Para mí Minnie
Cooper era una vieja tramposa.
Sus mejores años
los pasó con un sátrapa que la largó, sin más. Después promueve hábil, como
tejido de araña que un negro la había molestado, no lo dice, prefiere que la
gente piense que el negro la violó y hay un goce, cuando el chisme va de boca
en boca y Minnie Cooper dice sin decir, es una artista la loca. Les da la
excusa perfecta para sacarse un negro de encima y un odio mendaz. Lo matan por
Minnie Cooper.
Vino a Tandil,
durante el verano, me tomé la libertad de pedirle una entrevista y ella la
gentileza de aceptar. La vi viejita, como de cien años, con dos lentejuelas
negras, sus ojos.
Apareció un negro
corpulento de pelo blanco, rodeado de muletas. Minnie Cooper me presentó a su
marido, que nadie mató, vivía con ella y de ella. El señor Faulkner nos leyó el
cuento y me gustó mucho. Nosotros se lo contamos a él, lo hizo bastante
parecido, casi idéntico. Mi marido soportó la lectura, hasta donde se dice de
mí que soy adúltera. —Eso no se lo permito ni a usted ni a Willy.
Nosotros fuimos
fieles y cuando no, fue con permiso y respeto. Reconozco que lo engañé una sola
vez, en cien años no es nada. A mi marido le dieron en ambas piernas y a la altura
de la cintura. Lo curaron con sulfato de potasio. Tiene que usar una rueda de
bastones para circular de pie y no fue de noche, porque había sol. Nos derivaron
a éste país para hacernos una plástica, tenemos que esperar, los médicos todavía
no recibieron goma de pegar.
—Señorita, si nos
disculpa, nos retiramos a descansar. Mañana tenemos una jornada intensa, el
negro está ansioso por encontrar a Faulkner.
A través de un
juicio donde comprobaron que Willy era lavador de libros. Se enteraron por el
diario, se escondió en Tandil, junto a otros que lavaban en otros rubros,
negocios, campos, campo, campos, lo encontramos en “La Vereda”, parecía un dandi,
nos saludó con una mano lejana y pesada.
El negro le
distribuyó bastonazos en todo el cuerpo, golpeó a William hasta matarlo.
Minnie Cooper y
su marido volvieron a Jefferson.
Viajaron en el mismo avión donde trasladaban
los restos de William Faulkner. No hay seguridad que esos restos fueran de
William. Tal es así que continuó publicando cuentos, que le contaron otras
personas. Trataba de adaptarlos, pero le salían idénticos.
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