sábado, 8 de diciembre de 2018

"CERA DEFINITIVA"



   El Padre quedó en la calle. Entregó la mano de su hija Adela, de dieciséis años, a un anciano de noventa años, para salvar a su familia de la intemperie.
   En 1911, la autoridad paterna se obedecía a rajatablas y Adela fue a vivir al campo que tenía el anciano. Una persona considerada, cedió una habitación primorosa para Adelita. No quería el desprecio callado de su esposa casi niña.
   Sufría de incontinencia de orina y deposiciones repentinas, sus flatulencias tenían una dispersión que espantaba hasta a su caballo, que dejó de montar hacía tiempo. Su ancianidad transcurría en la cama, sólo Adela le cebaba mate por la mañana, tapando su nariz con un broche. Luego el viejo decía: —Ve a jugar, Adelita, vos que podés.
   Ella tenía un único deseo, que el anciano muriera, lo más pronto posible. Un vendedor ambulante, que pasaba una vez por año, fue abordado por Adela, para que le mostrara las cosas que vendía.
   —Aquí tengo mis novedades, una cera para pisos infalible, dejará sus pisos brillantes por una década y es rechazante de las polvaredas. La persona que impregne tiene que protegerse como del fuego, debe vendarse de cabeza a pies, e incrustarse antiparras. Habitantes, personal de servicio, peones, todo ser vivo, luego del impregnamiento, deberá desparecer cuatro días, a no menos de diez kilómetros. La cercanía de este producto es mortal. Aunque la persona que expanda el producto esté protegida, trate de elegir alguien que no cuente con su simpatía y lo tenga en la mira del odio. Por si acaso, ¿vio?
   Adela compró ochocientos latones, ante el asombro grato del vendedor. Esa noche no pudo dormir pensando cómo proceder para que su viejo marido quedara a merced del producto.
   Muy temprano escuchó la campanita que usaba el viejo, para que le cebara el primer mate. 
—¿Sabe, mi amor?, lo veo ojeroso, con cara de cansancio, pidió muy temprano mi trabajo, voy a cerrar bien la pieza, para que duerma, incluso echaré llave a la puerta.
   El viejo, con voz de adiós, dijo: —Gracias, Adelita, por tus cuidados, si no fuera por vos…
   Llegó el hombre con el producto, —Antes de comenzar nos alejaremos un buen trecho, cuando Ud termine la tarea, haga lo mismo. -Dijo Adela con voz de ángel-.
   Se fueron todos de a caballo, como jugando una cuadrera. Se metieron en una casona semiderruida, a 50 km del casco de la estancia. Todas las noches asado y vino. Las ingestas, el universo etílico, los dormía donde estuvieran. Un peoncito, bien lindo, se mandó unos revolcones merecidos con Adela. 
—Patroncita, cuando lo desee estoy a su disposición.
   Ella, mareada de placer, contestó: —Yo también lo deseo, a mi disposición.
   Cuando retornaron a la casa, refulgían los pisos, el pasto, las enredaderas y la laguna, que fue marrón, era ahora transparente.
   Con respecto al Patrón, quedó oculto en el silencio de todos.

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