domingo, 31 de enero de 2016

CUENTOS PARA LEER SIN GANAS


        Lea compró el libro mientras esperaba el retardo de tres horas del micro que la llevaría a Playa Escondida. Era liviano, se titulaba Cuentos Para Leer Sin Ganas. Ni miró su autor, por lo menos no era para leer con rimel.
      Bajó del micro en la zona, para llegar a la cabaña prestada, debió hacer 6 km a pie en subida, en bajada, saltando charcos y al atardecer vislumbró una construcción semi derruida. La amiga que se la prestó le indicó cómo llegar y describió la casa.
      Por fuera, un desastre, al pasar se encontró con un nido de troncos, encendió una candela y le pareció volver a la infancia y al miedo de la infancia. Se produjeron ruidos y ella preguntó -¿Qué pasa?-. Dijo con fastidio -¿Quién es? ¿Y qué quiere?-. Unos pasos sigilosos en la galería y la silueta recortada de una mujer –Soy Frida, su acompañante terapéutica, a mí me mandan sus padres, su marido, sus hijos y el Dr.NN -. Lea la miró con desgano –Ja ja ja, entre ellos me arruinaron la vida. No quiero saber más nada con ninguno, en cuanto a usted no la elegí como acompañante, esto se trata de una falta de respeto sin perdón-. Frida le rogó que la aceptara o se quedaría sin trabajo, prometió dejarla sola y hacer comidas diarias, sin su presencia.
      Lea asintió con la cabeza y corrió al mar. Nadó tres balnearios sin gente y volvió a la cabaña.
      En la galería tenía una mesa con un plato de milanesas con puré. Sintió que debía agradecer, pero eso abriría la posibilidad de un diálogo no querido.
      Luego de quince días, Frida pidió autorización para hablar –Mire Lea, encontré en la biblioteca este libro, que se llama Cuentos Para Leer Sin Ganas. Me acordé de usted, que nunca tiene ganas de nada, esto tal vez sería una compañía para leer en la playa...-. Ella la invitó a la playa y dejaron el libro. Sin que nadie lo pidiera, Frida contaba su vida solitaria, paliada con sus tres gatos y pacientes de cuando en cuando, que la sacaban de su letargo.
      Lea sintió que estaba con alguien de alma parecida a la suya, “solitaria”. Las calesitas que rodeaban sus vidas tristes, fueron distintas, pero la dimensión del desamparo, idéntica.
      Parece que el humano tiene la perversión de construir para destruir. La voz de Frida se escuchaba por las cañerías, hablaba con el Dr. NN, el tono era intimista, hablaban de Lea, tenían planes, se despidieron con besitos.
      Volvió a su casa huyendo de Frida y sus tramoyas.
      En el micro abrió el libro y no tenía letras ni palabras, ni oraciones, hojas blancas.
      Se dirigió al lugar donde lo compró y pidió explicaciones. La atendió una persona muy joven. Le dijo:

-¿Sabe qué pasa, señora? Son las nuevas técnicas de lectura, es para que todos podamos leer, aunque no sepamos ni las vocales-. 

jueves, 28 de enero de 2016

OTTO ADOLF GUTENBERG

              1892 -1945

      -Vamos a la casa del árbol, el piso está firme, Juan se encargó-. Necesitaba un lugar alto y alejado para contar el documento que encontré en el fondo del lavarropas. Cuando el calor secó las hojas se vio bien clara la foto de un viejo nazi, con la misma cara de mi marido. No pude esperar, llamé a su oficina. Una voz que parecía grabada dijo que el Sr. Gutenberg hacía una semana que no concurría.
      Apareció tarde, justificó su ausencia por un encargo laboral de último momento. Le dije que hacía una semana que no concurría a la oficina. Él quedó mustio –Es un trabajo ultrasecreto, no lo comentes ni con vos misma-.
-¿De qué se trata el secreto?- le pregunté-. –Se trata de un secreto, eso es todo-.
       Mi amiga preguntó -¿Y porqué soy yo la depositaria de tu historia?-. –Te elegí porque nos llevamos mal durante todos nuestros estudios. Me quitaste dos novios. Mentías a las otras acerca de mi vida. Me odiabas. Sé que no tendrás escrúpulos en aconsejarme qué hacer-.
      Otto estaba sentado en su escritorio cuando entré y le arrojé los documentos. –Son de mi bisabuelo. ¿Dónde los encontraste?-. Él hacía un trabajo de investigación junto a otros compañeros, con bisabuelos nazis, habían logrado tres hallazgos de criminales judíos.
       Otto era el encargado de las ejecuciones. No pude decir nada –Por eso te invité a la casa del árbol, ¿qué harías en mi lugar?-. Parece que Juan no resultó buen carpintero, el piso de la casita se derrumbó en el momento de las sugerencias.
      Primero cayó mi amiga, luego yo. El tablón más grande planchó a mi amiga para siempre.
      Juan se encargó de la “limpieza”.
      Nos invitaron a una cena con el General Maltempi en el Ministerio de Guerra.
      Enyesada y magullada, asistí. Me emocioné, hasta las lágrimas, cuando fuimos anunciados igual que reyes:
–Señor Otto Gutenberg y su Señora esposa, Sara Flijman-.

