Hacía dos días
que escuchaba sonidos como de ratas pichonas, me preocupaba, no sé por qué,
pero me preocupaba.
Recorrí todos los pisos, el ascensor llegó al subsuelo. En
un rincón encontré dos bebés llorando desconsolados. Resolví llevarlos a mi depto.
Eran iguales, un bebé y una beba. Recién nacidos. Hice lo que vi hacer a Mamá
con los bebés que le caían año por medio. Mi vecina se ofreció a cuidarlos
mientras yo compraba la ropa para ambos, los pañales y la leche materna.
Conseguí una cuna doble, antigua y un cochecito armatoste. Llegar y ver
dormidos a Luli y Tupac, fue como si alguien quisiera borrar mi vida infeliz y
ermitaña, con dos pequeños hijos. Así los consideré siempre. Obtuve la tenencia
definitiva y les inventé un padre alemán loco, que huyó. Me familiaricé con los
perfumes de bebé, el olor de los juguetes, la blandura de los crayones. Luego
pasé al olor de los cuadernos nuevos, los libros. Se hicieron grandes y sus
cabecitas eligieron Tecnología, todo era tecno, hasta la música. Un día se
fueron, Luli a estudiar al sur y Tupac al norte.
Volví a sufrir
como cuando sufría. Era el metrónomo de mis hijos. Con mi vecina nos hicimos amigas,
ella también tenía un hijo en el extranjero. Hacíamos visitas juntas a todos
los chicos que nos abrazaban como osos.
En uno de esos
viajes, conocimos dos Sres de edad meridiana. Hicimos pareja, vivíamos en el
mismo edificio. Una mañana de invierno, cuando escuchamos sonidos como de ratas
pichonas, me latió el corazón de impotencia. Mi amiga dijo —Yo no sé, este
Consorcio, nos arrancan la cabeza y nadie se hace cargo de las ratas.