La única casa de
vinilos importados, a la vuelta de casa. Jew era el negocio y Jew el nombre de
su dueño. Mi postura era de estiramiento máximo, para mirar los nuevos. Trepada
en la escalera me vi toda la escena. Entró una mujer alta, negra mota, ojos de
camello, su indumentaria era un sobretodo vintage, un bolso inmenso pleno de
bordados peruanos. —¡Pichón! Añares! No lo puedo creer, ¿Qué hacés acá?
Y le daba
vueltas con sus brazos larguísimos. Abrieron la puerta, que es el sanitario. No
sé qué hicieron pero se reían a carcajadas. Cuando salieron, la negra le
entregó un paquetito envuelto en cinta de embalar —Aah!! Me hiciste acordar,
acá tengo lo tuyo, viene vía Embajada, buen material, quédate tranqui, es VIP.
Jew me descubrió
—¡Bajate de ahí y decime ya qué carajo escuchaste!
La negra se fue
como rata por tirante.
—Yo escuché “No
lo puedo creer”, escuché las risas cuando se metieron en el baño. Después
escuché “Vos tenías una Embajada de material VIP”. Más nada.
Jew, mientras me
sostenía del cogote, sacaba siete vinilos de la parte más alta. —Estos discos
son para vos, a cambio de no decir nada de lo que oíste. Nada.
Le dejé los
siete vinilos —No tenés que pagarme nada, por decir nada, si no te parece mal
te cambio los vinilos por el sobretodo vintage de tu amiga ¿Para cuándo lo
podrás tener? 
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