Mi abuela se
mudó a dos cuadras. Hace tres años lo encontré y me invitó a tomar café, sacó
mi trenza, que de torpe, se hundió en la taza. Fue una tarde muy agradable,
pensé mucho en él, por su profesión y su alegría. Él tenía la alegría para
adentro y una máscara triste por fuera, que se iluminaba cuando sonreía. Esta
vez me disfracé de persona, tenía una pollera kilt nueva, camisa blanca recién
planchada y una corbata escocesa como la pollera. Me esmeré en mis trenzas,
peiné mis pestañas con el cepillo de dientes y mandé hacia arriba las cejas,
olvidé lavarme los dientes.
Coroné mi cabeza
con un canotier de mi abuela.
Toqué timbre y
nada, esperé, mi madre dice que se toca otro, luego de un espacio prudente.
Abrió él, en cuerpo en alma y bastón. —Niña, estás perdida, aquí no es.
—Sí, Sr. Es
aquí.
—Perdona pero no
esperaba a nadie.
En eso tenía
razón, debí acordar esta visita por teléfono. Le extendí la mano —Es la segunda
vez que lo visito.
Él se tomó el
mentón —Olvidé tu nombre, disculpa.
—No se olvidó,
nunca se lo dije, no tiene importancia, Virginia es mi nombre. Sr Borges, esta
segunda vez quiero hablar en privado, usted dirá cuál es su recibidor.
Dijo que me
sentara allí, donde estaba, dijo que el lugar es donde uno está.
—Borges, voy a
suprimir lo de Sr., porque nos avejenta. Su profesión no es escribir, ahora le
hablo con conocimiento de libro, no entiendo sus escritos, empiezo uno y lo
quiero terminar enseguida. Si hasta Ud mismo declaró que nunca vuelve a leer lo
que escribió. Yo lo comprendo, es un aburrimiento bárbaro. Mi tío Horacio, que
es el sabio de la familia, dice que usted es un genio, que todos lo envidian,
por eso no le dan el Nobel. Aunque yo no lo entienda, sus cuentos tienen música
y colores. Se me ocurrió una idea. “EL PIANISTA , BORGES” y la segunda “EL PINTOR
BORGES”.
—Virginia, tus
ideas son un elogio, amo la literatura, me gustaría que mis libros tuvieran
color y pentagramas.
—Deduzco que le
resultará difícil divorciarse del “ESCRITOR BORGES”.
Yo me comí tres
alfajorcitos de maicena, le hablaba con la boca llena y le tiraba miguitas.
Tomé tres tazas de chocolate, él se reía de mis virtudes. Comer y hablar al
mismo tiempo.
Una corriente
fría perforó el fuego de la salamandra.
Apareció una
mujer japonesa, vestida de mejor alumna, acomodó la bufanda de Borges y le dijo
algo en inglés. Se retiró sin saludar, igual que cuando entró. —Es mi
acompañante y se llama María, antes que me preguntes.
Le dije que me
pareció una persona encantadora.
—Desde luego, si
no fuera por su ayuda, dejaría de conocer el mundo.
Ya cerraba el
día, me despedí, le di un beso en cada mejilla y le regalé el canotier.
—¡Esto es una
reliquia! Gracias, hija.
Había una puerta
entreabierta, la Japonesa espiaba con ojos de espada.
Cuando dejé el
edificio pensé que Borges debería conseguir otra acompañante, ésta no le iba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario