martes, 31 de mayo de 2016

EN LA CALESITA

                                                                         
  Lorenzo Olivero, porteño, pícaro y audaz andaba perdido en Buenos Aires. Buscaba algo, pero no sabía que. Pasó por un zaguán oscuro, con un cartel que decía: “Clases de Teatro”, entró como a su casa y se inscribió. Fue el mejor actor, pisándoles la cabeza a todos sus compañeros. Del under, pasó al over y al super over, salió de gira, hablaba inglés como un inglés. Cuando dieron una función en el London Putarest Theatre, Lorenzo eligió llamarse Lorenz Oliver Jr.
Fue un bum. Todos se lo creyeron.
Hasta Sir Lawrence Oliver pensó que Lorenzo era un sobrino, que la edad le había hecho olvidar. Ganó premios, conoció la fama y la fortuna. Ninguna de ellas le produjo felicidad. Extrañaba Buenos Aires, caminar como Lorenzo Olivero, buscando no sé qué.

Hizo su sueño. Volvió a Buenos Aires, a los zaguanes oscuros, hubo uno que le llamó la atención, decía: “Clases de Teatro”, entró como a su casa y se inscribió.
                                                                 

GUARDA EL NIÑO

                                                             
¿Dónde el lugar de jugar abajo de la mesa? A los cinco, cuando el mundo está donde uno quiera que esté, se llega a un tranvía oxidado y en un abrir y cerrar de ojos es un palacio. La infancia recicla instantáneo y las lágrimas están, soliviantan la risa que es fuerte y quiere más. ¡Cómo se quiere más en la infancia!
Más papafritas, más dibujitos, más ratos, más largos, más abrazos, más cuentos, más alto, más vueltas, más lejos. El tiempo donde la vida produce sin trabajo, sin sueldo, sin agenda, sin rutina, anarquía en estado puro. Estado de gracia donde no se miente, para eso están los grandes. No se cocina, no se lava, no se hacen mandados, no hay que ir al banco ni hacer trámites. Las charlas de los viejos de otras mesas, sobre el dinero o la pelota, se funden en un sonido que la infancia borra soñando un tostado y una gaseosa. Dios da miedo, el ángel guardián tiene cargo de cana, visita al infante, le asegura protección y no es cierto, si te están tocando el culito menos. ¿Dónde estaba el ángel cuando eso sucedía?
Hay infancias respetadas y otras destrozadas. Algunas con techo y otras a la intemperie. La infancia de cielo abierto corre abajo del puente porque llueve y esa es la casa de tela donde la madre los espera, con una lata de arroz recién hecho y pegado a la lata. Hay palitos, raspan todos y le rescatan algo a la abuela. Los parlantes piden que se vayan de inmediato. Sacan la tela y envuelven pedazos de colchón, la lata y los palitos. Los vecinos hacen lo mismo, en silencio. No hay caballos ni ruedas, la infancia se ocupa del traslado. Paró de llover, siempre encuentran otro puente y otro y otro. La casa con olor a tostadas, manteca y dulce de leche, la madre que  toca el piano. El padre mirando tele que muestra el desalojo bajo el puente. La infancia con la boca llena escucha al padre que afirma: - Ésos son los que después te roban y te matan.
La infancia del puente tiene ruidos de hambre en la panza. La infancia de la casa se tira pedos, por la ingesta desmedida de tostadas, con manteca y dulce de leche.
                                                                     

lunes, 30 de mayo de 2016

MUSA


   Los tengo el fin de semana, coincide con mis días de práctica de piano, en las partituras nuevas.
   Eso lo hizo la arpía de mi ex mujer con malas intenciones, siempre fueron malas sus intenciones, tuvimos dos hijos que a los seis años son tan activos y preguntones, además de dormir conmigo.
   La asistente opina que cuanto más pedían era porque más afecto necesitaban.
   Vivir con una madre que te pide que no la beses porque le arruinás el peinado y si tenés hambre te manda a comer comida chatarra.
    Lo importante es que el lunes es la segunda audiencia en tribunales. Mi abogado y yo vamos a sugerir un cambio. De lunes a viernes yo, sábado y domingo, ella. Denegaron mi pedido, los chicos estaban afuera y me miraban a mí, al abogado, a la madre y al juez.
    El más chico me tomó fuerte de una mano, el más grande apretó mi otra mano. La madre se puso verde y dijo —Está a la vista que te prefieren de lunes a viernes, yo soy el sábado y el domingo. Quiero que conste en actas, que tu abogaducho te ampare.
   Bajó la escalinata tomada del brazo de su abogado, con ese gesto de seducción barata.
   Los chicos en casa el lunes, como dos soldaditos y un camión de mudanzas. Seguían siendo insoportables.
   Hice una selección de Nanas y elegí una para toda la jornada. Los chicos cambiaron sustancialmente, ya no gritaban, se vestían estilo grande. Cuando pensé que podían manejarse solos, me rogaron que no echara a Nana. Pasó entre nosotros sirviendo té y durante cada inclinación, había un notable mundo bajo esas telas. Los chicos la miraban con una insistencia digna de una reprobación privada.
   —Les voy a pedir, chicos, que dejen de mirar el día entero a Nana. Es una orden.
   Él siguió practicando piano los días de semana, los hacía extensos, para ver cómo Nana se trasladaba por la casa, limpiando esto o lo otro. Le hacía el servicio de Musa, sus composiciones se hicieron tersas como un bosque en calma y las notas parecían atravesar el aire con mensajes invisibles.
   Los chicos, al tanto de todo, le decían al viejo que apresurara los trámites.

