lunes, 27 de febrero de 2017

SERVIDUMBRE


   Trabajaba en una especie de rancho castillo o castillo rancho. Lo realizó un carpintero de Bernal y un marmolero del Cementerio Platense. Desde los ocho años Domitila cebaba mates, limpiaba, cocinaba, hacía los dormitorios, a cambio de techo y comida. Los patrones la encontraron desmayada en la cocina, el exceso de trabajo le produjo anemia, guardó cama tres días. A instancias del médico, tomaron personal nuevo. Un mayordomo, una mucama, una lavandera y una niñera.
   Quedó tiempo libre para Domitila, su patrona la mandó a la escuela primaria y terminó su secundario. Se convirtió en una dama joven y elegante. Quien no conocía a la flia, creía que Domitila era la mayor de los hermanos. —No puede ser que confundan gente normal con los sirvientes. Domitila, si bien es cierto que ahora es persona con estudios, sigue siendo sirvienta.
   El más grande de los hijos de la patrona, la quería como a una hermana.
   Ella le leía cuentos por las noches, abrazados, cerca del fuego. La menor de todos los hijos, le tenía una envidia venenosa. En especial cuando a ella la confundían con una sirvienta. Contó a su madre que su hermano y Domitila hacían chanchadas en el sillón grande. No le creyó. La hermana comenzó con maldades, juntaba cucarachas y se las ponía entre las sábanas. Le preparó un brebaje que la hizo dormir cuatro días.
    Aprovechó para pelarle la cabeza y recortarle las pestañas. Lo peor fue cuando destrozó la muñeca, el último regalo de su madre antes de morir.
   Domitila craneó una solución definitiva, esa tilinga nunca la dejaría en paz, parecía querer matarla, todo iba in crescendo. La noche del eclipse, Domitila llevó a la hermana al bosque cerca del río, le dijo que era el lugar para ver mejor. Cuando se puso todo negro, la llevó a la punta de un risco.
   Ella no quería que Domitila la tocara, prefería ir sola.
   El risco tenía musgo, la hermana cayó al río caudaloso y revuelto. Domitila vio cómo la hermana era arrastrada por el río, cuando no la vio más sintió alivio. Fue rastreada por personas y perros, la búsqueda infructuosa, no obtuvo resultado.
   —Ya va a aparecer, estoy segura que volverá. –Decía la madre, como un fantasma mirando el río-.
   Al mes, Domitila y el hijo mayor se casaron, cuando el cura dijo el consabido —Si hay alguien o algo que impida esta boda, que hable ahora o calle para siempre.
  La ceremonia fue interrumpida por la entrada de la hermana, vivita y chorreando agua.
   —Ninguna sirvienta se casará con mi hermano.
   Dijo el cura —Que sea sirvienta, no es una razón, hija mía.
   La hermana quiso arrancarle los pelos a Domitila, olvidó que ella misma la había rapado. Los novios, apresurados, dijeron que aceptaban, el cura los consagró de lejos, les gritó que comieran una miguita de pan, es lo mismo que una hostia. Ellos subieron al camioncito, repleto de libros, en la curvas, uno o dos se caían.
   —Domitila, pensé que la habías matado vos. ¡Qué garrón!
   —¡¿Cómo se te ocurre?!
   Hizo media sonrisa dulcemente diabólica. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario