domingo, 12 de febrero de 2017

GEORGIE


    Mi abuela se mudó a dos cuadras. Hace tres años lo encontré y me invitó a tomar café, sacó mi trenza, que de torpe, se hundió en la taza. Fue una tarde muy agradable, pensé mucho en él, por su profesión y su alegría. Él tenía la alegría para adentro y una máscara triste por fuera, que se iluminaba cuando sonreía. Esta vez me disfracé de persona, tenía una pollera kilt nueva, camisa blanca recién planchada y una corbata escocesa como la pollera. Me esmeré en mis trenzas, peiné mis pestañas con el cepillo de dientes y mandé hacia arriba las cejas, olvidé lavarme los dientes.
   Coroné mi cabeza con un canotier de mi abuela.
   Toqué timbre y nada, esperé, mi madre dice que se toca otro, luego de un espacio prudente. Abrió él, en cuerpo en alma y bastón. —Niña, estás perdida, aquí no es.
   —Sí, Sr. Es aquí.
   —Perdona pero no esperaba a nadie.
   En eso tenía razón, debí acordar esta visita por teléfono. Le extendí la mano —Es la segunda vez que lo visito.
   Él se tomó el mentón —Olvidé tu nombre, disculpa.
   —No se olvidó, nunca se lo dije, no tiene importancia, Virginia es mi nombre. Sr Borges, esta segunda vez quiero hablar en privado, usted dirá cuál es su recibidor.
   Dijo que me sentara allí, donde estaba, dijo que el lugar es donde uno está.
   —Borges, voy a suprimir lo de Sr., porque nos avejenta. Su profesión no es escribir, ahora le hablo con conocimiento de libro, no entiendo sus escritos, empiezo uno y lo quiero terminar enseguida. Si hasta Ud mismo declaró que nunca vuelve a leer lo que escribió. Yo lo comprendo, es un aburrimiento bárbaro. Mi tío Horacio, que es el sabio de la familia, dice que usted es un genio, que todos lo envidian, por eso no le dan el Nobel. Aunque yo no lo entienda, sus cuentos tienen música y colores. Se me ocurrió una idea. “EL PIANISTA , BORGES” y la segunda “EL PINTOR BORGES”.
   —Virginia, tus ideas son un elogio, amo la literatura, me gustaría que mis libros tuvieran color y pentagramas.
   —Deduzco que le resultará difícil divorciarse del “ESCRITOR BORGES”.
   Yo me comí tres alfajorcitos de maicena, le hablaba con la boca llena y le tiraba miguitas. Tomé tres tazas de chocolate, él se reía de mis virtudes. Comer y hablar al mismo tiempo.
   Una corriente fría perforó el fuego de la salamandra.
   Apareció una mujer japonesa, vestida de mejor alumna, acomodó la bufanda de Borges y le dijo algo en inglés. Se retiró sin saludar, igual que cuando entró. —Es mi acompañante y se llama María, antes que me preguntes.
   Le dije que me pareció una persona encantadora.
   —Desde luego, si no fuera por su ayuda, dejaría de conocer el mundo.
   Ya cerraba el día, me despedí, le di un beso en cada mejilla y le regalé el canotier.
   —¡Esto es una reliquia! Gracias, hija.
   Había una puerta entreabierta, la Japonesa espiaba con ojos de espada.
   Cuando dejé el edificio pensé que Borges debería conseguir otra acompañante, ésta no le iba.
                                                                             

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