   Ella dormitaba sobre un almohadón, lo vio venir y sabía que era un romántico nervioso. Se le tiró encima, le comió la boca, sus primeras palabras fueron — ¡Qué tetas, Nana, qué tetas!
                                                                      

viernes, 27 de mayo de 2016

DIVA

                                              
La laguna de Chascomús se secó. Venían de pueblos aledaños para ver el testimonio de la seca. Ni un charco. Tierra partida y los pescados, muertos por asfixia, todas familias de pejerreyes. Ema convocó a sus amigas y vecinas, las Señoritas Vidaurrázaga y a sus vecinas y amigas de Buenos Aires, las Señoritas Wilson. Todas arribaron en tiempo y forma, las de Buenos Aires, tenían tierra en polvo sobre todo su vestuario. Se lo quitaron los abanicos y las pantallas de papel de toda la casa.
Un chofer de un Ford-T, único propietario de un auto con seis asientos, se detuvo en la casa. Ema lo requería para viajar hasta el cementerio o visitar a su hermana Esmeralda, que vivía dentro del pueblo, seis cuadras, a su hermano Alberto que vivía a cuatro cuadras. Ella jamás caminó más de cuadra y media, le daba vértigo, decía. Olvidó invitar a Laura, su hermana menor, que convivía con ella, o mejor, que vivía para ella. Laura no le dio importancia, se puso el vestido que le diseñó Madame Eclectique, la mejor alta costura de Chascomús, no por su buen diseño, sino porque era muy alta, Madame Eclectique. Ascendieron al auto, fue una suerte que las Wilson fuesen tan menudas, apenas entraron.
Al llegar al borde de la laguna, fueron bajando de una en una, menos Ema, que levantó su tul de incógnito y pidió que subieran, ya comenzaría la travesía. Ninguna quiso, tenían náuseas, dijeron algunas. Laura pensó que era un gesto de locura cruzar ese desierto, lleno de pescados muertos. Ema la miró desafiante y autoritaria, como cuando eran chicas. Las amigas presenciaron aquella afrenta, que terminó con un “– Dejate de joder, Ema. Si a vos te gustan las aventuras, a mí me gustan los jazmines.” Ema bajó su tul y tocando el hombro del chofer con tres golpecitos de punta de sombrilla, le pidió que cruzara hasta el cementerio.
Al Ford le costó arrancar de nuevo, todavía sonaba en sus oídos la frase de la Señorita Laura, educada y sumisa, había desafinado con el: “- Dejate de joder”.
El auto andaba derecho y luego se bamboleaba.
Ema saludaba, con su chal chino de todos colores, pero con la polvareda, se veía todo marrón clarito. Le pasaron los prismáticos a Laura, que dijo: “- No, gracias” y agregó que detestaba las personas que daban espectáculos ridículos y públicos.
Cuando Ema arribó, se paró en el pescante y saludó como una reina, sobre todo al fotógrafo del diario local. Hasta las amigas estaban rojas de vergüenza ajena y Laura de la propia, porque se trataba de su hermana. Decidieron volver a su casa a pie, podían respirar tilos, madreselvas, jazmines, magnolias, todos estos olores, disminuían las histerias del atardecer. Ema ya estaba en casa. El Ford en la entrada, las puertas abiertas, una botella de champagne en la mesa, la vitrola en un charleston. Aparecieron ambos por la izquierda y sonreían cómplices. El chofer bailaba como el dueño de la empresa de choferes y Ema había vuelto a los diecisiete. Él tomó una copa de champagne con cada una y con cada una bailaba una pieza y terminaron la noche con el chofer, de pieza en pieza.

