India y sus
sorpresas, cuando le robaron la billetera en pleno mercado, donde vendían de
todo. Allí mismo, le dieron una tarjeta, escrita en inglés, una pareja se
ofrecía de chaperones. Dirección, número de teléfono. Cuando llegó al hotel los
llamó y con voz nerviosa les adelantó que sin compañía él no salía. Lo llevaron
esa misma noche a comer rarezas indias, luego unos batidos de coco, con un
alcohol gelatinoso. Se sintió flotando entre nubes, aparecieron los dos y lo
llevaron a un lugar ideal para la sobremesa. Era una pareja fornicando, con espectadores
alrededor, observando, cada uno en actitudes diferentes, una vieja indiferente,
con boquilla y anteojos negros oblicuos, una pareja joven que se sumó a los protagonistas.
Él, que no pudo
contenerse y les vomitó encima. Nina y Marco se lo llevaron a otro sitio. Había
cuatro que bailaban como pulpos y mostraban traseros que lo marearon, no sabía
dónde estaba. A veces aparecía Marco o Nina, para ver si le había pegado. Él
decía que nadie le pegó. Nina desapareció de escena y se reía. Una de los
cuatro pulpos bailó para él, en exclusiva. Se dieron unos revolcones de oficio,
hasta que se hizo de día. Quedó paralizado cuando vio a sus chaperones con parejas
indias. Lo primero que preguntó Nina fue si le había gustado. Le dijo que sí. “Qué
bueno que te gusten los hombres y las minas también. Alegrías dobles.” Él
ignoraba que había estado con un hombre, le agarró el argentinismo y tuvo ganas
de suprimir dos vidas. Pero Nueva Delhi era su lugar preferido, Nina y Marco lo
conocían hasta el último rincón. Les pidió lugares históricos o populares, no
quería escenografías porno, perversas o les pusieran el nombre que quisieran.
Anduvieron de
templo en templo y casas de milenios. Les perdonó la vida, ellos lo llenaron de
vida. Regresó, dice que son dos degenerados, pero los extraña.
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