Escuchaba, era
imposible no hacerlo, porque el tipo hablaba a los gritos. Tendría unos setenta
años, frente a una chica cuarentosa, que hacía magia con su helado, para que no
se le viniera en banda. —Estuve en Méjico, no sabés qué playas, me quedé dos
años para encontrar y copiar los diseños de la Empresa Johansen. Filmé todo lo
que pude y en Colombia aceptaron realizar el trabajo de casa con puertas
corredizas, ventanas corredizas y pisos corredizos. Tengo que ver todavía, cómo
las personas con tanto espacio libre, no se van a ir a la mierda. Me fui a Niza
y conocí una mina, viuda, sin hijos, quedé pegado tres años. La pobre quedó
embarazada. Yo me borré. Tengo hijos repartidos por todo el mundo, suficiente.
Como soy paranoico, huyendo de las casas de aire y de la mina embarazada, me
tomé un avión a Islandia. ¿te estoy aburriendo?
La chica, sin
responder a la pregunta del grasa soberbio delincuente, le contó con voz de
dirigente: —Yo, con la mitad de lo que vos invertiste, en tus viajes sin ética
ni moral, construí cuatro manzanas para familias sin techo, hasta los muebles,
copiados de libros de cuentos antiguos, para niños, realizados con materiales
plásticos imitando madera, para no joder la Naturaleza. Replantamos donde el hombre
había hecho fechorías. El helado que me sobró, queda riquísimo con tu café con
leche, aquí lo tenés.
Lo invirtió en
el café doble del quía, fue divertido, el tipo quedó a lunares de café y
helado. Se levantó torpe, las sillas quedaron en el piso. —¡Moza, traiga algo
para limpiar este despropósito.
El personal se
encerró en la cocina. La conversa fue escuchada por todos. El tipo no veía
nada, sus anteojos culo de botella, se los repisó la mina, que se fue.
Tanteó la
puerta, para salir, rompió un vidrio y cayó de espaldas, cuatro escalones. Le brotaba
sangre violácea, la gente lo evitaba, como si fuera un sorete de perro.
Grabé todo para
la radio de nombre: “Radio” y sale esta noche, a las veinticuatro, junto con
este cuento.

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