—Qué suerte que
me atendés.
Para mí eso no
es suerte. —Estás solita, como siempre. ¿Se puede saber que hacías? ¿Mirar
películas?, leer libros deprimentes, llamar al delivery y comer pizza, pensando
en lo que pasó, tonta, Meli, ya aparecerá alguno. ¿…Y…?
Le hice hilo de
muzzarela, del sillón a la boca, la puta pizza.
—¡¡¡Sí!!!,
mamita querida, acertaste, estoy haciendo todo eso, ¿estás contenta?, bueno yo
también me quiero morir…no se te ocurra aparecer acá y si me seguís jodiendo
por teléfono, lo tiro a la mierda, ¿te quedó?
Lo que pasó lo
pasa por alto, tiene miedo que la inculpe, no lo quiso nunca, por adoptado y
por negro. Era hiperkinético y border, dijo la psi, puse cara de que la entendía,
Marito estaba siempre al borde. Me lo dieron por sus problemas psíquicos. Soy
soltera y quería uno, no me importaron sus problemitas, como decían las
asistentes para minimizar las reacciones de Marito. Al principio me produjo
tortícolis, porque daba vueltas, se escondía, me decía “puta, boluda”. —Marito
no me digas así, porque son malas palabras.
El chico recordó
a su abuela. —Tu mamá, cuando no la atendés dice “Qué hija de puta”, “boluda” y
me echa la culpa, no sé, parece que yo tengo la culpa.
Me levanto de
mal humor, lo tengo que llevar al Jardín, él se viste solito, se peina de
adelante, piensa que tiene una sola faz. Con el auto en marcha lo llamo. —¡Vamos,
Marito, se hace tarde! Mirá que me voy sola.
Se me fue el
auto, él estaba atrás, sufrió tanto que Dios se lo llevó enseguida.
Ahora soy
católica practicante, necesité y creo. No tengo amigos, ni nada que se le
parezca, tampoco tengo ganas de hablar. Tengo Madre, es peor que nadie.

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