Le compró un oso
tan grande que tuvo que sacar dos boletos. Sabía que se iba en dos horas. Miró
el reloj y bajó del micro como una saeta. Ya sacaba las llaves y sintió que
algo le faltaba, el oso. Subió a otro micro de la línea y preguntó al chofer si
no había visto al oso. El chofer lo vio tan nervioso que le contó que alguien
olvidó un oso gigante en el micro. Se bajó, tomó un taxi hasta la terminal. Lo
descubrió, hacía de chofer embalsamado.
Intentó sacarlo por
la ventanilla, abrió la puerta porque no pasaba. El tachero lo esperó, más por
curioso que por solidario. Lo llevó pasando tres semáforos en rojo y le cobró
la mitad del valor del oso.
Entró en la casa
y su ahijado esperaba como un desposeído. Le entregó el oso y el chico, con
todo respeto, le dijo —En la vida vi un oso tan grande y tonto, no lo digo por
vos, pero si lo podés cambiar por algo a mi escala, estaría buenísimo. Ya sé,
el oso te salió más caro que una moto, pero yo no me preocupo, mami y papi
dicen que ustedes tienen “la guita”.

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