El Cholo fue
campeón de basket aquí, se lo peleaban distintos países de Latinoamérica y
después vino Europa y llegó a Rusia.
Hasta China, tenía más extrañaduras que ofertas. Volvió. Les compró una
casa digna a sus padres y regalos para todos.
Solía pasar las
tardes en lo de Tincho, un amigo tattoo empedernido. Autor de los tattoos del
Cholo. Todos iban a escucharlo, cuando pasaba a tomar mate. Se iban enterando
de a poco, Cholo siempre fue un tipo de tomarse su tiempo.
—Bueno, ahora cuéntenme de ustedes.
—Bueno, ahora cuéntenme de ustedes.
Largo el trayecto
del silencio, pero bien mateado, nadie dijo nada, hasta que lavandina habló con
la verdad. —Mirá Cholo, Tincho, Sebas, Bruno y yo nos separamos. Ideas
distintas, proyectos diferentes, nos juntamos a tomar birra, discutimos, nos
ofendemos y parecemos putitos.
Bruno era el
catalizador de las caras, estaban todos pensando en los alquileres, los
alimentos, cobrar y pagar lo que cobraste. Vender el auto. Tincho se guardaba
el odio en la memoria, prefería un mate con Cholo.
Él explicó que
tal vez no advirtieron que vivían en un campo de concentración, tan avieso que
ni se percibía. Había que salir, sin salir de lo que era nuestro. Él vio lo que
sucedía en otros países y aprendió a querer a su tierra. Les pagó pasajes para
que pasaran y vieran.
Regresaron
horrorizados ante tanta antropofagia.
Cholo compró un
puñado de tierra, con casas para cada uno y un predio común para sembrar.
—Así
se lucha contra el enemigo. Para no transformarse en Isis, posibilidad que no
descarta nadie.

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