                                                

miércoles, 25 de mayo de 2016

MITAD DE QUEBRADA


                                          
Anda enojado el padrecito, en el sermón acusó gente con nombre y apellido. Se olvidó a qué iba y por dónde. 
Yo lo esperé y cuando terminó la misa le hablé de hombre a hombre o de pastor a curita. Le pregunté si no estaba cansado por algo de nosotros. Me habló de la soledad de la capilla, de lo lejos que vivíamos todos y de su lucha para seguir célibe en el medio de las cabras. Cuando llegué a mi casa la hablé a la Malvina y le dije que fuera a charlar con el padrecito, a darle alguna alegría. Soy el padre y sé que ella se da con todos. Por decirlo con elegancia.
El domingo el padrecito dio una misa linda, el sermón parecía de otra persona y cuando terminó, nos apretó la mano a todos y dijo gracias.
Malvina nunca volvió a nuestra casa, vive en la sacristía, se casó con el padrecito, tienen dos críos.
Ahora las cabras las cuido yo, quedé tan impresionado que no dejo que se les acerque ningún hombre, menos si lleva sotana.
                                                                

ESTADO SECRETO

                                                              
   Se cruzaron en el puente, estacionaron consecutivas, no hubo opción. —Buen día Madelén.
   De Abigail se escuchó un lejano —Día..
   Sin el Buen. Le deseaba lo peor, era mala con todas las mujeres, al punto de quemar un vestido, a la pasada, con esa intención. Cuando fue invitada a la comida en la Embajada, mientras el Embajador decía unas palabras, Abigail fue a deponer. No apretó el botón, ni el extractor, ni el desodorante. Los presentes comían como si el olor que venía de la izquierda, matara el olor de la comida. Madelén la fue a buscar,  echó de su propio perfume y le dijo  —Sos mala, perversa, mal intencionada y roba maridos para joder a cualquier pobre mina. Por el olor de este recinto, entiendo, que sos una mierda.
   Volvieron a la mesa juntas, pero sus sillas estaban lejos. Abigail hizo sonar la copa y se puso de pie 
—La mujer que haya sentido que su marido le fue infiel conmigo, que levante la mano.
   Todas levantaron la mano, Abigail también y Madelén la levanto a media asta.   Madelén, compitiendo con su no amiga, tincó una copa, se puso de pie —El hombre que haya sentido que su mujer le fue infiel con el embajador, que levante la mano.
   Todos los hombres levantaron la mano y el Embajador levantó su brazo estilo hitler. Era el autor intelectual de esa noche.
   Tomaron el postre en el living, las mujeres, casi todas, con las faldas subidas, al descuido y tetas operadas a punto de reventar en cada escote. Era un Secreto de Estado. Esta noche, cambiaban parejas.   
                                                                

martes, 24 de mayo de 2016

FINANZAS



El espejo le devolvía una anciana de pelo blanco y ojos licuados. Se coronó con un sombrero de astrakán y un sobretodo de la misma piel. Cumplió noventaytrés y se regaló ir al banco sola. Sin su acompañante hija y sus satélites nietos, vaya a saber quiénes, Adelina olvidó los parentescos. Hacía mucho que vivía de recordar, por eso le costaba llevar tanto nombre nuevo en la cabeza.
Cuando hacía la cola, contaba los que faltaban para llegar a ventanilla. Tenía la columna destruida por la espera. Cuando estuvo frente al cajero extendió su documento e infinidad de papeles que ella ordenó prolijamente. Le pagaron de inmediato, Adelina volvió a contar los billetes frente al cajero, abrió su cartera y los acomodó de mayor a menor. Juntó sus papeles y le pidió al empleado que los abrochara. Hasta no terminar con el orden de su cartera, Adelina, no se movió de la ventanilla. Le costaba desplazarse, los bastones fueron usados para abrirse paso entre tantas personas. Le pegó en la cabeza a un niño, de unos ocho años, nadie más que Adelina lo notó y el niño, que lloraba. Niños de esa edad que ligan bastonazos hay miles, uno más no era nada, pensó Adelina, cuando alguien la empujó a la giratoria. La mitad del tapado quedó atascada entre la puerta y la calle. Los caminos eran dos, o partir la piel y salir con un agujero, quien sabe de qué diámetro. Eligió lo otro, se quitó el abrigo y lo dejó ahí en la puerta, que giraba y giraba sobre un caniche muerto hacía tiempo.
Cuando Adelina se acomodó el sombrero dos chicos le arrebataron la cartera. Se acercó a un agente del orden y le explicó lo sucedido. El agente ni escuchó, le pidió un taxi, la ayudó a subir y le alcanzó los bastones. Adelina, cuando recibió el segundo bastón, lo impulsó con ambas manos sobre la garganta del agente. El tachero miraba por el espejo retrovisor, le preguntó su domicilio y salió a mil.
Interminables preguntas de su confusión de parientes,“—¿Y el otro bastón? ¿Y el saco de piel? ¿Y la cartera? ¿Y los documentos? ¿Y el dinero?” Adelina no contestó nada, estaba tan contenta: hizo el trámite sola. Le salió impecable, el resto fue ajeno a su voluntad. Tomó la sopa y se encerró en su cuarto. Prendió la tele y buscó desesperada los canales de noticias, el tipo del bastón atravesado tenía que salir. Después de ochenta y cuatro propagandas del gobierno, apareció él. Se dio cuenta por el uniforme y el cuello. La ambulancia llegó tarde. Una pena, pensó Adelina, apagó y se durmió.
                                                                

