miércoles, 1 de junio de 2016

CONVIVENCIA

                                                                        
   Hablaba desde que llegaba hasta que se iba, una suerte el regalo de su amigo, escuchar música, dentro de su cabeza. Tenía inconvenientes, él, que llegaba hablando contando pavadas, pero a veces, eran cosas importantes, como la fecha del alquiler. Cuando había que hacer los depósitos bancarios. Él no escuchaba nada.
   Sufrieron desalojo de inmediato y cartas documento, anunciando corte de luz, gas, agua, teléfono. —Sí, te tapás los oídos para no escucharme y por boludo nos llegan estas facturas impagas desde mayo. ¿Qué hiciste con el dinero? Eso no lo escuchaste, pero viste la plata y las cuentas, en tu escritorio.
   Se quita los auriculares mientras su compañero de departamento decía —Irresponsable, te gastaste todo.
   Le parecieron reproches tardíos, herido en su dignidad, dijo —Vendo el auto, la moto, el cuatriciclo, la pantalla de tv de dos plazas, las obras completas de Borges, los muebles de mi abuela y tu falso Rolex. Pagaron todo, quedaron hechos.
   Se encontraron en la misma inmobiliaria, allí se perdonaron con un apretón de manos. Habían sido compañeros en cuarto grado. Se recordaban muy parecidos en los comportamientos, alquilaron juntos un departamento, con dos dormitorios y baño en yunta. Les ocurrió como a los matrimonios, primero todo bien, segundo algunos raspones, tercero, aprender a convivir y luego viene una cuarta vuelta donde nadie es responsable de sus actos. Les pasó durante su segundo alquiler. Un monoambiente con un monobaño. El odio creció entre ellos, alto como la inundación que los sorprendió de noche. Fueron arrastrados por el agua, no llegaron a matarse. El agua se encargó de sanear las diferencias.
                                            

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