—Con todas las
protestas que deberíamos hacer, ésta me parece un exponente más de la estupidez
humana.
Silvia escuchaba
y asentía los argumentos que tenía una de las habitantes del edificio. Se
conocían del ascensor, el espacio donde todos callan y se dan la espalda como
una consigna.
Le pareció que
Sofía tenía formato de convicciones, tal vez insistiendo por el lado de los
derechos de la mujer —Pensá en nuestros derechos siempre avasallados, si nos
acompañás le darías más prestigio a la protesta.
Sofi dijo que
ella era Socióloga y tenía una concepción diferente del mundo.
—Yo no estudié
para sacarme el corpiño y revolearlo en el Obelisco. Te voy a contar una
historia, Silvia, se refiere a cómo paso mis vacaciones, somos un grupo de dos
parejas y tres amigos. Nos encanta una playa que quiere decir “El viento que
despierta”. Virazón, tiene médanos solitarios donde a los dos kilómetros no hay
bañeros ni turistas, tomamos sol en bolas y nadamos sin interferencias de
elásticos y trapitos. Nunca nos miramos como presas al acecho, nos vemos como
totalidad y la desnudez nos unifica.
Nadie nos dice
que no hay que nadar de noche, ni podemos comer desnudos. Los últimos días nos
parecemos al hombre de las cavernas. Regresar nos pone mal a todos. Salimos
cuando el sol se va. Vestidos.
Silvia preguntó
dónde quedaba esa playa —Esa playa queda cuando el viento te despierta y
caminás por el mundo, lo estudiás sin libros, en vivo y en directo. Trabajás,
te comprás una moto, la ponés en marcha y ella que sabe, te deja en Virazón. 
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