domingo, 22 de mayo de 2016

LOCO


   El loco tenía mucha verborragia. Lo escuchábamos en el almacén, él iba a las cinco, nosotros caíamos a las cinco. Empezaba el loco como si fuera un teleteatro en vivo. Tomaba grapa como si fuera coca cola. Dio media vuelta en su banqueta y empezó la fiesta —Hoy me duele el lomo porque el patrón es un asno ¿no le vieron las orejas?, se enojó de borracho y me dio latigazos.
   Y continuó, con uno que lo miraba —¿Y vos, porque no contás lo que sabés?
   El otro contestó desde su boina gastada —Mi mujer se fue, mantengo cuatro chicos, trabajo de sol a sol y vos me pedís que cuente algo de un hombre que no conozco y aunque lo conociera no diría una sola palabra. No puedo quedar sin trabajo.
   Nosotros aplaudimos como si fuera el primer acto de la obra. Luego de tragos generosos dio comienzo el segundo acto, se la agarró con un tipo   que nos conocíamos de chicos. Se adelantó al loco —Si hablás de mi familia o mi vida privada, te parto un diente.
   El loco se reía mientras decía —Claro, tenés una vida con tu mujer y otra privada, vos mismo te pisaste.
   Mi amigo le puso un puño en el diente —Si lo tenés, ponelo debajo de la almohada, por ahí los ratoncitos te dejan algo.

   Terminó el segundo y nadie quería perderse el último cierre del loco. Comenzó con un discurso babilónico, aclarando que los personajes eran imaginados, nada más lejos de aludir a sus vidas personales. En cuanto a él, volvió a dormir al manicomio, hasta las cinco de la tarde. Afuera la gente hacía cola para un casting en su espectáculo.  
                                                                 

jueves, 19 de mayo de 2016

PERFIL LABORAL

                                                   
Casi no lo reconozco, había sido albañil, recolector de basura, plomero, tachero, pintor, mozo de boliche de estación y diarero. Hasta ahí supe. No lo ví más haciendo de algo. Hoy sí lo ví, con su uniforme azul, borcegos negros, gorrito con visera y delantalito anaranjado.
Podría seguir el personaje y contar la desopilante historia, quebrada por una voz altisonante, que me grita si la quiero napolitana o calabresa.
La lapicera me suelta, busco un pucho y escucho a Vinicius. Trajeron la pizza. Alguien la mete en el horno caliente. Para nosotros, lo único que no es trabajo, es meter la pizza, comprada, al horno.
Un albañil, recolector de basura, plomero, tachero, pintor, mozo de estación, diarero, debe haber hecho el mismo trayecto con la pizza. El último no. El último laburo que agarró, come la pizza fría, en la comisaría.
                                                     

miércoles, 18 de mayo de 2016

CHANCHO

                                                                     
      Me mandó a tres bancos en un día. Entré en su despacho, mojada de calor, arrastrando los pies le dejé sus carpetas. El viejo se quejó por que no golpeé antes de entrar y de mi aspecto deplorable para la imagen del estudio. Permanecí muda, si le digo algo me echan. Si hablo en mi defensa me echan. No aguanté lo amenacé con llamar a su mujer y contarle lo de Laurita. Se puso blanco. Caminaba como un oso de zoológico y tomó la decisión. La echó a Laurita. Dejó todo a mi cargo, el avaro no contrató a nadie. Las colas de los bancos dan sueño. Muchas veces perdí mi turno por dormir. Cuando llego ordeno las carpetas, controlo el trabajo de otros y pienso que también debería hacer el trabajo de ellos. Había que corregirles todo. Llamó para decir que la limpieza de su despacho quedaba a mi cargo, por seguridad. Puse cara de horror. Error, sin el agregado de la limpieza me echa. Busco otros estudios, pero no hay. Siento que el laberinto carece de salida.
      Hoy se hizo presente en mi escritorio, con ojos de sapo anunció que duplicaba mi sueldo. El trabajo sería más aliviado. Ahora sólo debía hacer el trabajo de Laurita. Me quería echar. Me quería echar un polvo. Hago como que lo dejo, tomo la abrochadora más grande y le perforo el prepucio con repulgue criollo. 
                                                                    

