Los tengo el fin
de semana, coincide con mis días de práctica de piano, en las partituras
nuevas.
Eso lo hizo la
arpía de mi ex mujer con malas intenciones, siempre fueron malas sus intenciones,
tuvimos dos hijos que a los seis años son tan activos y preguntones, además de
dormir conmigo.
La asistente
opina que cuanto más pedían era porque más afecto necesitaban.
Vivir con una
madre que te pide que no la beses porque le arruinás el peinado y si tenés
hambre te manda a comer comida chatarra.
Lo importante es
que el lunes es la segunda audiencia en tribunales. Mi abogado y yo vamos a
sugerir un cambio. De lunes a viernes yo, sábado y domingo, ella. Denegaron mi
pedido, los chicos estaban afuera y me miraban a mí, al abogado, a la madre y
al juez.
El más chico me tomó fuerte de una mano, el
más grande apretó mi otra mano. La madre se puso verde y dijo —Está a la vista
que te prefieren de lunes a viernes, yo soy el sábado y el domingo. Quiero que conste en actas, que tu
abogaducho te ampare.
Bajó la
escalinata tomada del brazo de su abogado, con ese gesto de seducción barata.
Los chicos en
casa el lunes, como dos soldaditos y un camión de mudanzas. Seguían siendo
insoportables.
Hice una
selección de Nanas y elegí una para toda la jornada. Los chicos cambiaron
sustancialmente, ya no gritaban, se vestían estilo grande. Cuando pensé que podían
manejarse solos, me rogaron que no echara a Nana. Pasó entre nosotros sirviendo
té y durante cada inclinación, había un notable mundo bajo esas telas. Los
chicos la miraban con una insistencia digna de una reprobación privada.
—Les voy a pedir,
chicos, que dejen de mirar el día entero a Nana. Es una orden.
Él siguió
practicando piano los días de semana, los hacía extensos, para ver cómo Nana se
trasladaba por la casa, limpiando esto o lo otro. Le hacía el servicio de Musa,
sus composiciones se hicieron tersas como un bosque en calma y las notas
parecían atravesar el aire con mensajes invisibles.
Los chicos, al
tanto de todo, le decían al viejo que apresurara los trámites.
Ella dormitaba
sobre un almohadón, lo vio venir y sabía que era un romántico nervioso. Se le
tiró encima, le comió la boca, sus primeras palabras fueron — ¡Qué tetas, Nana,
qué tetas!