Hablaba desde que
llegaba hasta que se iba, una suerte el regalo de su amigo, escuchar música,
dentro de su cabeza. Tenía inconvenientes, él, que llegaba hablando contando
pavadas, pero a veces, eran cosas importantes, como la fecha del alquiler.
Cuando había que hacer los depósitos bancarios. Él no escuchaba nada.
Sufrieron
desalojo de inmediato y cartas documento, anunciando corte de luz, gas, agua,
teléfono. —Sí, te tapás los oídos para no escucharme y por boludo nos llegan
estas facturas impagas desde mayo. ¿Qué hiciste con el dinero? Eso no lo
escuchaste, pero viste la plata y las cuentas, en tu escritorio.
Se quita los
auriculares mientras su compañero de departamento decía —Irresponsable, te gastaste
todo.
Le parecieron
reproches tardíos, herido en su dignidad, dijo —Vendo el auto, la moto, el
cuatriciclo, la pantalla de tv de dos plazas, las obras completas de Borges,
los muebles de mi abuela y tu falso Rolex. Pagaron todo, quedaron hechos.
Se encontraron en
la misma inmobiliaria, allí se perdonaron con un apretón de manos. Habían sido
compañeros en cuarto grado. Se recordaban muy parecidos en los comportamientos,
alquilaron juntos un departamento, con dos dormitorios y baño en yunta. Les
ocurrió como a los matrimonios, primero todo bien, segundo algunos raspones,
tercero, aprender a convivir y luego viene una cuarta vuelta donde nadie es
responsable de sus actos. Les pasó durante su segundo alquiler. Un monoambiente
con un monobaño. El odio creció entre ellos, alto como la inundación que los
sorprendió de noche. Fueron arrastrados por el agua, no llegaron a matarse. El
agua se encargó de sanear las diferencias.
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