martes, 17 de mayo de 2016

CHEN CHIN WANG

                                                                               
   Se desató una tormenta en pleno vuelo, avisaron que nos pusiéramos los cinturones. Las azafatas, con cara de rivotril  advirtieron que había que estar preparados.
   El impacto de los truenos, casi sesgando el avión, hizo que la tripulación, saliera a tranquilizar a los pasajeros. Había que aterrizar en el agua. Mientras hablaban se sintió un impacto. Amerizaron entre sacudidas violentas. Se escuchaba la voz de pito de una  azafata.
—No entren en pánico, nuestra nave es un hidroavión y está intacta.
   Un pasajero marinero respiró cuando hizo desaparecer su mal pálpito. Lo tenía al lado, me miró y dijo —Es una estupidez viajar por el aire, te digo que a mí no me agarran nunca más.
   Flotábamos en el océano y las olas mansas dibujaban alguna expectativa utópica. Todos teníamos una ínfima esperanza. Me sentí confundido cuando divisé, a través de mi ventana, un archipiélago selvoso, por detrás, un elevado peñasco, casitas distantes una de otra.
   El pasajero con más entrenamiento fue el encargado de nadar hasta el peñasco, era yo y no lo digo por vanidad, sino por entrenado. Buenas personas esperaban en la costa y con antelación, avisaron a prefectura.
   Cuando bajaron todos a tierra, vieron cómo el sol multiplicaba sus últimos rayos en las lejanas esculturas del peñasco. El avión, en la costa, parecía un paquete en reposo merecido. Nuestras sombras formaban manchas cuando caminamos bajo la luna hasta el pie del peñasco llamado Chen Chin Wang. Salimos en los medios del mundo. En todas las fotos estoy yo, en el medio, con el gorro del marinero. En una me sostienen en alto, se van a dar cuenta enseguida que soy yo.
Y no es por vanidad.
                                                                    

lunes, 16 de mayo de 2016

SEMÁFOROS

                                                                         
   Anduve por la vida con viento en contra, alguna vez no, pero eso no lo recuerdo. Mis padres me dejaron sin padres, me criaron mis abuelos, o me soportaban, no sé bien, las maestras no me querían por llegar al resultado correcto, pero por otro camino.
   Me regalaron una bicicleta. Antes de llegar a la esquina, vi un mueble en la vereda, largué los manubrios y me tapé los ojos. Mueble roto, hombro roto. No me gustan las bicicletas. Me trasladaron del trabajo, a un edificio contra las vías. Se presentó uno para llevarme de vuelta, en moto, con el viento en contra me dejó en casa, dio una vuelta y gritó —Mañana te paso a buscar.
   Le hice una seña indiferente. Me enteré que era mi inmediato superior, anoche pensé en el abrazo que se da al que conduce, ahí te da calor en el pecho y el viento en contra no entra. Cambió la moto por un vehículo de los blancos, ni bien subí me hizo poner doble cinturón de seguridad, iba a tanta velocidad como para pasar seis semáforos en rojo.
   Lo trataba de usted, no por respeto sino para poner una distancia.
   —No sé si se dio cuenta que pasó seis semáforos en rojo.
   Puse voz de tonta. El muy caradura dijo que fue para desayunar juntos, antes de entrar al laburo, salí de la camioneta como expulsada.
   Antes de los buenos días pedí una reunión inmediata con un oficial. Hice la denuncia de los semáforos, y le sumé acoso laboral. Al día siguiente, el tipo ocupó su lugar de siempre y me guiñó un ojo.

