban con frecuencia a la Colina y a la
inversa.
Cuando camellos
Y Jeques se retiraron, levantaron tanta tierra y arena, que Colina creció en
altura y se rebautizó “Nueva Colina”.

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