viernes, 6 de mayo de 2016

VOCACIÓN

                                                   
Nunca supe, si era un amigo psicólogo o un psicólogo amigo.
Consiguió cinco pacientes, casi en simultáneo. Para un iniciado, una práctica perfecta.
Le pagaban por sesión, no faltaban jamás y todos venían de terapias anteriores.
El primer tiempo, tan distinto del tercer tiempo.
Allí, le quedaba una paciente celular-dependiente, de no fácil manejo.
Dos depresivas, fanáticas y disfrutadoras, tenían períodos de remisión, tipo: “dale, vamo a tomar un café”.
Pero no, los volcanes entraban en erupción.
Hasta el aire de la sala de espera, se sentía como de otra masa atmosférica.
Mi amigo, enfrentó lo que luego sería cotidiano, con estoicismo.
Se volvió un poco loco. Decía que tenía tantos pensamientos ajenos en el mate, que le daba miedo el viento, los autos y andar a caballo.
Los pensamientos le rebasaban su cabeza y a pesar de las extensiones aéreas, la memoria, no le cuidó más nada. Se sentía sobrecargada.
Derivó sus pacientes, se quedó con uno sólo, para no quedarse tan vacío, de pensamientos ajenos.
Quise ser amigo de él, aún en sus delirios menos ortodoxos.
Resultó imposible, porque cerró todas las puertas de su casa y desconectó su teléfono.
“El ermitaño”, como su único paciente lo llamaba, lo atendía en una especie de cubículo de piedras, desde donde podían verse, infinidad de flores, todas de la misma familia, “pensamientos”.
Aliviaba su alma errática, con la ingesta cotidiana, de sus propios cultivos de pensamientos.
Arrepentido, me invita esporádicamente, a comer a su casa. Lo soluciono con papas fritas y maníes, que llevo ocultos, en mi chaleco.
                                                       

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