   Presenté mi renuncia, dejé el arma y el odioso uniforme. Cuando salí había viento en contra.  No me molestó, barría la historia de los azules y su maldita adicción a la pizza. No me gusta la pizza.  
                                                                  

domingo, 15 de mayo de 2016

GPS


      Su vida se parecía más a una hoja de ruta que a una vida. Tuvo un marido bueno y trabajador. Dos hijos de libro, un varón y una mujer.
      Se casó virgen y sus noches de amor y pasión de todo el día se redujeron a día por medio. Cuando nació la bebé hacían el amor los viernes. Pagaban una niñera, comían en un restaurante con amigos sin sorpresas y la madrugada, el viernes, el tradicional ella abajo y él arriba. Dormían cucharita. Ella se dedicaba al aseo de la casa. Tenía la comida lista en los horarios estipulados de recién casados. Preparaba todo tipo de repostería que devoraban todos y al final aplaudían.
      El marido recibió ascensos que lo llevaron al cargo más alto. Fue el momento donde comenzó a mirar culitos. Luego a tocarlos y más tarde jugó con muchos. Eligió uno, el más cumplidor. Llegó a su casa, su mujer amasaba. Dijo: hola. Su mujer contestó con un beso. Él le pidió el divorcio. Ella dijo: “-Sí.” Cuando los chicos volvieron del colegio encontraron dos sobres cerrados. El padre: “Queridos míos Uds. Son grandes y tienen toda la vida por delante, me voy, quedan en manos de vuestra Santa Madre.” La madre fue más explícita: “Perdonen, pero me voy a poner al día con mi vida, cuídense.” 

sábado, 14 de mayo de 2016

A MANO


                                                                                
      Nunca fui un hombre de perfil bajo. Ni alto. Mi perfil era narigón y mentón en fuga. Tenía trabajos sin importancia fui boletero, cartero, verdulero, empleado público, ése fue el peor. Los trabajos son para poder pagar una cuasi bohardilla. Cuadernos rayados y biromes, escribía de noche. Llegaba al laburo semidormido, me encerraba en el baño, bajaba la tapa y recuperaba el sueño perdido. Soy una persona tan insignificante, tan evanescente, que me fundo en las paredes. Tuve un jefe perseguidor y yo era su punto de mira. Vivía entre sus cejas, el odio que me guardaba. Le dieron el traslado, el puesto quedó vacante. Hace seis años que nadie ocupa ese lugar. Es un regalo no tener jefe y ser el único empleado de nadie. Escribía mis textos durante horas de trabajo. Al llegar la noche sentía que esa negrura, permitía que lo hecho durante el día sufriera tantas tachaduras, al punto de no entender mi propia letra, ni guardaba memoria del tema.
      Me peleo conmigo y escribo un cuento de una sentada (lo dijo S.Schewblin), le acierto mejor. Soy de irme por las ramas mi deseo es escribir lo que no se dice y en eso estoy. Escucho la voz de mi mujer que grita “¡La plata no alcanza!” No se en qué momento de mi escritura, apareció esta mujer, que seguro es mi mujer. Por suerte no me cortó nada. Sigo con mi próximo cuento “La mujer olvidada” Tengo el material a mano, la mano que aprieta su cuello y ella muerta sobre mis papeles.
                                                                               

TODO A PULMÓN

                                                                                      
      Lo tenía en la cabeza y nunca le puse letra. Daba para escribir un cuento, algo traje: cuaderno y birome. Dicen que la pureza del aire me asegura una cura casi total. Era un lugar que miraba las montañas cubiertas de verdes. Nosotros teníamos reposeras y una galería donde la brisa no corría, caminaba. Papel y birome conectaban mi pensamiento y pude transcribir. Mi compañero Bicho tosía toda la noche. Un día me pidió que leyera mis apuntes en voz alta, para distraer el dolor de sus pulmones. En un momento interrumpió,-“Aquí la pausa debe decir algo.”- Bicho lo afirmaba con una seguridad pasmante. A lo largo de la lectura hacía intervenciones y proponía lentitud en las acciones de los personajes.
      Modifiqué mi cuento con las sugerencias de bicho. No escribía cuando él dormía. Esperaba que terminaran sus dolores para leer en su oreja, me arrancó la birome y el cuaderno con firmeza, como si tuviera premura para seguir mi cuento, como si fuera suyo. Me agarró el sueño, amanecía con un rayo de sol y la boca seca. Escupí un poco de sangre en una tohalla, pero poco. Tenía dolores cuando respiraba y mis pulmones funcionaban con intermitencias. Tuve miedo de morir. Miré a la cama de Bicho, el cuaderno lo apretaba contra su pecho.
       Llegó una enfermera y no pudo quitar el cuaderno de su pecho ni la birome de su mano. Yo arrebaté ambas cosas. Luego de su traslado definitivo, no lo voy a nombrar, lo extrañé. Leí el cuento largo o novela corta. Tenía gotas de sangre en todas las hojas. Con letra roja decía “Autor: Bicho Meyer.”

