Lea compró el libro mientras esperaba el retardo de tres horas del micro que la llevaría a Playa Escondida. Era liviano, se titulaba Cuentos Para Leer Sin Ganas. Ni miró su autor, por lo menos no era para leer con rimel.
Bajó del micro en la zona, para llegar a
la cabaña prestada, debió hacer 6
km a pie en subida, en bajada, saltando charcos y al
atardecer vislumbró una construcción semi derruida. La amiga que se la prestó
le indicó cómo llegar y describió la casa.
Por fuera, un desastre, al pasar se
encontró con un nido de troncos, encendió una candela y le pareció volver a la
infancia y al miedo de la infancia. Se produjeron ruidos y ella preguntó -¿Qué
pasa?-. Dijo con fastidio -¿Quién es? ¿Y qué quiere?-. Unos pasos sigilosos en
la galería y la silueta recortada de una mujer –Soy Frida, su acompañante terapéutica,
a mí me mandan sus padres, su marido, sus hijos y el Dr.NN -. Lea la miró con
desgano –Ja ja ja, entre ellos me arruinaron la vida. No quiero saber más nada
con ninguno, en cuanto a usted no la elegí como acompañante, esto se trata de
una falta de respeto sin perdón-. Frida le rogó que la aceptara o se quedaría
sin trabajo, prometió dejarla sola y hacer comidas diarias, sin su presencia.
Lea asintió con la cabeza y corrió al
mar. Nadó tres balnearios sin gente y volvió a la cabaña.
En la galería tenía una mesa con un plato
de milanesas con puré. Sintió que debía agradecer, pero eso abriría la
posibilidad de un diálogo no querido.
Luego de quince días, Frida pidió
autorización para hablar –Mire Lea, encontré en la biblioteca este libro, que
se llama Cuentos Para Leer Sin Ganas. Me acordé de usted, que nunca tiene ganas
de nada, esto tal vez sería una compañía para leer en la playa...-. Ella la
invitó a la playa y dejaron el libro. Sin que nadie lo pidiera, Frida contaba
su vida solitaria, paliada con sus tres gatos y pacientes de cuando en cuando,
que la sacaban de su letargo.
Lea sintió que estaba con alguien de alma
parecida a la suya, “solitaria”. Las calesitas que rodeaban sus vidas tristes,
fueron distintas, pero la dimensión del desamparo, idéntica.
Parece que el humano tiene la perversión
de construir para destruir. La voz de Frida se escuchaba por las cañerías,
hablaba con el Dr. NN, el tono era intimista, hablaban de Lea, tenían planes,
se despidieron con besitos.
Volvió a su casa huyendo de Frida y sus
tramoyas.
En el micro abrió el libro y no tenía
letras ni palabras, ni oraciones, hojas blancas.
Se dirigió al lugar donde lo compró y
pidió explicaciones. La atendió una persona muy joven. Le dijo:
-¿Sabe
qué pasa, señora? Son las nuevas técnicas de lectura, es para que todos podamos
leer, aunque no sepamos ni las vocales-.