sábado, 14 de mayo de 2016

TODO A PULMÓN

                                                                                      
      Lo tenía en la cabeza y nunca le puse letra. Daba para escribir un cuento, algo traje: cuaderno y birome. Dicen que la pureza del aire me asegura una cura casi total. Era un lugar que miraba las montañas cubiertas de verdes. Nosotros teníamos reposeras y una galería donde la brisa no corría, caminaba. Papel y birome conectaban mi pensamiento y pude transcribir. Mi compañero Bicho tosía toda la noche. Un día me pidió que leyera mis apuntes en voz alta, para distraer el dolor de sus pulmones. En un momento interrumpió,-“Aquí la pausa debe decir algo.”- Bicho lo afirmaba con una seguridad pasmante. A lo largo de la lectura hacía intervenciones y proponía lentitud en las acciones de los personajes.
      Modifiqué mi cuento con las sugerencias de bicho. No escribía cuando él dormía. Esperaba que terminaran sus dolores para leer en su oreja, me arrancó la birome y el cuaderno con firmeza, como si tuviera premura para seguir mi cuento, como si fuera suyo. Me agarró el sueño, amanecía con un rayo de sol y la boca seca. Escupí un poco de sangre en una tohalla, pero poco. Tenía dolores cuando respiraba y mis pulmones funcionaban con intermitencias. Tuve miedo de morir. Miré a la cama de Bicho, el cuaderno lo apretaba contra su pecho.
       Llegó una enfermera y no pudo quitar el cuaderno de su pecho ni la birome de su mano. Yo arrebaté ambas cosas. Luego de su traslado definitivo, no lo voy a nombrar, lo extrañé. Leí el cuento largo o novela corta. Tenía gotas de sangre en todas las hojas. Con letra roja decía “Autor: Bicho Meyer.”

      Lo publicaron con el nombre de su autoría. Yo me quedé con los originales. Cada mancha que descubro me empuja a escribir como un escritor al que no le alcanzara la vida, ni para firmar con su nombre sus propias palabras.
                                                                         

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