      Lo publicaron con el nombre de su autoría. Yo me quedé con los originales. Cada mancha que descubro me empuja a escribir como un escritor al que no le alcanzara la vida, ni para firmar con su nombre sus propias palabras.
                                                                         

martes, 10 de mayo de 2016

¿TODO BIEN, PEPE?


   —La calma chicha en el mar significa que se avecina una tormenta, ¿me escuchaste?
   Se escuchó la voz de una mujer —Sí, sí, sí, siempre te escucho, no como vos que jamás percibís cualquier cosa que diga. Tenías que llevar el nene a la mañana y la nena a la tarde ¡Me decías que te confundiste! No sé qué historia me hice para casarme con vos, que te digo, es como vivir con una radio que emite y emite. Hacés lo que querés, ponés la música que te gusta y ni se te cruza preguntar a ver si estoy de acuerdo. Antes mi pelo era de seda, ahora decís que parece de escoba.
Él, de arriba pide ayuda para arriar las velas, ella tiene el equipo amarillo y sube como un bombero. —Dejá que me ocupo del arriado y fíjate si el motor arranca, si arranca apagalo de inmediato.
   Él llega con desgano al motor, lo pone en marcha y el barco navega hacia ningún lugar. La mujer asoma el brazo amarillo y apaga todo. —No sabés lo que pasó! Me quedé dormido en la segunda parte de lo que me dijiste ¿Qué era?
   Si no fuera porque me encargué de las velas y la tormenta disipó, nos quedábamos sin motor. Cuando bajó a preguntar qué había de comer, el imbécil se cree que soy la “Mujer Maravilla”, una ola de odio colaboró para empujarlo por la borda al mar. Asomaba la cabeza y la hundía. Esperé dos horas hasta que supuse su ahogo. Llegué a un espejo de agua en Paopetí. Di parte a la policía de la muerte de mi marido. Cuando se hicieron presentes en el lugar, todos vieron con espanto, cómo el cuerpo quedó atravesado por la quilla enredada en nudos marineros.
  —Pobre Pepito, esos nudos sólo los sé hacer yo. Inventé el elemento soga para que no reaparezca ese gandul de Pepe.
   Metí la pata. —Oficial, si es tan amable de suprimir de mi declaración a partir de “inventé el elemento soga, para que no reaparezca ese gandul de Pepe”.
   —Quiero agregar que yo maté a Pepe. Me gusta decir la verdad.
   —Con esto, espero que no me culpen por la muerte de Pepín.
                                                                

viernes, 6 de mayo de 2016

VOCACIÓN

                                                   
Nunca supe, si era un amigo psicólogo o un psicólogo amigo.
Consiguió cinco pacientes, casi en simultáneo. Para un iniciado, una práctica perfecta.
Le pagaban por sesión, no faltaban jamás y todos venían de terapias anteriores.
El primer tiempo, tan distinto del tercer tiempo.
Allí, le quedaba una paciente celular-dependiente, de no fácil manejo.
Dos depresivas, fanáticas y disfrutadoras, tenían períodos de remisión, tipo: “dale, vamo a tomar un café”.
Pero no, los volcanes entraban en erupción.
Hasta el aire de la sala de espera, se sentía como de otra masa atmosférica.
Mi amigo, enfrentó lo que luego sería cotidiano, con estoicismo.
Se volvió un poco loco. Decía que tenía tantos pensamientos ajenos en el mate, que le daba miedo el viento, los autos y andar a caballo.
Los pensamientos le rebasaban su cabeza y a pesar de las extensiones aéreas, la memoria, no le cuidó más nada. Se sentía sobrecargada.
Derivó sus pacientes, se quedó con uno sólo, para no quedarse tan vacío, de pensamientos ajenos.
Quise ser amigo de él, aún en sus delirios menos ortodoxos.
Resultó imposible, porque cerró todas las puertas de su casa y desconectó su teléfono.
“El ermitaño”, como su único paciente lo llamaba, lo atendía en una especie de cubículo de piedras, desde donde podían verse, infinidad de flores, todas de la misma familia, “pensamientos”.
Aliviaba su alma errática, con la ingesta cotidiana, de sus propios cultivos de pensamientos.
Arrepentido, me invita esporádicamente, a comer a su casa. Lo soluciono con papas fritas y maníes, que llevo ocultos, en mi chaleco.
                                                       

jueves, 5 de mayo de 2016

AQUÍ NO ES, CARAJO.


