El loco tenía
mucha verborragia. Lo escuchábamos en el almacén, él iba a las cinco, nosotros
caíamos a las cinco. Empezaba el loco como si fuera un teleteatro en vivo.
Tomaba grapa como si fuera coca cola. Dio media vuelta en su banqueta y empezó
la fiesta —Hoy me duele el lomo porque el patrón es un asno ¿no le vieron las
orejas?, se enojó de borracho y me dio latigazos.
Y continuó, con
uno que lo miraba —¿Y vos, porque no contás lo que sabés?
El otro contestó
desde su boina gastada —Mi mujer se fue, mantengo cuatro chicos, trabajo de sol
a sol y vos me pedís que cuente algo de un hombre que no conozco y aunque lo
conociera no diría una sola palabra. No puedo quedar sin trabajo.
Nosotros
aplaudimos como si fuera el primer acto de la obra. Luego de tragos generosos
dio comienzo el segundo acto, se la agarró con un tipo que nos conocíamos de chicos. Se adelantó al
loco —Si hablás de mi familia o mi vida privada, te parto un diente.
El loco se reía
mientras decía —Claro, tenés una vida con tu mujer y otra privada, vos mismo te
pisaste.
Mi amigo le puso
un puño en el diente —Si lo tenés, ponelo debajo de la almohada, por ahí los
ratoncitos te dejan algo.
Terminó el segundo
y nadie quería perderse el último cierre del loco. Comenzó con un discurso babilónico,
aclarando que los personajes eran imaginados, nada más lejos de aludir a sus
vidas personales. En cuanto a él, volvió a dormir al manicomio, hasta las cinco
de la tarde. Afuera la gente hacía cola para un casting en su espectáculo.

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