El Padre quedó
en la calle. Entregó la mano de su hija Adela, de dieciséis años, a un anciano
de noventa años, para salvar a su familia de la intemperie.
En 1911, la
autoridad paterna se obedecía a rajatablas y Adela fue a vivir al campo que
tenía el anciano. Una persona considerada, cedió una habitación primorosa para
Adelita. No quería el desprecio callado de su esposa casi niña.
Sufría de
incontinencia de orina y deposiciones repentinas, sus flatulencias tenían una
dispersión que espantaba hasta a su caballo, que dejó de montar hacía tiempo.
Su ancianidad transcurría en la cama, sólo Adela le cebaba mate por la mañana,
tapando su nariz con un broche. Luego el viejo decía: —Ve a jugar, Adelita, vos
que podés.
Ella tenía un
único deseo, que el anciano muriera, lo más pronto posible. Un vendedor
ambulante, que pasaba una vez por año, fue abordado por Adela, para que le
mostrara las cosas que vendía.
—Aquí tengo mis
novedades, una cera para pisos infalible, dejará sus pisos brillantes por una
década y es rechazante de las polvaredas. La persona que impregne tiene que
protegerse como del fuego, debe vendarse de cabeza a pies, e incrustarse
antiparras. Habitantes, personal de servicio, peones, todo ser vivo, luego del
impregnamiento, deberá desparecer cuatro días, a no menos de diez kilómetros.
La cercanía de este producto es mortal. Aunque la persona que expanda el
producto esté protegida, trate de elegir alguien que no cuente con su simpatía
y lo tenga en la mira del odio. Por si acaso, ¿vio?
Adela compró
ochocientos latones, ante el asombro grato del vendedor. Esa noche no pudo
dormir pensando cómo proceder para que su viejo marido quedara a merced del
producto.
Muy temprano
escuchó la campanita que usaba el viejo, para que le cebara el primer mate.
—¿Sabe,
mi amor?, lo veo ojeroso, con cara de cansancio, pidió muy temprano mi trabajo,
voy a cerrar bien la pieza, para que duerma, incluso echaré llave a la puerta.
El viejo, con
voz de adiós, dijo: —Gracias, Adelita, por tus cuidados, si no fuera por vos…
Llegó el hombre
con el producto, —Antes de comenzar nos alejaremos un buen trecho, cuando Ud
termine la tarea, haga lo mismo. -Dijo Adela con voz de ángel-.
Se fueron todos
de a caballo, como jugando una cuadrera. Se metieron en una casona semiderruida,
a 50 km del casco de la estancia. Todas las noches asado y vino. Las ingestas,
el universo etílico, los dormía donde estuvieran. Un peoncito, bien lindo, se
mandó unos revolcones merecidos con Adela.
—Patroncita, cuando lo desee estoy a
su disposición.
Ella, mareada de
placer, contestó: —Yo también lo deseo, a mi disposición.
Cuando
retornaron a la casa, refulgían los pisos, el pasto, las enredaderas y la
laguna, que fue marrón, era ahora transparente.
Con respecto al
Patrón, quedó oculto en el silencio de todos.

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