Me sentía como
una rata de laboratorio, para ser bien atendida, debía vestir traje oscuro y
camisa blanca, planchada, tacos intermedios, un ligero dorado en la piel y
rodete. Los papeles en una carpeta de cuero, la sonrisa necesaria y la voz
colocada. Hablar lo imprescindible. Para mí habría sido más fácil leer la
Biblioteca de Alejandría.
En los
laboratorios conocí experimentos que implementan para que la rata pase de un
cubículo a otro, pasillo por medio, en ocasiones para encontrar una hembra y
demás actividades que desconozco. Me parece injusto utilizar animalitos para
comprobar nada.
Bueno, ese día
salí persona, igual a otras, pero las otras me veían, yo podía verme, pero
sabía que ellos ignoraban. Entré en un laberinto de pasillos, cortados, con luz
artificial en el cielo raso y escritorios agobiantes, de vidrios blancos.
Ningún empleado se puso de pie, pero era un clásico el:
—Tome asiento , ya la
atiendo.
Y el empleado
tipeando, en la compu, charlando con un amigo por celu y haciendo señas con la
cabeza, para que coloque mi expediente en su escritorio. Pidió perdón al
celular, dejó de tipear y me arrebató de las manos el resto de los expedientes.
Se puso rojo, le tembló todo el cuerpo. —Un momento, por favor.
Y aceleró sus
pasos, parecía que corría, pero no, caminaba, tenía oficio. Tomé tres cafés de
máquina expendedora, uno más inmundo que otro. Se tomaba su tiempo el
Abogaducho, prendí un pucho y sonaron todas las alarmas del mundo. Le di una
pitada profunda, lo apagué. Alguien vino a cerrar la luz roja acusadora.
Ese mismo
alguien, me llevó por el laberinto, hasta un despacho que daba risa, la cabeza
de Voltaire, de Perón y de Tinelli, talladas en madera, ocupando tres rincones superiores del despacho del Presidente de la Suprema de Pollo, perdón,
de la Suprema Corte de la Injusticia.
Acompañaban al
más, el Abogaducho y dos Fiscales que no me fueron presentados. Me trajeron un
café rico, como la riqueza y me acercaron un cenicero, prendí un pucho, ya había
dos fumando. No sonaron alarmas, pero entraron a funcionar extractores ocultos.
Ponían cara de complicados y me miraron con un silencio largo.
—Miren, Señores,
Uds conocen lo que atañe a este episodio criminal. La noche del 24 de Diciembre
último, mi hija, Luna Martínez Rocha, cuyas parcelas lindan con el Regimiento
601, mientras su marido traía regalos para la noche, entraron a su domicilio
trescientos militares de alta jerarquía y abusaron de mi hija en reiteradas
oportunidades. Su Nana, que estaba a su lado, fue encerrada en el sótano, ella
se encargó de llamar ambulancias de urgencia. Fue atendida de inmediato, sus
órganos sexuales fueron destrozados, como si le hubieran introducido una
granada. No podrá tener relaciones, ni hijos. Se encuentra en un Neuropsiquiátrico
y no puede salir de un estado comatoso catatónico. Es por eso que soy su única
defensa: los condeno a esta invención yanqui, gas pimienta, ácido sulfúrico y
estricnina. Es un aerosol que los dejará paralizados, pero conscientes. Acá
traje mi arma personal, una micro sierra, corte inmediato de braguetas,
testículos y penes.
Cumplido mi
objetivo, por una puerta encubierta, me fui no sin antes colocar un cartel
atravesado que decía: “Acá yacen los cuerpos de los asesinos de mi querida hija
y la destrucción de mi flia”.
Nos trasladamos
a países desconocidos, allí, luego de practicarle 72 operaciones, mi hija
obtendrá una recuperación completa, "física". Si existe población argentina, que
siga permaneciendo en este país de mierda, que se jodan.

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