El pueblo de la sonrisa prohibida.
El pelo teñido de rubio y el olvido de que eran morochas, como las argentinas, que son morochas.
No si yo fui siempre rubia, lo que pasa es que tomé sol.
El pueblo del verano treinta días y la tristeza del invierno largo, frío y aburrido. El chiste de la baldosa equivocada y el llamale H.
El Nintendente pedorro, que prohíbe el porro, la birra y la justicia.

El pueblo que creyó que aquí nunca pasó nada y el setenta, fue una novela, que no tuvo asentamiento de tortura, justo aquí, donde hubo montones.
El pueblo que niega chinos, negros, campesinos, miel, espinaca y carne, tan cara como el oro.
Los viajes de los ricos ordinarios, que nisiquiera cuentan cuentos de alegría, todo se reduce a estuve en un hotel y después nada.

El pueblo de edificios fantasmas, parecidos a los de Caracas, pero sin mar a la vuelta del valle insensato.
El pueblo con cascada sin agua, con un dique pantano, con una fuente de los vascos, parecida a una estación de servicio.
El pueblo que costó ser arbolado años de años, para convertirlo todo en casas muy modernas, de color caca, o naranja podrido.
Los jardines secos, afanados a las sierras.

El pueblo tranquilo, de miradas asesinas, por la envidia de suponer que el otro la pasa bomba.
El pueblo que responde al imprevisto, con la respuesta idiota del exigüo “¿Por?”
O el saludo “¿Todo bien?” huyendo para no escuchar, en mi caso que quiero contestar: “Para el orto” y que me escuchen.”Nos vemos” mienten.

Ese pueblo mal atendido y peor cogido, que no entiende que música es el canto de los pájaros que tiene y no la molestia de la siesta, que se apaga con un rifle.
El pueblo que no muestra su pobreza, porque hasta el pobre tiene vergüenza de no tener nada.
El pueblo enfermo de sicarios pervertidos, en muertes con residuos de sospechas evidentes.

El pueblo endogámico y pedófilo que come hostia, todos los domingos, pensando que dios existe, cuando cientos de panzas duelen de hambre callado y tienen casas donde entra el frío, el calor, el agua y el paco, que no es el tío bueno que se viola a las sobrinas, consoladas con zapatillas, que Paco compra a los canas, disfrazados de ladrones.

Este pueblo de mierda, que dice negro de mierda al habitante de su patética aldea, llena de gusanos teñidos de rubio o colorado.
El pueblo del fratacho de las caras, para tapar el tiempo de la vida.
La vergüenza de los años mal vividos, disfrazada de viejas distinguidas de ignorancia. Hipócritas genéticas, que conocieron el sexo y nadie dijo el gusto es mío.

El pueblo que cuenta de rincones bonitos, que no existen ni en el mapa de sus ojos.
El pueblo “Ciudad de Dios” y así ha de ser, porque el domingo dios descansó y siguió durmiendo, hasta hoy y sueña hasta nunca.
El pueblo que gasta agua y escobita y come lo que haiga y le tranquiliza el pasto cortadito y el vecino igualito.

Este pueblo que responde aquella obra, paradigma de “Las de Barranco”, que se llamó “Tragedia de una familia guaranga” y fue en La Plata, donde murió tanta gente, por querer cambiar el mundo, sin saber que eran mandados por Videla o por Massera, o por toda una manga de alcahuetes impotentes, que dejaron como herencia un desierto, que parece una cloaca a cielo abierto.
                                                                         

lunes, 2 de mayo de 2016

PERSECUSIÓN

                                                 
   Le compró un oso tan grande que tuvo que sacar dos boletos. Sabía que se iba en dos horas. Miró el reloj y bajó del micro como una saeta. Ya sacaba las llaves y sintió que algo le faltaba, el oso. Subió a otro micro de la línea y preguntó al chofer si no había visto al oso. El chofer lo vio tan nervioso que le contó que alguien olvidó un oso gigante en el micro. Se bajó, tomó un taxi hasta la terminal. Lo descubrió, hacía de chofer embalsamado.
   Intentó sacarlo por la ventanilla, abrió la puerta porque no pasaba. El tachero lo esperó, más por curioso que por solidario. Lo llevó pasando tres semáforos en rojo y le cobró la mitad del valor del oso.

   Entró en la casa y su ahijado esperaba como un desposeído. Le entregó el oso y el chico, con todo respeto, le dijo —En la vida vi un oso tan grande y tonto, no lo digo por vos, pero si lo podés cambiar por algo a mi escala, estaría buenísimo. Ya sé, el oso te salió más caro que una moto, pero yo no me preocupo, mami y papi dicen que ustedes tienen “la guita”.