Vivíamos las
cuatro juntas. Delirio, la más chica, de setenta años, atendió el timbre. Había
tres hombres y un perro. Los dejó pasar, Angustias, de ochenta y cinco años y
Martirio, de noventa años, dejaron sus tejidos. Los hombres entraron y se
presentaron de uno en uno. Educados, bien vestidos y comedidos.
El perro
desapareció en las habitaciones y los tres se dedicaron a buscarlo. Tardaban
tanto, que la mandamos a Delirio para ver qué sucedía. Vio a los hombres
contando dinero en euros, poniendo en un bolso las joyas de todas nosotras.
Bajó a decir lo que vio —Delirio, tus descubrimientos siempre son un delirio. Mirá
si esos señores, tan distinguidos iban a cometer imprudencias.
Los tres dijeron
ser sobrinos nietos de Martirio, justo la que perdió la memoria, igual pensó
mucho en qué quería decir sobrinos, nietos, ella misma. Los invitó con un té,
Angustias pudo ver el reloj de su padre, colgando del bolsillo del más alto. —Eso
que tiene colgado, era de mi padre.
El tipo se puso
Kung Fu y sacó una soga y una navaja, nos amuchamos bajo el piano. Nos tenían
cercadas. Tomaron nuestros licores con toda tranquilidad y se fueron dejándonos
encerradas. Los golpes de la desesperación fueron escuchados por todos y
tiraron la puerta abajo, cayó sobre Martirio, quedó planchada para siempre,
como decía ella —Me sobran años y esto de la vida me aburre, tal vez sea hora…
Quedamos sólo
tres, parece que lo de Martirio y nosotros tuvo prensa a nivel nacional e
internetón.
Nos pagaron muy bien, la parte de Martirio
se la dejamos a los sobrinos ladrones, que después de todo, eran sus sobrinos.
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