Lorenzo Olivero,
porteño, pícaro y audaz andaba perdido en Buenos Aires. Buscaba algo, pero no
sabía que. Pasó por un zaguán oscuro, con un cartel que decía: “Clases de
Teatro”, entró como a su casa y se inscribió. Fue el mejor actor, pisándoles la
cabeza a todos sus compañeros. Del under, pasó al over y al super over, salió
de gira, hablaba inglés como un inglés. Cuando dieron una función en el London
Putarest Theatre, Lorenzo eligió llamarse Lorenz Oliver Jr.
Fue un bum. Todos se lo creyeron.
Hasta Sir Lawrence Oliver pensó que Lorenzo era un
sobrino, que la edad le había hecho olvidar. Ganó premios, conoció la fama y la
fortuna. Ninguna de ellas le produjo felicidad. Extrañaba Buenos Aires, caminar
como Lorenzo Olivero, buscando no sé qué.
Hizo su sueño. Volvió a Buenos Aires, a los zaguanes
oscuros, hubo uno que le llamó la atención, decía: “Clases de Teatro”, entró
como a su casa y se inscribió.

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