        

domingo, 17 de enero de 2016

EL USO DE LA NOCHE


       Hay un pendejo boludo que sale con su moto, haciendo ruido a cuetes o balas. Rodea la plaza y la única diagonal chica que conozco en Tandil, donde vivo. Los viejos o no están o le dan permiso. Los sábados. Todos los sábados.
      A mí me parte la inspiración nocturna de escribir con el beneficio del silencio. Tengo pensadas venganzas, como tirarle bolitas en la calle, o atar tanzas de árbol a árbol, para que al pasar lo decapite. Y no lo perdono, arruinó mis mejores cuentos, como éste que lo tiene a él como protagonista.
      Cuando era chico su madre lo llenaba de comida y su padre de perfume.
       Resultó ser un alumno aplicado, que se desaplicó por la era de la moto sin casco. Lo veía en el supermercado, típico chico de los mandados. Cortaba el césped de su predio, blanqueaba la casa todos los años y lavaba los autos una vez por semana.
       Se reveló a la esclavitud, compró por monedas una moto robada. Lo salvó de la delincuencia ignorar que era robada.
       La íntima posibilidad de terminar mi cuento fue ese sábado. Hablé con el pibe para que suspenda esa noche motoquera, cumplió con su palabra. Yo nunca pude dejar de cumplir con mi palabra, instalé las tanzas. Al sábado siguiente, a las dos de la mañana fueron decapitados cinco motoqueros, él estaba entre ellos. Pude terminar mi cuento, no era tan mal pibe.

      Lamenté los otros cuatro, ya se encargará la policía de encontrar al culpable.

miércoles, 13 de enero de 2016

LA VEREDA

      Todos tomaban café en una especie de terraza angosta, no era una terraza, diez tablones, escalón y rambla para discapacitados. Único lugar donde se podía fumar. La terraza apoyaba sobre el ventanal que daba a los sanitos, sin humo, con perfume y hablar sonidos bajos.
      Los del tablado preferíamos la calle, mirar pasar la gente, leer el diario y tomar un café solo o cortado con lagaña. Fue un año por debajo de la crisis del 30, nadie tenía un céntimo.
      Siempre algún acomodado del gobierno anterior convidaba mesas con café batido. La máquina de café se había roto y no se conseguían los repuestos.
      Con la heladera pasó lo mismo.
       Hubo que clausurar los sanitarios y precintarlos, nadie se atrevió a limpiarlos por dentro. Se filtraba agua servida cayendo en cascadas por los escalones. Cerraron la llave general.
      Un día sucedió algo, gracias a no se quién, las cosas suceden. Siempre suceden.
      La máquina de hacer café se arregló sola.
      Bastante grosera, por cierto. Echaba café a diestra y siniestra. Cuando se inundó el bar los asistentes tomaban sus cafecitos en cuatro patas. Cruzaron los empleados de Fraverga y los de tiendas La Capitul. Dejaron el piso seco, quedó un charquito que dos trapitos aprovecharon. Hasta los perros de la calle se ocuparon de pasar la lengua. Volví caminando porque no supe dónde había dejado el auto. Humillado, porque yo también me arrodillé y tomé.

      Me partió el hígado jodido. La ingesta de dos litros de café no es gratis.

lunes, 11 de enero de 2016

CONVENCIONES DEL TIEMPO

      Estudiar con 40 grados y escuchar splash, splash, las gotas de sudor caían en los apuntes.
      Bajó corriendo y se tiró en el agua fría de la pileta. Pasó quince días saliendo y entrando hasta que la piel se le hizo papel crèpe, otitis en ambos oídos, sinusitis, dolor de pecho. Por usar aire acondicionado, pescó neumonía. La tía Ivana lo obligó a meterse en la cama, tomaba una medicación para cada rubro, ella se encargó de su restablecimiento. Era el ahijado, por eso lo llamaron Iván. Tenía cinco o seis novias. “El amor libre es una comodidad que otorga un descanso alado. Siento que la muerte de mi mujer y mis dos hijos me trajeron a esta casa. En algún lado tenía que curtir el duelo. Fue hace cuatro años, cruzaron a la plaza y nunca regresaron. Yo los busco, tengo dos amigos que me ayudan. Es un secreto para los tíos y las novias.
      Tenemos carpetas con sospechosos, recortes de diarios, entrevistas barriales y mapas aéreos.
      En el medio de la plaza había un monumento a la bandera, en la base una puerta que sólo abría el jardinero municipal.
      Se presentó una mañana con ropa de mi mujer ordenada, llena de polvo y la mochila de la niña envuelta en telas de araña. Me comuniqué con mis amigos, ninguno mostró asombro por el descubrimiento.
      Un quince de Enero, de calor agobiante, llego a casa y encuentro a mis hijos jugando en el jardín.

      Había olor a milanesas recién hechas, mi mujer me dio un beso cotidiano. –Pero hace cuatro años que pienso que habían muerto y vos te aparecés así, como si te hubiese despedido hoy temprano y ahora no entiendo, me confundo, ¿qué día fue? ¿Un quince de Enero?-. Ella miró con piedad
–Hoy es quince de Enero del 2016, recostate y cerrá los ojos-. Mi hijo más grande llamó a la clínica. Me vinieron a buscar, yo me dejé llevar. Recuerdo voces lejanas, el diagnóstico decía que confundía los tiempos. Reducía un año a un día, o pensaba que la semana que se avecinaba era la pasada. Me presentaba a trabajar los domingos. Es todo cierto, pero en este lugar implementan los baños fríos y los electroshock. Todo esto me vuelve loco.”